꒰ Inea ꒱
Era una sorpresiva noche fría.
La intensa lluvia golpeaba los cristales de cada ventana, el viento, sin embargo, azotaba mi rostro y los árboles con fiereza. Me hallaba de pie bajo esa noche de invierno, sucia, alborotada y empapada. Mis calurosos deseos me llevaban lejos de ahí, a la oscuridad de mi habitación, bajo las gruesas y suaves colchas de mi cama. Cuanto más cerraba los ojos, más aliviada me sentía, pero probablemente estaba alucinando.
Un crujido me despierta.
Al alzar la mirada, frente a mí encuentro el rostro borroso de mi hermano. Aparto mis cabellos mojados y vuelvo a mirarlo, está completamente atento a cada uno de mis lentos movimientos, observando a su pequeña hermana con preocupación.
Y no podía dejar de pensar, ¿cómo habíamos llegado a esto?
Por supuesto que lo recordaba. Mis padres se habían enfadado conmigo por romper las reglas y fallar en mis gloriosos objetivos, como llamaban a sus ideas sobre mi extraño futuro. Debía sentir la crudeza, debía aprender sobre mis errores, debía quedarme ahí sin hacerle caso a mis deseos y aprender que no había espacio para alguien tan frágil como yo en el mundo.
Pero simplemente no podía aceptarlo. Odiaba la fría mirada de mi madre, parada bajo el marco de la puerta y ese inexplicable silencio en su boca. ¿Acaso ella no estaba triste por verme así, asustada y cansada, bajo la estrepitosa lluvia?
Claro que no, ella no era esa clase de mujer. Y sabía que nunca lo sería.
Remuevo mis pensamientos al sentir ese agudo dolor en el pecho y vuelvo mi atención hacía mi hermano, tiembla por el frío a pesar de llevar una chaqueta gruesa y guantes de seda. Observo sus labios rojos y delgados, comienza a repetir mi nombre con insistencia bajo un tono titubeante y se va acercando lentamente mientras, inesperadamente, retrocedo. No puedo, no puedo arriesgar su tranquilidad. Sé que este castigo pasará, solo son unas cuantas horas, unas simples y agobiantes horas.
Nada más que eso. Debo imaginar que sigo en mi habitación, abrazando mi peluche favorito, vistiendo uno de esos vestidos gruesos que la modista ajustó para mí y quedándome profundamente dormida con la caja musical de compañía.
Era tan simple imaginar, solo...
—Vete —susurró asustada, inquieta y agotada. Los intensos ojos de mi madre están fijos en mi figura y no puedo evitarlos
Tengo aún más miedo.
—Irina...
—Estaré bien
Miento.
—¡Hace demasiado frío! Estás mojada y temblorosa, ¿realmente estarás bien? ¡No mientas, te lo ruego! Esto es completamente injusto, Irina. Solamente eres una niña...
Sabía lo que pensaba.
Él sufre por mí y yo me siento tan deprimente.
—No lo entiendes, yo lo merezco
—¿Por qué?, ¿por simplemente haber fallado en tu examen? ¡No es un pensamiento válido ahora mismo! Eres una niña, lo que ellos hacen...
—No podemos hacer nada —lo interrumpo con miedo a que lo escuchen, después de todo no estábamos solos. Ya no quería causar más problemas—, si desobedecemos sus órdenes ellos nos castigarán. Y no quiero que sufras por mi culpa. Tengo que mantener el honor de nuestra familia...
—Da igual. Soy tu hermano mayor, haré lo que sea para protegerte, ¿lo entiendes?
—Pero...
Damián jadea enojado mientras ahoga los insultos que odia decir frente a mí. El pánico se apodera de mi cuerpo, él no se ha dado cuenta de la segunda persona que nos observaba, bajo el umbral de aquella puerta, junto a la fría presencia de mamá.
—Entra, te enfermarás. Necesitas estar a salvo. Solo... —se detiene, tragando el enorme nudo en su garganta—. Solo hazme caso por favor
E intento moverme de mi lugar, uno todas las fuerzas que me quedan para avanzar desanclando mis pesados pies del suelo mojado y encontrarme pronto frente a él, temblando aún por el frío. Mi corazón late desenfrenado, siento el sonido agobiar mis oídos y mi garganta ardiendo con cada palabra.
—Tengo miedo —confieso—. No quiero perderte
—No lo harás, yo siempre te protegeré, Irina. Confía en mí —sonríe melancólicamente mientras sus tibias manos sostienen mi rostro
¿Cuántas veces lo he visto ahí, tembloroso y enojado, intentando salvarme de algo que ni yo misma puedo detener?
Damián era para mí la tranquilidad en medio de una cruda tormenta. Siempre me fascinó su sonrisa, era deslumbrante y cálida. Por las noches, cuando mis sueños se llenaban de pesadillas él me escuchaba y se adentraba a mi habitación a hurtadillas para consolarme. Acariciaba con suavidad mi cabeza mientras me contaba un cuento, de esos que tanto me gustaban. Y al final terminaba plácidamente dormida entre los tibios brazos de mi hermano.
Por un instante, dejaba de pensar en los monstruos que habitaban el lugar que consideraba mi hogar.
—Todo estará bien ahora, Irina. Lo prometo
Pero ya no sentía nada más en ese momento.
—Confío en ti
Me había rendido. Sin más fuerzas la oscuridad se apodero de mi cuerpo, me voy apagando para caer estrepitosamente en los brazos de mi hermano. Lo escucho gritar mi nombre y yo solo veo la desesperación en sus preciosos ojos.
Abro los ojos, me había quedado dormida en horas de trabajo. Tenía pegada en la mejilla un trozo de papel, el cuello adolorido y el sabor amargo de mis lágrimas se impregnaba en la mesa.
¿Cuánto había llorado?, ¿hace cuánto que no tenía un sueño así?
Suspiro, últimamente pensaba demasiado en él. Damián ocupaba el sinfín de pensamientos que me abordaban durante el día y sentía que ese era el punto más frágil de mi vida. Porque, inevitablemente, no me gustaba mi pasado ni volver a esos días bajo alguna pesadilla. Prefería que mi mente poco a poco cerrará ese baúl, que la llave desapareciera para ya no vivir con esos recuerdos.