Mi chico de las estrellas

15⋆.˚ Dulce y agotador

꒰ Almond ꒱

Sus labios eran suaves, como los pétalos de una flor en plena primavera, demasiado dulces diría yo. Oía su respiración agitada al igual que la mía, sus manos se aferraban a mi pecho y se tambaleaba con delicadeza cuando sus pequeños pies no podían sostenerla. Tal vez era la sensación en la cual estábamos perdidos. No lo sabía, pero quería seguir así. Besándola como lo había deseado desde hace mucho.

Dejó su rostro y sostengo su cintura mientras tras un último beso llegamos a mirarnos. Puedo ver tantas emociones reflejadas en su rostro, contemplar el rubor de sus tibias mejillas y el clamor rosado de sus labios tras nuestro ansioso beso. Con las frentes pegadas intentamos recobrar la respiración, en silencio, sin alejarnos, ella aferrándose todavía a mí y yo completamente embelesado. ¿Cuánto había esperado por este momento?

Con una sonrisa en los labios cierro los ojos y me permito vivir aún más este momento. Porque si era un sueño esperaba nunca despertar.

—Eso fue... —Irina susurra con la voz agitada—. Sorprendente

—Lo sé, creo que debimos besarnos hace mucho tiempo ¿no lo crees?

Alejando mi rostro de ella estabilizó mi cuerpo y todavía me mantengo cerca de Irina, sin soltar su pequeña y delicada cintura.

—¿Cómo te sientes? —me permito preguntar

—Bien, ahora me siento bien. Increíblemente mi dolor de cabeza ha desaparecido

—Eso es un alivio —sonreímos—, pero ¿me creerías si te digo que no quiero alejarme de ti?

—¿Esa es una propuesta indecente, señor alienígena?

Niego, sintiendo mis mejillas arder por la vergüenza.

—No, no me atrevería. Lo siento si fui demasiado atrevido

—Almond —llama mi atención con un regaño— ¿por qué diablos eres tan tierno?

Irina indago con su dedo acariciando mi mejilla.

Me gusta ese gesto y aún más lo suave que es su piel. Cierro los ojos añorando que nunca se detenga y una pequeña risa envuelve nuestro silencio. Soy como un fiel gato, siguiéndola a todas partes con tal de verla sonreír y sentir sus tibias manos envueltas en mi pelaje. Aunque la comparación es algo extraña, todo lo que nace de Irina es completamente especial.

Y nuevo para mí.

—Pareces un cachorro —dice ella—. Demasiado tierno

—Me gustan tus caricias

—¿Y eso por qué?

—Es una sensación mágica, tibia, relajante —contestó—. Me siento como un gato en busca de cariño

—Un gato alienígena

Bromea y yo abro los ojos, contemplando su tierna sonrisa.

—Exacto, un gato alienígena

Esperaba que está burbuja nunca se rompiera y que está inevitable cercanía permaneciera así, flotando en el aire, completa y perfecta. Porque estaba completamente seguro que ahora mi vida no sería nada sin ella. Irina formaba parte de los ánimos que me acompañaban cada mañana, de la mayoría de mis pensamientos. Ella se convertía en el sol girando alrededor de la tierra y yo permanecía dispuesto a verla cada vez que su reluciente calor cruzaba cerca de mí.

El vínculo le daba un significado especial a está clase de afecto. Y con simples palabras no podría describirlo.

Sonriente asiento y lentamente la cercanía se va desvaneciendo. Quería permanecer un poco más bajo las luces de la noche, pero el frío calaba la piel de Irina e incitaba a que mis mejillas enrojecieran aún más.

—¿Entonces mañana prometes salir conmigo? —preguntó, ella mueve levemente la cabeza

—Claro que sí, llevaré algunos bocadillos

—¿No es ilegal llevar comida extra al cine?

Irina niega, pícara y feliz.

—Sí, según sus reglas, pero una caja de palomitas no es suficiente. Necesitamos algo extra

—¿Alcohol?, ¿helada?

—Una enorme bolsa de frituras

—¿Y en dónde se supone que lo guardarás?

—Ya lo verás —guiña un ojo—. ¿Nos vemos mañana?

—Por supuesto

Beso su frente y tras nuestra tímida despedida la veo desaparecer en el interior. Siento el corazón acelerado, las manos sudorosas y mi sonrisa, enorme y brillante, se mantiene intacta toda la noche.

Aún quería dar media vuelta y volver con Irina, pero era demasiado temprano.

Miraba el celular con insistencia escuchando los últimos reportes sobre los pacientes del área pediátrica. Niños con quemaduras, golpes, huesos rotos, tos severa o enfermedades que lamentablemente comenzaban a robarse la vida de cada uno se convirtieron en la lista larga de nuevas emergencias. Estar aquí, entendiendo sus casos era emocional y físicamente agotador.

Suspiro, no pude evitarlo. De eso se trataba mi trabajo y ni siquiera los avances tecnológicos podrían evitar tales dolencias. Pero ver a un niño sufrir te destruía de tantas formas.

Giro el rostro y miró la enorme pantalla en la sala de juntas, la fotografía de una niña se mantiene intacta mientras el médico señala su caso paso por paso. Tiene cáncer y las quimioterapias han comenzado a fallar. La única solución es volver a intentarlo, con algo más fuerte y doloroso. Y ella, tan pequeña e inocente, no se rinde. Sigue soñando con algún día dejar el hospital y convertirse en una gran cantante.

Mi corazón se estruja al ver sus ojos brillantes. ¿Cuánto más tendría que sufrir?

—Un momento —la voz del médico principal irrumpe la presentación mientras mira la puerta de cristal, una joven enfermera entra y sonríe tímidamente—. ¿Qué ocurre, Alice?

—Lo lamento, doctor, pero hay un visitante. Desea ver al doctor Almond

Sus ojos coquetos me observan y el lapicero azul cae de mi mano ante la sorpresa.

—¿A mí?, ¿quién me busca?

—Un hombre, dice que lo conoce. Y mencionó a la señorita Irina como referencia

Mis labios se abren y sin palabra alguna abandonó la sala de juntas.




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