꒰ Irina꒱
Me muevo por la cocina intentando buscar ese bendito y escandaloso portavasos. Es un objeto pequeño, con la forma de un árbol navideño sin ningún tipo de decoración, de color verde y con algunos rasguños causados por Mayonesa, pero es un objeto que siempre desaparece. Y, aunque intento guardarla en un lugar estratégico, por alguna extraña razón abandona su lugar.
¿Será que ese portavasos es un nuevo tipo de alienígena, tiene vida propia o es una máquina inteligente?
Suspiró, finalizando mi búsqueda y acomodando mi cabello. Debería dejar de ver tantas películas de ciencia ficción.
De nuevo en el sillón me concentro en el colorido televisor en donde una reciente noticia ocupa el diario matutino. Una nueva nave espacial, que hace mucho se perdió en el espacio, llegó finalmente a su destino. Cientos de alienígenas pudieron aterrizar y reencontrarse con los suyos.
Entre el tumulto que invade el inesperado aterrizaje logró identificar al líder de los recién llegados, sonriéndole a sus amigos con alegría mientras mira todo con suma curiosidad. Los periodistas se mueven apresurados intentando capturar las primeras palabras de los nuevos residentes, pero fracasan en su intento.
Y con el letrero Nuevos habitantes, nave espacial pérdida aterriza en la Tierra brillando en la pantalla me sumo en un cómodo silencio.
Tal vez estoy demasiado ansiosa por ver pronto a Almond o porque tengo un presentimiento que me mantiene inquieta desde hace 20 minutos. No lo sé, pero mirar la ventana con insistencia o concentrarme en los sonidos del exterior parecen mi tarea favorita este día. Sobre todo, si me encuentro con la renuente y fascinante voz de Yen cantando a todo volumen en la terraza.
Mi gato se sube al sillón y se posa a mi lado con elegancia. Sus grandes ojos dorados vagan hacía la televisión y hay un poco de curiosidad en ellos, como si los extraños extraterrestres fueran un juguete novedoso. Esa es la misma forma en la que mira a su veterinario, curioso y atento, aunque algunas veces este menciona tener miedo a que sus antenas sean demasiado llamativas para Mayonesa. Últimamente el color verde parece captar su atención de una manera indescriptible.
Tal vez se lanzará sobre Almond a penas lo vea. Acaricio su cabeza y dejó que el tiempo pase, lento, pero seguro. Y sigo pensando en Almond.
Y en Damián.
—Probablemente todavía tengamos más noticias cuando podamos hablar directamente con nuestros nuevos visitantes… —la periodista cierra la transmisión con una enorme sonrisa en los labios y cierro los ojos por un instante, algo cansada. Esa búsqueda fracasada ha dejado mis rodillas completamente adoloridas y rojas
Segundo después se oye una bocina y mi curiosidad me lleva hasta la puerta de mi casa. ¿Será Almond?
Mis dedos tiemblan sobre el pomo cuando segundos después alguien toca con suavidad y paciencia. Relamo mis labios, acomodo mi cabello y finalmente abro. Pero mi corazón se detiene y esa amarga sensación que me albergó las últimas semanas parece desvanecerse. Me encuentro cohibida, triste y extraña. Y es que no lo había visto en tanto tiempo que me siento como una extraña.
Damián sonríe bajo el umbral de mi puerta.
—Hola, hermanita
Su voz es suave, pero cansada. Pequeñas ojeras se visualizan bajo sus ojos y su cabello desordenado parece indicar que ha estado inquieto y nervioso. ¿Cómo no estarlo? Incluso yo, apretando las mangas largas de mi vestido, intento controlarme.
—Damián —su nombre sale de mis labios como una canción triste, mi garganta palpita y un nudo va formándose en él—. ¿Qué haces aquí?
Él sonríe, con las manos en sus bolsillos. Eleva los hombros sin dudar.
—Tu amigo extraterrestre me trajo aquí
—¿Almond?
—Sí, está afuera. Quiere darnos espacio —comenta—. Y creo que tiene razón, todavía no confió en él
—Pues no es tan malo como piensas
—Creeré en ti
Intentó calmar la ansiedad de mis manos y me aparto de la puerta. Con un gesto suave lo invito al interior, mi hermano duda, pero calmado ingresa.
Su curiosa mirada evalúa cada centímetro del apartamento, desde la televisión encendida frente al sillón, los cuadros que decoran una pequeña parte de las paredes, hasta al vanidoso gato sobre el cojín que lo mira con recelo. Pero esa curiosidad provoca que su sonrisa crezca y sus ojos brillen por algún sentimiento que no puedo comprender aún.
—Entonces… —dudo, llamando su atención—. ¿Quieres algo de beber?
—No, estoy bien
—Te ves cansado, ¿dormiste algo?
Damián suspira, derrotado.
—Últimamente no
—¿Por qué?
—Voy a divorciarme
Su rápida respuesta me causa una gran sorpresa e intento entender los motivos de su decisión, aunque realmente sepa la razón.
Mi hermano se casó por obligación o, en simples palabras, por un trato que mis padres llevaron junto a otra familia de empresarios. Unirían sus fortunas y privilegios para crear algo más grande, sin embargo, nadie notó como esos dos jóvenes que llegaron al altar sin conocerse parecían sufrir todo el tiempo. Porque no se amaban, tenían intereses, gustos, sueños completamente diferentes.
Damián al fin y al cabo siguió las órdenes de mis padres pensando en mí.
—Lo siento —susurro
—¿Ahora te disculpas a menudo?
—Damián sabes la razón por la cual me disculpo
—Lo sé, pero no es tu culpa. Tú no tienes la culpa ¿entendido? Fue el destino, además, ahora soy un adulto y puedo decidir si quiero o no seguir casado —él me oye suspirar y apartar la mirada intentando esconder la culpa que me invade—. Ambos lo decidimos
—¿Ella también quería esto?
Damián asiente.
—Estaba cansada y la entendí. Fue forzado y estúpido, no podíamos seguir con algo que nunca tendría un nombre. Probablemente nunca llegaríamos a fingir que todo marchaba bien