Mi chico de las estrellas

8⋆.˚ Tierno y dulce

꒰ Inea ꒱

—¿En serio quieres un peluche de dinosaurio? —pregunto, los ojos de Almond brillan mientras entusiasmado asiente—. Esta bien, te lo regalaré

—Gracias, entonces eso significa que a mí me toca regalarte algo. Dime ¿qué quieres?

—Un pote de helado de chocolate suena como un buen regalo

—¡Hecho!

Con una enorme sonrisa deja el peluche en el carrito de compras y lo empuja con pasos alegres por el largo pasillo.

Almond había quedado encantado con la zona de juguetes, su curiosidad lo llevó a recorrer cada estante con la mirada mientras leía los precios, instrucciones y ofertas. Parecía mucho más entusiasmado por encontrar el regalo ideal que por terminar de hacer las compras, y simplemente pasó a segundo plano. Después de todo, se mostró muy feliz cuando prometí obsequiarle algo por el tiempo cuidándome en casa. Me regaló una enorme sonrisa y tras tomar algunos objetos de limpieza personal finalmente terminamos caminando por este colorido pasillo.

Él saltaba como un niño, yo simplemente lo seguía.

¿Cómo es que alguien podía verse tan malditamente adorable? Aún más, ¿por qué todos posaban su mirada sobre nosotros?

Parecía que la encantadora apariencia del alienígena sobresalía entre el montón de gente que abarrotaba el centro comercial. O porque habían notado algo que yo no lograba ver en ese momento. ¿Por el vínculo tal vez? Tras una rápida mirada alrededor continué mi camino.

—¿Viste a esa chica rubia, Irina? —Almond pregunta de repente

—Sí, muy bonita. ¿También te gustó su cabello? Sedoso y brillante, es el tipo de cabello que una mujer quiere en la vida

—No lo decía por eso —realmente no sabía qué responder y eso que tenía muchas interrogantes—. Lo digo por su vientre, tendrá un bebé. Presiento que también tiene un compañero

Oh, era eso.

—¿Un alienígena?

—Exacto —sonríe—. Sentí algo cuando pasamos a su lado

—¿Algo?, ¿algo cómo qué?

Se detiene y me mira. No debería preguntar ese tipo de cosas y menos de esa manera.

—Chispas, una especie de chispas —contesta—. ¿Qué pensaste que iba a decir?

—Nada, nada. Solo preguntaba

—¿Te sentiste celosa?

Abro los labios, ¿cómo podía preguntarme algo así?

—No, para nada —titubeo, ni siquiera sabía por qué en primer lugar hablaba de esa manera—. Sigamos

Almond vuelve a sonreír.

Debería dejar de hacer eso. Su sonrisa, su mirada e inclusive esa forma de hablar comenzaban a repercutir en mí, y no parecía ser una buena señal. Para nada, el vínculo hacía su mejor jugada.

—¿En serio no estabas celosa?

—No

—Mientes —susurra ganándose una mirada de regaño—. Lo digo porque puedo intuir tus emociones

—¿También sientes cuando estoy celosa?

—Sí, además, acabas de confirmarlo

—Solo lo dije como comentario —él ríe e inexplicablemente me siento desorientada—. Deja de reírte, niño dinosaurio

—¿Ese es un apodo?

—Puede ser —dudo—. ¿No te gusta?

Él niega, sin borrar esa tierna sonrisa de sus labios.

—Todo lo contrario. ¡Me encanta! Pero ¿puedo ponerte un apodo, Irina? —pregunta

—Mientras no sea "pequeña", no tengo problema

Almond no dice nada y siento aún más intriga por su respuesta.

Mientras terminamos de hacer las compras, mis pasos se vuelven lentos y veo su silueta alejándose cada vez más, aunque en realidad no fuera así. El tierno alienígena no me dejaba atrás, giraba el rostro y se encargaba de detenerse cuando mis perezosas piernas querían un descanso. Sin importar cuál fuera la causa de mi inquietud, estaban sucediendo cosas extrañas a mi alrededor. Como esa simple pregunta que mostraba la cercanía que no solía tener tan a menudo.

No tenía demasiadas personas en mi vida y esas pocas sabían que todavía no derrumbaba el enorme muro de mi corazón. Pero con Almond fue inusual.

Él resplandecía y cuando lo miraba llegaba a sentirme cálida. Era una sensación que, aunque antes era un sueño, ahora me aterrorizaba. ¿Qué pasaría cuando tuviera que volver a la realidad y darme cuenta que no estaba hecha para amar?

El amor es para tontos.

Renuevo mis pensamientos cuando la voz de mi padre se repite con insistencia y sigo a Almond hasta la caja de pago.

Hay un extraño silencio en el auto y a pesar de que mi tierno acompañante mira el camino con atención, de vez en cuando siento sus ojos escudriñar mi rostro con insistencia. Como si quisiera entender el motivo por el cual hay una extraña sensación rodeándome.

Un tibio suspiro brota de mis labios. No puedo más, no cuando mi silencio no sirve de nada en estos momentos.

—Estoy bien, Almond —comentó, sus ojos vagan hacía mi rostro

—¿Segura?, ¿no te gustó la marca de helado que escogí para ti? —pregunta—. Porque podemos cambiarla, yo no tengo problema en volver al supermercado y...

—¿Y comprar otra marca?

Él asiente.

—Creo que esa es la mejor opción ahora ¿no?

Sonrió.

—No es el helado, Almond. Me gusta esa marca, no soy quisquillosa

—¿Entonces qué era lo que te inquietaba?

Dudo, dudo demasiado, pero inexplicablemente ahora mi garganta no se detiene con ese enorme nudo que dificulta siempre mis palabras. Esta vez parece que no podré evitarlo.

—Cuando era niña mis padres siempre estaban fuera de casa, en reuniones, viajes, juntas o fiestas sociales. Así que era normal pasar mi tiempo sola. Tenía tutores enseñándome etiqueta, matemáticas, letras o lo básico para no decepcionar a mis padres. Ellos hacían su trabajo, nada más que eso. A mi alrededor no había nadie que me dijera cuanto me amaba o que me abrazará cuando lo necesitará. No, no había nadie. Un día finalmente le pregunté a mis padres si me amaban y me dijeron que el amor era para tontos, que yo no lo necesitaba




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