Mi ángel. Mi señor

Capítulo 2. ¿Te gusta lo que ves?

«Tus ojos atraparon los míos y en ese instante el mundo dejó de latir,
supe que jamás habría vuelta, que mi destino estaba junto a ti».

El impacto es inmediato, como el golpe invisible de una corriente que la atraviesa y se aferra a su piel, erizando cada centímetro de su cuerpo. Su risa se apaga poco a poco en su garganta. El mundo sigue su curso, pero para ella, todo se distorsiona. Todo cambia a su alrededor.

Él está ahí, sentado en la barra, con la seguridad de quien no necesita imponerse porque el poder es parte de su esencia. Un vaso de whisky reposa en su mano; sus ojos están fijos en ella, atrapándola sin necesidad de moverse, sin esfuerzo, sin permiso. Su presencia lo llena todo, abrumadora, brutal. No hay rastros de prisa, de urgencia ni del coqueteo impaciente de un hombre común. No sonríe. No hace gestos de invitación. Solo la observa.

Su postura es relajada, como si el club entero le perteneciera. La camisa negra, abierta en el cuello, revela su piel mediterránea. Las mangas remangadas hasta los antebrazos dejan al descubierto músculos tensos, marcados. Su mandíbula es afilada y parece esculpida con precisión; la sombra de su barba le da un aire peligroso, casi depredador. Pero son sus ojos oscuros, insondables, carentes de cualquier rastro de dulzura los que ejercen el verdadero poder, los que la capturan sin remedio, atrayéndola, sumiéndola en un abismo sin fondo. No hay ternura en ellos. Solo un dominio absoluto, una autoridad indiscutible.

Noelia olvida el brindis, la risa de sus amigos, la música de fondo. Solo existe ese hombre devorándolo todo. Su piel arde en una llamarada que asciende con cada latido errático de su corazón. No sabe qué la domina más, si el miedo a lo desconocido o el deseo voraz de correr hacia él, pero ambos se enredan hasta volverse indistinguibles.

Él no le hace ninguna señal. No mueva un solo músculo. No la llama. No hace falta. No hay un solo gesto que le indique que la quiere cerca, y, aun así, el cuerpo de Noelia responde a una orden implícita que nunca fue pronunciada. Se pone de pie sin pensarlo un segundo. Su cuerpo se mueve por voluntad propia, como si hubiera sido programado para responder a él sin cuestionamientos. Su pulso retumba en sus oídos con cada paso que la acerca.

Él la observa sin parpadear, su mirada es un ancla que la inserta en un abismo al que Noelia se entrega sin saber si la devorará, y eso, en lugar de asustarla, la sumerge más en el vértigo de lo inevitable. Se detiene junto a él. Su cercanía es abrumadora. Puede entonces sentir su olor: whisky, madera y algo oscuro, masculino, indomable.

No se mueve, no la toca, pero su sola presencia la sujeta con más fuerza que cualquier atadura. Sus ojos buscan los de él, intentando comprender cómo un desconocido puede hacerle sentir tanto.

—Hola —susurra ella, nerviosa.

Él responde con un leve movimiento de cabeza.

—Es la primera vez que estoy aquí. Un compañero de la universidad me invitó —dice Noelia, agarrándose al borde de la barra. Su voz es suave, pero hay un dejo de nerviosismo en ella—. Me escapé de mis padres —lo mira con la cabeza un poco agachada—. No sé si es correcto que le hable, no conozco muy bien las reglas. Leí algo antes de venir.

Él la observa en silencio con el escrutinio de un hombre que no está acostumbrado a ser sorprendido. Pero ahí está esa jovencita, mirándolo como si fuera lo más maravilloso que ha visto en su vida. Él lo nota. En esos ojos ingenuos hay fascinación y curiosidad, lo que despierta en su interior un apetito oscuro, primitivo.

Antes, hubiese despedido sin miramientos a cualquier mujer que se le acercara sin su permiso, pero ella… de alguna forma es distinta. Es evidente que no sabe nada de su mundo, así que, solo por esta vez, deja pasar ese detalle.

Toma un sorbo de su whisky, sin apartar los ojos de ella, luego levanta la mano y llama al camarero con un gesto apenas perceptible y ordena un trago para ella.

Noelia baja la mirada y sonríe con timidez, jugando con el borde de la barra, intentando encontrar algo a lo que aferrarse.

—Lo siento —murmura con voz suave—. No he hecho más que hablar, pero es que… usted me pone nerviosa.

—Me gusta tu voz —responde con simpleza, pero su mirada la estremece.

Ella humedece sus labios, buscando recuperar el control de su respiración.

—¿Qué tiene que no puedo dejar de verlo? —pregunta sin siquiera pensarlo.

Él curva los labios en una sonrisa enigmática.

—Gracias —agradece cuando el mesero llega con la bebida. Cierra los ojos un segundo y se reprende a sí misma por no poder controlarse—. Hoy cumplo 18 años —cambia el tema—. Por eso vine, a celebrarlo.

Él ladea la cabeza con lentitud. Se toma su tiempo, analiza cada detalle de ella. Finalmente, levanta su vaso.

—Por la cumpleañera —brinda con una voz profunda, grave, que Noelia siente como una caricia rasposa contra su piel.

El cristal tintinea con el choque del brindis y la electricidad se instala entre ellos.

—¿Te gusta el lugar? —le pregunta tomando un sorbo de su licor, sin apartar los ojos de ella.




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