«Ardes en mi piel, me quemo con solo mirarte.
Eres un incendio, un hambre voraz, un infierno desenfrenado que me consume la vida.
No hay regreso, no hay salida, somos pecado, somos caída».
Agachado frente a Noelia, Lucas la detalla con devoción posesiva. La imagen que tiene ante él lo tiene fascinado. Su cuerpo, excitado y trémulo, su garganta saturada de jadeos entrecortados; completamente obediente, perdida en un torbellino de sensaciones que él está provocando.
Desliza la punta de los dedos con una lentitud deliberada por su piel, subiendo desde sus tobillos con una caricia sutil que apenas la roza. Noelia se estremece y un gemido bajo se escapa de sus labios. Suavemente, sigue el camino ascendente, delineando cada curva, sintiendo la tersura de su piel, su calor, la forma en que sus músculos tiemblan bajo su toque.
Cada caricia es meticulosa, dedicada. Se detiene en cada centímetro, en cada detalle de su feminidad expuesta. Suaviza su tacto sobre sus rodillas y luego asciende por la cara interna de sus muslos, notando cómo la temperatura y la humedad se elevan conforme se acerca a su centro. Sonríe, complacido. Le fascina lo pura y limpia que es su piel, lo tibia y delicada que se siente al tacto. Todo eso lo enloquece.
Cuando llega a sus caderas, sus manos se deslizan con una caricia amplia, abarcando la curva de su cintura, para luego detenerse justo en su zona más íntima. Un gruñido gutural escapa de su pecho al notar cuán hinchados y enrojecidos están sus labios vaginales. Sus dedos trazan el contorno con delicadeza y delinean con fervor la perfección de su sexo provocando que los fluidos se derramen por sus muslos.
Queda hipnotizado ante la imagen más erótica y perfecta que ha visto, y la saliva se acumula en su boca. El rosado intenso de su piel hinchada, la forma en que su sexo palpita ante su toque, la humedad brillante que delata su deseo, la esencia dulce de su excitación.
—Luces tan perfecta como pensé serías… —susurra con voz ronca, deslizando su pulgar con lentitud entre sus pliegues, abriéndolos apenas para contemplarla mejor.
Exquisita.
Admira con deleite la textura sedosa de su cavidad, la manera en que se contrae bajo su toque, la delicadeza y al mismo tiempo, la intensidad de su feminidad expuesta. Se toma su tiempo, recorriéndola con los dedos, delineando los bordes con una devoción casi reverente, observando cada pequeña contracción, cada sutil espasmo que su contacto provoca. La belleza de su vulnerabilidad, la invitación implícita de su cuerpo, lo tienen perdido en ella.
Noelia ahoga un sollozo de placer. Sus pezones endurecidos suplican por atención. Su cuerpo se sacude, sus muslos se tensan, pero no intenta cerrarlos. Al contrario, los abre más para él, ofreciéndose sin reservas.
Sin apartar la vista de su sexo, él presiona un beso justo sobre su monte de Venus. Un contacto breve, ligero, casi un roce. Luego, otro más abajo, y otro, como pequeños tributos a la parte más deliciosa de su cuerpo.
Lentamente, sus manos retoman el ascenso. Se deslizan por su vientre, delinean la hendidura de su cintura hasta alcanzar sus costillas. Finalmente, sus palmas envuelven sus pechos, atrapando con suavidad la calidez de su carne tensa y sensible.
Noelia gime. Su cabeza cae hacia atrás y sus labios se entreabren en una exhalación profunda.
Complacido con su reacción, aprieta con un poco más de fuerza, sintiendo los pezones endurecidos contra sus palmas. Con movimientos lentos, los masajea, alternando entre caricias y ligeros pellizcos que la hacen retorcerse. Su piel es arcilla que se moldea bajo su voluntad.
El placer es indescriptible mucho más al saber que es él quien la lleva a ese estado. Que es su experiencia, su control, sus manos expertas las que la mantienen atrapada en ese vértigo placentero. No hay mayor deleite que verla así: indefensa, entregada, rogando en silencio por más. Y él se lo dará… pero a su manera.
Se inclina sobre ella y, con su lengua, traza un sendero desde la base de su cuello hasta la curva de sus senos. Su boca atrapa uno de sus pezones y lo succiona con ansia controlada; se toma su tiempo, disfrutando del dulce estremecimiento que le provoca. Su lengua juega, explora, saborea. Alterna entre succiones profundas y suaves mordiscos que arrancan de sus labios gemidos cada vez más desenfrenados. Los pellizca con la presión justa, despertando oleadas de placer que la recorren sin control llevándola al límite de la desesperación.
Cuando considera que ya han recibido toda la atención que merecen, se desliza lentamente hacia su cuello. Lo mordisquea, lo lame, disfrutando de su sabor y del aroma cautivador que emana de su cabello. Su lengua traza un camino ardiente hasta el lóbulo de su oreja, que atrapa entre sus dientes, saboreándolo sin prisa alguna. Mientras lo hace, sus manos exploran su espalda con caricias encendidas y desciende hasta sus glúteos, que amasa con avidez.
Continúa su ascenso, subiendo hasta su mentón. Deposita besos suaves en su barbilla, en sus mejillas, en cada parte de su rostro, menos en su boca que es en donde ella más lo desea. Noelia lo busca en medio de la oscuridad, intenta encontrar sus labios, pero Lucas se los niega.
Editado: 23.02.2025