Abrí los ojos instantáneamente, como si mi cerebro hubiera estado programado para hacerme despertar en ese instante. Me froté los ojos y abrí mis brazos para descansar unos minutos más, como hacía siempre en mi cama. Pero al moverme hacia un lado, caí en la cuenta de que no estaba en mi cama, estaba en un suelo que se me hacía bastante conocido. Miré a mi alrededor y sin poder evitar el impulso me tiré de los cabellos como lo había hecho Mark el día anterior. Porque me di cuenta de que, como había supuesto ayer, seguía siendo un fantasma. Una maldita alma condenada a vagar sin que nadie la vea ni la escuche.
Estaba en la misma habitación en que había despertado ayer, lo peor de todo era que yo no había vuelto a casa de Haley, sino que me había quedado en el callejón hasta que mi cuerpo no dio más. Así que... ¿Por qué había despertado nuevamente aquí? Estuve unos minutos haciéndome más y más preguntas, que venían una y otra vez a mi cabeza, pero unos ruidos provenientes de la cama, que estaba en medio de la habitación, llamó mi atención.
Era Haley, esa chica estaba frotándose los ojos recién despierta. Lo único que podía decir de su aspecto era que no había tenido una buena noche, su cabello era un intento fallido de trenza, pero esta se había desarmado a medias haciendo que se viera espeluznante. Luego sus ojos estaban hinchados y con una cara que no había dormido en años. Como decía Lauren, se podía decir que esa chica realmente era monstruosa.
Haley
Sinceramente esa noche había sido la peor de mi vida, al saber que Tyler Ross había muerto. No podía creérmelo, era algo imposible. Pero cuando Simon fue explicándome con detalles lo que había sucedido no tuve más remedio que admitir la verdad. Estaba muerto, y aún no me cabía en la cabeza porque me importaba de esa manera.
Sí, era cierto, lo amo... o lo amaba desde que entré a la secundaria. Ya que fue el primer chico con el que hablé ese primer día de clases y con tan solo mirar su rostro había caído rendida a sus pies... y como ya dije, ese primer día fue el primero y el último en que notó mi presencia.
Lo peor de todo era que había muerto justo el día que había tenido el valor de hablar con él en el estacionamiento del instituto, esa mañana. Donde ni siquiera se percató de mí.
Al pensar en él mis ojos volvieron a aguarse, como lo habían hecho toda la noche. Saqué mi brazo de la colcha y alcancé la caja de pañuelos que había dejado en mi cómoda, tomé unos cuantos y me limpié las mejillas y la nariz.
Salí de mi cama, ya que no me gustaba estar mucho tiempo en ella, no me gustaba pensar mucho. Sinceramente mi problema era que no me gustaba pensar en mi vida, ya que no era nada interesante. Además, hoy no era un día en el cual me gustaría pensar mucho, en realidad quería tratar de olvidar, olvidar a alguien del que nunca estuve en su mente ni un instante.
Al salir me estiré, pues estaba toda adolorida. Había dormido seguramente en una posición incómoda y los músculos me dolían un montón, sobre todo en la espalda.
Fui hacia la cocina para prepararme el desayuno y ahí estaba un nuevo hombre, como todas las semanas.
—Hola, ¿cómo estás? —le pregunté neutramente, ni tan simpática pero tampoco una amargada total. Este era de cabellos rubios, algo poco usual pero no que me llamara mucho la atención. Lo peor de todo era que me hacía recordar a Tyler por su color de cabello.
Vestía en bóxer, y con el torso desnudo. Pero a mí ya ni me sorprendía. Este se me quedó mirando como si lo hubiera pillado cometiendo un crimen—. Soy la hija, Haley —le informé.
Este volvió en sí sonriéndome. ¿Cuántos años debía de tener? ¿Cuarenta? ¿Cincuenta? Se me acercó para darme dos besos en cada lado de mis mejillas.
—Un gusto —¿Ese hombre era de España? Este se dio la vuelta para sacar unos huevos que estaba preparando—. ¿Quieres?
Yo asentí con la cabeza y fui a ocupar mi lugar en una de las sillas, en el camino tomé el libro que estaba leyendo y me lo llevé conmigo. Al sentarme abrí la página y para tratar de olvidar me adentré en la lectura.
Aunque trataba de concentrarme no podía hacerlo, era como si olvidara que estaba ahí en la cocina leyendo, ya que todos mis pensamientos estaban puestos en Tyler, en ese chico de cabellos dorados que tantas veces me había acompañado en mis tan dulces pensamientos antes de quedarme dormida y en más de una ocasión aparecía en mis sueños.
Solté un suspiro y me tragué el nudo que se me había formado en la garganta. En ese momento levanté la vista, ya que ese hombre español se me acercó para darme huevo con tocino.
—Gracias.
Los pasos de mi madre me hicieron voltearme hacia la dirección de su habitación, esta estaba con su bata rosada y los cabellos mojados luego de una ducha. Esta al verme fue hacia mí con una sonrisa, aunque algo apenada, como si estuviera compartiendo mi dolor, como si de alguna forma lo entendiera. Se acercó y me besó la frente.
—Todo va a estar bien, cariño —me dijo al oído.
Yo no respondí, no estaba segura al cien por cien de si eso era cierto. Me resté a comer de mi plato, pero me dieron ganas de vomitar al notar lo salado que estaba. Sin que se percataran me los saqué de la boca y los tiré a mi plato.
Justo cuando mi madre y el español se dieron la vuelta a mi dirección fingí como si nada hubiera pasado.
—Alejandro, veo que ya has conocido a mi hija —habló mi madre, sonriéndonos a ambos. Yo volqué los ojos. Este era el tercer Alejandro que mi madre traía a casa este año.
—Tío, casi las he confundido, que son igual de bonitas las dos.
Mi madre soltó una carcajada, yo en cambio podría haberme reído, pero no estaba de ánimo, solo quería estar sola. Alejandro comenzó a besar a mi madre, a lo que esta le correspondió, yo bajé la vista al suelo algo incómoda. El beso fue largo, hasta que mi madre lo alejó de ella y este se disculpó, ya que su móvil comenzó a sonar y se fue hacia la habitación de mi madre. Anna se acercó donde estaba y se sentó al frente de mí.