Mientras corro desesperada por el bosque, tropiezo y caigo rodando de una pequeña colina cubierta de hojas secas. Al levantarme mis ojos se iluminan con la luz de la luna que se refleja en el agua del inmenso lago que estaba frente a mí, con un muelle de madera que se caía a pedazos.
Claro, era el lago escondido de Salem, así solían decirle antes. Todos sabían que se encontraba en el bosque, pero se decía que si lo buscabas no lo encontrarías, pero que cuando era el momento indicado el mismo te traía aquí. Mis padres ya habían estado aquí una vez o al menos eso me habían contado, según ellos yo era muy pequeña para recordarlo ahora de grande.
Los pasos atrás de mi se sienten cada vez más cerca, miro a mi alrededor y sé que ya no hay a donde correr, escapar ya no era una opción, solo debía esperar hasta que Kurt llegue. Si había terminado aquí era por algo y tal vez este era todo el tiempo que tenía para vivir.
Algunos mueren muy viejos y otros tan jóvenes que ni habían descubierto el mundo. Cuando las pisadas se detienen a metros atrás de mí, sé que ha llegado.
—Mira a donde nos trajiste Heaven.
Me doy la vuelta y lo encaro, extiendo mis brazos y levanto la cabeza.
—Hazlo, mátame ahora. No puedes fallar esta vez.
—Y quien dijo que falle todo este tiempo.
—¿Entonces por qué sigo viva? si tu intensión siempre fue matarme y cuando tuviste tu oportunidad fallaste. Esperar diez años y hacerme volver para terminar lo que no pudiste en esa noche, ya he corrido mucho de ti.
—Te equivocas.
KURT
Sufría once meses al año y solo en uno me permitía volver a ese viejo pueblo. Cuando entraba a Salem era como si mi mente chocara entre sí, en sentir un poco de claridad en mi cabeza o caer en la absoluta oscuridad. Mi sed de sangre nunca se había detenido solo aumentaba con el paso de los años.
Pero había algo en esa pequeña niña que me decía que siguiera viviendo un poco más.
Días antes mi cordura se quebraba y mataba a quien se me pusiera enfrente, tratando de sacar mi odio y frustración hacia el mundo en un simple cuerpo frágil y débil de alguien que no tenía la mínima culpa.
Y de un momento a otro, cuando era 31 mi corazón se apaciguaba, la miraba tocar casa por casa pidiendo dulces, disfrazada de algo tonto y con sus amigas pegadas a ella. Sonreía cada vez que le daban más de un dulce o la gente era gentil con ella, sin duda ella aun gozaba de la simpatía de un niño que un no había sido tocado por la maldad humana.
Sin embargo, no todo era bueno, había personas que se burlaban de ella, no era capaz de decir nada, solo agachaba la cabeza y se iba. Al año siguiente eran los primeros en desaparecer. Si alguien le haría daño, seria yo.
Pero esa noche, ocho años después de saberla en este mundo, mi mente la desconoció.
Atravesé esa ventana y la vi dormida, con la canasta de sus dulces a un lado y su disfraz de ratón tirado en una esquina. Los padres no estaban así que el ruido la había hecho saltar de la cama. Muerta del miedo no pudo correr para alejarse de este demonio en mí. Solo apretó sus piernas contra ella en el suelo.
Y temblaba justo como lo hace ahora frente a mí, mi mente gritaba que la matara, y que después nos iríamos con ella.
La tome del pie y la arrastre por el suelo, barriendo los pedazos de cristal con su cuerpo. Pataleo para que la soltara, pero mi mente estaba tan confusa y su llanto no mejoraba mi humor. La tome del cuello y la presione contra el suelo, sus pequeñas manos golpeaban mis brazos buscando recuperar el aire y cuando su cara se puso morada simplemente lo solté. Tome un pedazo de vidrio y corte la palma de mi mano.
Cuando la sangre broto de ella, le tome el rostro y lo acerque al mío manchándonos ambos, acerque el pedazo de cristal para pinchar su cuello e irlo hundiendo milímetro a milímetro.
—Ruégame vivir.
No lo entendió, sus ojos buscando los míos y sus lágrimas lavando mi sangre.
—¡Ruégame que te deje vivir!
—Déjame vivir.
—No te escucho.
—¡Quiero vivir!
Y en ese momento lo entendí, pude haberla matado pero la realidad es que preferí no hacerlo, esperaría el momento donde ella estuviera lista y me hiciera frente. Si terminaría muerto seria en sus manos, eso lo había decidido ese día.
Cuando con tan solo ocho años supe que ella deseaba vivir más que yo, al final mi mente ya estaba demasiado jodida como para soportar más.
Pero lo haría, viviría yo y la dejaría vivir a ella, para que dentro de unos años cuando sus miedos, su odio y sus sentimientos la ayuden a acabar conmigo. Si este era el camino que me devolvería a mi felicidad iría por el sin dudarlo.
Su madre no logro curarme, pero no se equivocó al decirme que en este pueblo podría encontrar la cura a esta alma rota. Sin saberlo había mandado a su hija a morir por el chico que ella tanto trato de mantener con vida.
La solté, temblando en el suelo con la cara manchada de sangre y los pedazos de cristal y mi alma rotos a su alrededor, no se movió más. Sus ojos solo miraban al oscuro cielo fuera de la ventana. Me levanto y me dirijo al marco destruido de la ventana.
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Editado: 03.11.2024