꒰ Inea ꒱
Lo veo aparcar a la perfección su automóvil mientras se mueve pronto fuera de él y se acerca con una enorme sonrisa en sus labios. Almond viste como cualquier día, sin ninguna corbata apretando su cuello ni los artefactos médicos que suele usar en sus consultas. Pero por alguna extraña razón, hoy brilla más que ayer y es difícil, para mí, apartar la mirada.
—Hola —saludo sintiéndome extraña por mi repentina timidez—, llegaste temprano
Almond asiente, emocionado.
—Quería verte. ¿Has estado bien, Irina?
—Por supuesto, ¿y tú?
—Ahora me siento mejor
Muevo mis pies con inquietud cuando hay serenidad de su parte. Increíblemente Almond no parecía inmutado por la incomodidad, esa confusa y extraña incomodidad que me hacía bajar la mirada a mis relucientes zapatos de tacón bajo.
¿Cómo unas simples palabras pueden provocar esto?
La bocina de un auto suena y vuelvo mi atención a él, quien muestra una sonrisa sobre sus labios mojados. Sé que disfruta verme nerviosa.
—¿Entramos de una vez? Hace un poco de frío aquí —froto mis brazos, intentando convencerlo
—Este estacionamiento es un área cerrada, ¿de verdad sientes frío o…? —se acerca cortando la distancia. Pronto inclina su cuerpo hasta que su aliento roza mi nariz y el calor comienza a enrojecer mis mejillas. Alzó lentamente la mirada al no ver con claridad sus ojos por la diferencia de altura, su rubia melena luce desordenada y sus antenas verdes se esconden tras algunos mechones rebeldes—. ¿Te pongo nerviosa, querida Luna?
Me pregunto de dónde habría aprendido algo así.
—No bromees —masculló
Almond comienza a reír y logró recobrar mi postura.
—No bromeo, pero me gusta mucho cuando te sonrojas —dice, calmando su respiración
—¿Quién te enseñó esa clase de conquista?
—Las novelas coreanas —aprieto los labios—. Son interesantes, ¿sabes?
—¿Ellas te enseñaron a hacer “ese gesto coqueto” de hace un momento?
—Sí, ¿funcionó?, ¿fue demasiado exagerado?
Carraspeo.
—No, para nada
Eso es todo lo que tenía que decir por el momento.
De prisa avanzó escuchándolo nuevamente reír a mis espaldas y pronto me alcanza en el interior del bar. El lugar no es pequeño, pero la decoración mantiene un estilo vintage y colores frescos. Hay un barra por donde el cantinero sirve con elegancia diversas bebidas, dos tocadiscos antiguos, una máquina de dulces y las mesas se esparcen por el lugar repletas de gente.
Puedo oler el fuerte aroma de la cerveza y del tabaco rondando el local.
—Es impresionante este lugar —murmura Almond, a mi lado. Mira todo con entusiasmo como un niño pequeño y travieso—. ¿Tomamos una cerveza y luego un vaso de pisco?
—Hecho
Sonrientes nos acercamos hasta la barra.
Y, aunque hay un par de personas que conversan sentados alrededor de está, hay suficiente espacio sobre las butacas. Una vez sentados el cantinero sonríe mientras solicitamos dos enormes vasos de cerveza. No es mi bebida favorita, pero considero que una cerveza helada puede hacerte olvidar cualquier tipo de estrés. Sobre todo, si hay tantas cosas rondando tu cabeza.
Suspiro, reviso mi celular y no encuentro ningún mensaje. ¿Qué estaba esperando en realidad?
Por alguna extraña razón estos últimos días había crecido una inmensa manía por mirar la pantalla desbloqueada de mi celular, esperaba con ansiedad que el timbre me avisará de una reciente notificación, pero entre más lo pensaba, más difícil era entender si esperaba que fuera Almond o alguien más. Sobre todo, por la fecha que se acercaba.
—¿Cómo te fue en el trabajo? —Almond pregunta, sumamente interesado en escuchar mi respuesta
—Bien, todo bien. Atender una repostería no es tan agobiante como piensas
—¿Segura?
Niego, burlándome de mí misma.
—No, realmente es agotador. Hay días que hay tantos pedidos, que es imposible tomar un descanso —relamo mis labios y continuo—. Pero tal vez atender una repostería sea diferente a tu trabajo como pediatra
—Siempre y cuando tengas paciencia de sobra
—¿No me digas que los niños te enloquecen?
—No, son tiernos y divertidos. Créeme el problema son los padres
—¿Por qué lo dices?
—Suelen hacer tantas preguntas que no sabes cual responder. Pueden estar interesados en la salud de sus hijos o exagerar sobre sus cuidados —una carcajada resuena sobre la música interrumpiendo nuestra conversación y, muy a pesar de las voces alrededor, identificó perfectamente de quién se trata. Una rápida mirada y lo veo ahí, conversando con un par de personas. No hay ninguna mancha de harina en sus mejillas, lleva el pelo alborotado, la mirada atrevida y una pequeña cerveza en sus manos—. Tu jefe es divertido —comenta, al verme distraída
—Le gusta conversar, es un buen hablador en realidad
—¿Conversa contigo a menudo? —pregunta y sus brillantes ojos me encuentran con rapidez
¿Acaso estaba celoso?
—Todo el tiempo
—Ya veo —susurra
—¿Por qué ese tono?
—¿Cuál?, ¿a qué te refieres? —pregunta, nervioso y sonrojado
—Al tono de voz que usaste cuando me respondiste, sonabas decepcionado —comentó—. Oh, no. No me digas que estás celoso de mi jefe
—No lo estoy, sé que sus gustos son otros
—¿Entonces…?
—Es que me gustaría hablar contigo más. Digo trabajamos y no vivimos juntos. Quiero decir que no pasamos tanto tiempo juntos como me gustaría, eso no quiere decir que debamos estar todo el día tomados de la mano, aunque me gustaría, es solo que… —suspira cuando es incapaz de ordenar sus palabras—. Lo siento, fui demasiado intenso ¿no?
Niego con una enorme sonrisa en los labios. El cantinero deja dos enormes vasos de cerveza y se retira apresurado hacía otro cliente.
—Entendí lo que tratabas de decirme —él abre los labios, aliviado—. Sé que no podemos vernos a menudo, pero la vida adulta es difícil ¿no? Hay cuentas que pagar, cosas que comprar. Así que no te preocupes, podemos coordinar días para tener citas