Mercy (y yo): Sabiduría del Amor

1: Mercy (y yo)

Liam

—¡Cuidado, chicos! —advierto por el café caliente que llevo mientras voy corriendo por los pasillos de la universidad para llegar temprano a mi clase, sí mi clase, la clase que imparto.

Oigo la campana ser tocada y me doy cuenta de que ya es tarde, aún así sigo corriendo para no quedar mal ante mis alumnos. Cuando veo la puerta mi salón apresuro más el paso y al empujar la puerta con mi cuerpo el impulso me hace ir hacia adelante, caer de rodillas, dejar caer los ensayos de mis alumnos en el suelo y derramar un poco de café en mi mano y manga. 

—¡Oh, mier...! —contengo la mala palabra— ¡Aaahhh! —exclamo por el café hirviendo que cayó en mi piel. Oigo las risas de mis alumnos y me levanto rápidamente como si nada haya pasado— Oh, buenos días clase, como vieron —junto los reportes y los pongo en mi escritorio al lado del café— ya revisé sus trabajos —agito los papeles en mi mano para enseñarlos pero gotas de café salpican de ellos—. Pendón, chicos.

Oigo algunas de sus risas.

¡Rayos! ¿Qué estoy haciendo si prometí que este nuevo semestre los estudiantes me iban a respetar más?

Doy un gran suspiro para sentarme en la silla de mi escritorio y tratar de relajarme.

—Pueden venir por sus reportes —y uno por uno van tomando sus hojas y volviéndose a sentar en sus asientos. Hasta que queda solo un reporte en mis manos; el de Mercedes Rodríguez.

Ella se acerca a mí relajadamente, como si el mundo no importara nada y espero que siga así cuando vea su nota. Toma su trabajo y sus ojos se agrandan cuando ve esa gran "D" en rojo que yo puse. Sorpresivamente para mí solo se da la vuelta y sigue su camino.

La clase continuó de una manera pacífica en comparación con otros días, todo parecía ir bien hasta que la campana avisó el fin de la clase y todos los alumnos fueron saliendo excepto dos y una de esas dos es Mercy. Creo que jamás en mis años como maestro he tenido una alumna como ella.

—¿Entonces qué dices, Mercy? —le dice el otro chico que quedó. Un chico alto y rubio, galán entre las chicas de la universidad.

—Um, déjame pensarlo —dice ella con un tono dulce, mientras los otros chicos ya están prácticamente afuera.

—Mercy.

—¡Lo pensaré! —rueda los ojos sonriendo— Adelántate.

El chico le hace caso saliendo, pero ella en vez de dirigirse a la puerta se dirige a mí. Suspiro porque sé que la tormenta se acerca.

—Señor Miller, ¿me podría decir por qué me calificó con una D? —ella está justo frente a mí, con una mano en la correa de su bolso y la otra en el ensayo, expectante por mi respuesta. La miro a los ojos y respondo:

—Señorita Rodríguez, no digo que su reporte del libro haya sido malo pero se salió del tema principal al argumentar y su resumen de la obra fue básicamente una queja a la sociedad y a la anorexia y bulimia.

—"Queja a la sociedad" —respira y trata de calmarse—. Pues sí, porque el libro refleja todo lo que está mal en esta sociedad, desde la pedofilia y el abandono de los padres hasta los prejuicios sociales que se imponen en una niña y la llevan a un trastorno como lo es la anorexia.

—Sí pero el tema principal del libro es cómo estos sucesos que acabas de mencionar dejan repercusiones en la vida de cualquiera, en este caso en una niña de quince años.

—No tienen sentido. Entonces, ¿según usted la anorexia y los trastornos alimenticios no tienen nada que ver en el libro?

—No de una manera significativa, es decir; los traumas que la protagonista vivió la pudieron haber llevado a cualquier otra demencia.

—¡No se ofenda, señor Miller, pero usted no sabe nada de la anorexia! —da la última palabra y se da la vuelta para salir del salón haciendo tronar las baldosas del suelo con sus tacones.

Mentiría si dijera que fue la discusión más acalorada que he tenido con ella. Me he promedio que nunca diría esto, pero Mercedes algunas veces se lo merece; esa estudiante no tiene ninguna esperanza.

 

¡Uff! Es viernes, al menos la semana ya acabó. Ya no más estrés por un par de días. Paso mi mano por mi cabello castaño revolviéndolo. Ahora solo tengo que esperar a que tomen mi orden de café y podré irme a mi casa en paz.

—Hola, Liam —escucho a mi izquierda. Volteo y es Sarah. ¡Oh, Dios, es Sarah!

—Oh... ¡Hola Sa...Sarah!

—Oye, ¿puedo hacer fila contigo? —señala la gran cola que hay hacia atrás.

—Sí, sí, claro, puedes —me muevo a un lado y señalo mi costado para que se acerque.

Sonríe con amabilidad y siento que mi respiración falla. Hay una vieja leyenda que dice:

Según la mitología griega, los seres humanos fueron creados originalmente con cuatro brazos, cuatro piernas y una cabeza con dos caras, ante el temor de su poder, el dios Zeus los dividió en dos seres separados, condenandolos pasar sus vidas en busca de sus otras mitades.

¡Dios! Pues eso es lo que siento yo cuando la veo, siento que necesito tenerla a mi lado para siempre. No sé qué fue lo que me enamoró, sí fueron los rizos de su cabello negro o su preciosa sonrisa, pero caí entre sus brazos en cuanto la vi.




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