꒰ Almond ꒱
—¿No quieres beber agua o comer algo?
Irina niega mientras continúa observando la ciudad desde la ventana. Frunce los labios y admira las luces encendidas del enorme puente por el cual vamos pasando. Sobre sus mejillas noto un leve sonrojo, provocado por su intolerancia al alcohol. Luce tierna y tan concentrada en el exterior que podría grabar eternamente está imagen en mi cabeza.
Simplemente es ella, la viva imagen de una mujer hermosa, noble y perfecta.
Aprieto el volante y me concentro en mantener este renuente silencio, no quería interrumpir sus pensamientos, quería dejarla respirar aire fresco hasta que llegáramos a nuestro destino y tuviera que apartarme de ella solo por está noche. Porque deseaba volver a verla mañana, tan deslumbrante y preciosa, abrigada con algún suéter color pastel o con esos tiernos vestidos que intenta esconder en su armario.
—¿Crees que es bueno pensar tanto en una persona?
Su pregunta me toma por sorpresa y mis manos aprietan el volante, ahogando mi inquietud. Por un segundo intuyo de lo que se trata, pero no podía ser evidente. Ella no debía saber que mi curiosidad estaba buscando al dueño de sus pensamientos.
—Creo que depende. Si estás pensando en una persona que te agrada, no hay problema. Puede que compartas sentimientos con ella o… —trago saliva, he hablado demasiado rápido. Estoy completamente nervioso—. O con él. Pero si es una persona que te ha lastimado, es mejor no darle espacio en tus pensamientos
Irina suspira, abatida. Ella relame sus labios y se endereza en su lugar, preparándose para decir algo.
—¿Sabes? Últimamente pienso en mi hermano
—Lo extrañas —afirmó, ella asiente sin apartar su penosa y melancólica mirada de la ventana—. ¿Por qué no intentas llamarlo?
—Soy muy cobarde, Almond. A veces no puedo lidiar con el deseo de hacerlo, tomó el celular y busco su número, pero luego simplemente me detengo. Además, ya no sé donde está, si se encuentra bien, sí me ha olvidado
—No eres cobarde —la detengo
—Es bueno también aceptar los defectos de los demás —comenta ella, dándome una corta mirada de regaño
—Pero digo la verdad, para mí tú no eres cobarde
Un repentino silencio la invade y veo su rostro pensativo reflejado en el cristal. Sus mechones cortos bailan sobre sus mejillas, pero las cosquillas no llaman su atención y simplemente aparta su cabello detrás de sus orejas. Su piel rosada, el rubor de sus mejillas, los suaves que lucen sus labios, todo en ella comienza acaparar mi atención.
—Irina… —la llamó por su nombre, ella me observa y espera para escucharme—. ¿Quieres que te diga la verdad?
—Sí, debes admitir que soy cobarde
—Nunca lo haré —ella ríe—. Pero quiero ayudarte, que confíes en mí y me dejes sostenerte es el mayor privilegio que existe. Eso es lo que el vínculo significa, aunque hay muchas cosas más que puedes esperar. Lo que trato de decir… Quiero ayudarte a encontrarte nuevamente con tu hermano
Sus labios se abren, Irina luce sorprendida y ese brillo en su mirada resplandece bajo las luces de la ciudad.
—¿Ayudarme?, ¿cómo? Eso es tan repentino —susurra
—Lo sé. Pero hoy en día es fácil encontrar a una persona
—No quiero hacerlo —me detiene—. No es lo correcto
—¿A qué te refieres, Irina?
—Por ellos —comenta, con la mirada escondida—. Mis padres, todavía me aterra la idea de verlos. Almond yo…
—Lo sé, lo sé —olvidándome de todo sostengo su mano y acarició sus nudillos brindándole consuelo—. Pero ellos ya no pueden lastimarte
—¿Por qué?
—Porque yo estaré contigo siempre, Yen tampoco te dejará. No estás sola y nunca lo estarás
Una lágrima brilla mientras corre por su mejilla. Y prefiero guardar silencio por un largo tiempo sin soltar su mano.
Irina no era cobarde, tenía tantas cosas que la hacían valiente, pero las cicatrices en su memoria son difíciles de borrar. ¿Cómo alguien tan dulce podría superar esos días grises? Ni siquiera lo sé, pero el afecto puede hacer mil maravillas. Y es lo que más deseaba hacer por ella. Cuidarla, sanar sus heridas y no dejar que nadie fuera capaz de lastimarla. Sería el escudo sobre su pecho y el silenciador de las crudas palabras.
Sin detenerme bajo la velocidad mientras el camino a casa se vuelve cada vez más corto. El celular de Irina vibra dos veces y sospecho que es Max haciéndole un sinfín de preguntas. Ella observa el mensaje en silencio y sin soltar mi mano sonríe de repente. Y mi corazón enloquece.
Eso era lo que deseaba.
Que Irina le mostrará al mundo su brillante e inocente sonrisa, sus mayores cualidades, la bondad que la hacía tan perfecta y la manera en cómo brillaban sus ojos mirando las estrellas. Que ella pudiera contagiar a los demás de su eterna calidez, para que se olvidará de ellos y de todo lo que significaba su vida antes de huir de ese lugar. Para que soltará finalmente esos recuerdos.
Adormecido por la noche continuó acariciando sus nudillos y me pregunto en qué tanto pensará, y si los movimientos tímidos de sus dedos eran causados por este repentino contacto. Ya no quería saberlo, pero esperaba que el camino se hiciera aún más largo.
Incluso si solo faltaba una calle en nuestro trayecto.
Con un giro sorpresivo estaciono el auto y un inexplicable silencio invade el interior cuando el motor deja de rugir. No decimos nada, aún así mantenemos nuestras manos unidas.
—Llegamos —ella suspira, rompiendo el silencio—. Gracias por traerme a casa, Almond
—No me agradezcas, con gusto soy tu chofer de primera clase —ella ríe suavemente—. ¿Quieres que te acompañe hasta el interior? Te ves muy cansada
—No, no es necesario. Solo soy yo y mi intolerancia al alcohol. Qué vergüenza
Se ve demasiado tierna refunfuñando.
—A la próxima recuérdame que no te deje beber por favor
Sus dedos tibios aprietan mi mano, por un largo segundo.