«Tus ojos son tormenta, fuego y abismo.
Sin palabras, sin tiempo, sin miedo, todo entre nosotros quedó decidido.
Dos almas errantes que al fin se habían reconocido».
El reloj marca las once de la noche cuando Lucas Kontos cruza las puertas del club «Κεριά Μαύρα». Su cuerpo está tenso y la mente llena de números, contratos y problemas que se apilan sin cesar en su escritorio. El día en la naviera ha sido agotador.
La reunión con los inversores se extendió más de lo previsto y le irrita lidiar con ejecutivos que creen saber más que él. Su padre también lo puso a prueba con cada decisión, esperando que se convierta en el hombre que está destinado a ser. Para colmo, hubo retrasos en la entrega de un cargamento importante. Nada lo exacerba más que la incompetencia.
Hace poco se graduó de la universidad con honores, desde entonces se ha sumergido por completo en el negocio familiar. No es un simple heredero, no quiere serlo. Aspira a mucho más que llevar el apellido de su padre como un título vacío. Está ahí para aprender, para absorber cada detalle de la empresa y convertirse en el hombre que, tarde o temprano, tomará el mando y control de todo. Su ambición es insaciable. No conoce límites ni acepta menos de lo que se propone. Es un líder nato, nacido para ganar, para mandar, para moldear el mundo a su conveniencia; es un estratega, alguien que no deja nada al azar.
Pero hasta un hombre como él necesita un respiro. Por eso está allí.
El club es su respiro. Un santuario en el que el caos del mundo exterior se disuelve apenas pone un pie en su interior. Las luces tenues, la música baja y los murmullos de placer que se filtran desde las salas públicas crean un ambiente que lo envuelve con la calidez de lo conocido. Aquí es quien realmente es.
Se dirige a la barra y su sola presencia impone. Los empleados lo reconocen, los sumisos y sumisas apartan y bajan la mirada cuando lo ven pasar, otros lo observan con disimulo. Él no presta atención a nadie. Su mente está enfocada en un solo objetivo: una copa, una maldita copa que le ayudará a desconectarse de la jornada infernal que acaba de vivir.
Toma asiento en una de las sillas de la barra y el barman aparece frente a él con un vaso de whisky puro. Lucas lo recibe y lo lleva a sus labios, dejando que el líquido ardiente le queme la garganta. La sensación lo relaja al instante.
Cierra los ojos unos segundos, permitiendo que el ambiente del club lo relaje. No es solo un sitio donde viene a beber un trago o saciar sus apetitos especiales. Es un espacio en el que tiene el control absoluto. Donde las reglas las pone él, donde puede ejercer su dominio sin restricciones.
Aquí no hay presiones empresariales ni negociaciones estratégicas. Aquí solo existe el deseo. El sometimiento. El placer llevado al límite. Y él es un experto en ello. Aquí nada lo sorprende. Nada lo perturba.
O eso es lo que cree hasta que la ve.
Va por su segundo vaso de whisky cuando nota al grupo de jóvenes que cruza la entrada con risas ligeras que vibran en el aire como una nota discordante en un espacio donde la discreción es norma, así como sus miradas llenas de emoción. Se nota a simple vista que es su primera vez en el lugar. Son fáciles de identificar, por la manera en que miran a su alrededor con la curiosidad, fascinación y hasta el nerviosismo de quien aún no comprende las reglas de ese mundo.
En cualquier otro momento, Lucas no les habría prestado atención. Pero hay… Alguien. La ve moviéndose entre ellos, como si la luz del lugar la buscara a propósito. Es ella, una jovencita de cabellera castaña larga, suelta en ondas suaves que le caen hasta la cintura. El brillo de su cabello capta la escasa iluminación del club con cada giro de su cabeza, reflejando destellos dorados como si su melena fuera un campo de trigo mecido por el viento. Pero no es eso lo que lo atrapa. Es su sonrisa. Dulce, angelical, tan exquisita que parece fuera de lugar en un sitio como ese.
Lucas se tensa, entrecierra los ojos. No debería llamar su atención. Es demasiado joven, pero tiene algo que no sabe definir y que lo estremece hasta la médula. No sabe qué lo atrae más: si el aire de inocencia que la rodea como un halo embriagador o la mirada curiosa con la que detalla cada rincón del club, con un destello de atrevimiento y fascinación. O, es la forma en la que se mueve, ligera, despreocupada, ajena al deseo que podría despertar en un hombre como él.
Sin embargo, Lucas no es de los que se deja cautivar fácilmente. Mucho menos por jovencitas que claramente no pertenecen a su mundo. Pero, aun así, no puede apartar la vista de ella. Y eso lo intriga y lo atrae.
Ella, como si sintiera su mirada abrasadora recorriéndola, gira la cabeza en su dirección. Sus ojos se encuentran, y lo que ocurre en ese instante es algo que no puede explicarse con palabras. Es una conversación sin sonidos, sin palabras; una conexión profunda que se teje entre ambos. No es un simple cruce de miradas. Es una colisión. Él siente el impacto en cada fibra de su cuerpo.
Ella no aparta la vista. No se ruboriza. No baja la cabeza, como muchas otras mujeres lo harían al sentirse bajo su escrutinio. No. Ella sostiene la mirada con un atrevimiento que no esperaba, pero al mismo tiempo, con una inocencia que no debería perturbarlo tanto… y, sin embargo, lo hace.
Editado: 23.02.2025