Fue entonces cuando llueve y vuelves a llorar. Las llamas del líquido rojo emanaban dentro de su cuerpo a gran velocidad, así sin más, sin importarle a nadie, todo su ser estaba que se desplomaba. Su voz no valía, ni ahora ni nunca, puesto que era prisionera de la desgracia de tu vida. Bueno o malo, no existe justicia cuando muchos deciden creer que alguien tan mínimo e insignificante era culpable, asi es como muchos mundos se vuelven una terrible tempestad, es el destino de los débiles, caer para luego odiar, volver a ser despreciados y buscar el camino menos esperado, el de la venganza.
No podía creer todo lo que estaba pasando. Ellas lo sabían y nadie la defendió. Ni Selena, ni Kate, solo recordaba sus miradas frías y el rostro de Michael tan inocente y en... por eso le salen más lágrimas y se esconde entre las sábanas, estaban acogedoras, pero no como las de su casa, a penas podía verse la poca luz que emitía el bombillo de neón y sus cabellos caían en sus manos como cascadas para acoger las gotas de dolor. Fue de esta manera como al caer la medianoche comenzaron los incesantes gritos y volvió a caer en la profundidad del mundo soñado.
—No quiero que me hables de lo mismo.—gritaba la misma mujer que había visto en sus sueños, llevaba un vestido blanco con flores azules y una hermosa diadema de mariposas.
—Tenemos que irnos, entiéndelo de una buena vez.—grito esta vez el hombre que siempre estaba a su lado, era él, definitivamente era la imagen de su padre, llevaba una camisa manga larga de rayas azules y un pantalón negro.
—No voy a sacrificar a mi hija y a mi pueblo... ni por ti ... ni por nadie.—volvió a intervenir acercándose y diciéndolo en voz alta.—No permitiré que los dañen solo... solo... quieres obtener resultados... te detesto.—lo hace a un lado y se dirige a un espejo para intentar tranquilizarse.
—También la amo... es mi hija Mariam.—los ojos de la pequeña se asomaron en la puerta, tímida y escondida, sabía que debía irse y olvidar, pero los monstruos debajo de su cama querían hacerle daño y a donde iba a escapar, aunque ahora tenía el doble de miedo al ver a sus padres discutir, quería correr, pero seguro caerá, asi que mejor comenzó a llorar.
—No dejaré que te hagan daño mi niña.—en ese instante la mujer se alertó al escuchar un lloriqueo, se fue corriendo hacia ella y la alzó con toda su fuerza para zarandearla.—Ya cariño, no llores, mamá esta aquí.
—Mami, tengo miedo.—los ojos de la mujer cambiaron de inmediato, tanto que la abrazo mas e intento tararear una canción. Su padre por otro lado se quedó atónito, sin decir palabra y dándole igual lo que estaba pasando.—No pequeña, si no quieres temer... debes saber que la vida es así Mercy.—hizo una pausa y se le acercó, luego se apartó e intentó retirarse.—Es mejor que te vayas enterando de que esta no será la única vez que lloraras.
—Basta, debe ir a dormir.—le dijo rápido Mariam para que se quitara y marchara de una buena vez, luego abrió una puerta y la llevó por unas escaleras a su habitación mientras que ella se quedaba mirando al hombre que era por supuesto su peor castigo.
Desde que tenía tres años, era con lo único que soñaba. Casi no recordaba el día del accidente, era como una laguna creciente en sus tantas memorias. El día llegó rápido. No quería abrir los ojos, los sentía pesados, sentía como si no hubiera dormido y tenía mucha hambre. No importaba nada. El agua estaba muy fría, había algo de ropa en el armario del rincón. Toda era blanca y suave, igual a la de un salvador dispuesto voluntariamente a ser culpable ante su inocencia y con el tiempo a ser olvidada su historia, un ejemplo eran Dios y los santos, quienes ya solamente existían en la memoria de unos pocos.
El mundo era muy nuevo, pero el pasado no se borraba así de fácil, solo comió un poco de pan, estaba horrible, igual a la anciana que se lo tragó. En eso se activó una alarma desesperante y entraron de nuevo los hombres de negro, los odiaba, lo cual claramente se le notaba en la cara. Iban entrando a cada celda, una por una, iban esposando a los prisioneros y llevándolos a un túnel profundo y estrecho que comunicaba con la parte de atrás del lugar más conocido como La prisión de la espera.
—Ustedes de nuevo, lárguense, no se atrevan a tocarme...—el hombre le sonríe maliciosamente, siempre traían esas extrañas gafas que no permitía ver sus ojos. La obligó a colocarse otra cinta negra, se la amarró con fuerza en las muñecas, intentó forcejear pero era inútil. Atravesaron pasillos, los hombres de negro la rodeaban, cada uno llevaba un prisionero diferente, lo poco que les permitía ver eran las luces de neón, pero la de la última puerta era inusual, de madera blanca, con dibujos de nubes como si el cielo estuviera al otro lado.
Era ahora el momento de surgir de las cenizas. Observaba como todos estaban reunidos en la plaza de donde salía el antiguo tren que atraviesa el Abismo de Helios a Orión. Pero para querer ir en él tenías que estar muy loco, puesto que todos le temían al otro lado tanto como a perderse en una isla con caníbales o en una selva con toda clase de animales poco conocidos. Durante los años se decía que los arquitectos y científicos profesionales en marina se proyectaron el hacer un tipo de montaña rusa, pero en el agua, asi fue como después se fueron construyendo las vías férreas y por último el tren muy bien fabricado, sellado y protegido, tanto que se volvió en una forma de medio de transporte. Pero la cosa volvió a cambiar con el transcurso de más años y ahora solo era una embarcación para prisioneros que iban directo al continente deshabitado y poco conocido.
A todos los reunían en una fila, en orden y por orden alfabético, de los apellidos ante el público, el cual era un anfiteatro al que ella solo había asistido una vez, allí siempre sentenciaba el líder supremo a los nuevos condenados. Después de quince minutos salió un hombre, este era el jefe, del jefe de su abuela, el dichoso monarca que protegía a su pueblo, qué irónico le resultaba el pensar en los juegos injustos de la política, la cual siempre sería corrupta porque el hombre la corrompía hasta no mas poder, excepto en épocas como la griega cuando en la ciudad, estado o polis gobernaban por medio de la pragmática o mejor dicho del pensamiento de todos, ya no importaba, en cualquier caso siempre había falencias, desventajas e injusticias que se salen de la tangente para favorecer al sistema, asi que debía reconocer que lo único que quedaba era ruina y desgracia.