꒰ Irina꒱
Seguía asustada y no porque me disgustará la asfixiante sala de emergencia de aquel gran hospital, era la sangre seca que todavía permanecía en mis manos, en mi ropa, en mi cuerpo. Pero también el terror de sus ojos volviendo a mi memoria y como cada segundo temía que él ya no fuera capaz de respirar.
Almond había sido herido con un arma punzocortante por un desconocido, un joven hombre de pupilas alteradas, voz ronca y sonrisa macabra que justificaba su accionar como una obra de Dios, esa fue su única excusa. Gritaba que habíamos sido perdonados, que ya no debíamos temer al enfado del gran señor, que ahora todo estaba bien. Cuando realmente nada lo estaba.
Rememoró los acontecimientos buscando tranquilizarme. Y solo lo veo a él, tirado en el suelo, con la respiración cortante y la bulliciosa ambulancia escuchándose a la distancia. Esto no ayudaba.
La angustia había invadido mi cuerpo en el trayecto, no podía parar de llorar y no fui capaz de soltar la mano de Almond hasta que se alejó por ese largo pasillo. Eso había sido hace tres horas, nadie salía, nadie entraba, de vez en cuando solo se escuchaba la bocina llamando a los médicos.
Y yo quería correr hacía él.
Suelto un suspiro pesado y continuó moviendo de forma nerviosa mi pierna derecha. Es un vaivén, una secuencia lenta y me concentro en no perder el ritmo para permanecer quieta, aunque verdaderamente no quiera hacerlo.
—Respira hondo
Escucho la voz de Damián tornarse suave y paciente mientras permanece sentado a mi lado, con su mano acariciando mi espalda y la otra sosteniendo mi mano.
—Eso hago, realmente lo hago
—No lo estás haciendo —regaña y tras una breve pausa continúa—. Te mueves de forma frenética, te causarás un ataque nervioso, Irina
—¿Ahora no puedo estar preocupada?
Mis ojos arden y contengo el gemido doloroso en mi garganta.
—Puedes estarlo, pero no lo ayudarás si continúas así. Sentirá tu dolor, eso no es bueno para ninguno de los dos
—Yo siento el suyo —muerdo mis labios. Mi mano vaga hacía mi pecho, arrugó la tela en un crudo puño y cierro los ojos. Por supuesto que siento su dolor, es rápido y fuerte, agobiante, frustrante. Son tantas palabras que detengo mis pensamientos cuando siento que no podré contabilizarlos y abro los ojos con pesar—. No quiero que le pase nada malo. Yo…
Trago el nudo en mi garganta.
—Estará bien
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó, Damián sonríe de forma melancólica
—No me hagas responder eso
—Que bueno eres consolando a las personas —ironizó
Mi hermano suelta una risilla y se convierte en algo reconfortante.
Eso no significaba que estaba olvidando el verdadero motivo de mi inquietud, pero pensar tanto provocaba que ese horrible dolor de cabeza incrementará. Aquella zona palpitaba cuanto más pensaba en él, en su imagen tan viva y asfixiante.
¿Algún día podría olvidarla? Pensándolo bien, sería una tarea difícil.
—Concéntrate en tu respira
—Lo haré —respiro y avanzó dos peldaños antes de retroceder—. No puedo
Un sollozo escapa de mis labios y soy vencida por mi falta de valentía.
—Irina…
—¿Cómo se supone que sea fuerte? Nadie me dice nada, no hay ninguna persona que me diga algo sobre Almond. No, ningún médico o enfermera se ha dignado a venir. Solo me dejan con está intriga como si estuviera hecha de hielo, como si no sintiera su dolor. Yo solo… —lloro con los labios temblorosos—. No puedo más, realmente necesito estar a su lado
—Lo entiendo —susurra—. Lo entiendo, hermanita
Hay un breve silencio, que me reconforta de alguna manera. Mis manos dejan de temblar y recupero mi respiración mientras miro esa puerta, aquella que no ha sido abierta hace tres horas.
—Regresará ¿verdad?
—Por supuesto, alguien vendrá a decirnos algo sobre Almond pronto
—No me refiero a ellos, hablo de Almond. ¿Regresará a casa conmigo?, ¿lo crees? —insisto, Damián suspira
Siento que no lo cree posible.
—Lo hará, he visto algo interesante en su mirada
—¿A qué te refieres?
—Cuando hablábamos de ti, vi lo importante que eres para él. Estaba en su voz, en su mirada, inclusive en la forma como se expresaba. Él te ama, Irina
—Lo he notado
Lo hice, por supuesto que sí, pero era complicado avanzar y lanzarme a sus brazos cuando, inevitablemente, todavía quedaban heridas por sanar. Aunque Almond fuera diferente y me hiciera sentir a salvo con tan solo tocarme.
—Entonces confía en que estará bien y que volverán a casa —con un leve apretón agradezco sus palabras—. Espera, un segundo, ¿viven juntos?
—No, no vivimos juntos
—¿Piensas vivir con él en algún momento?
Ahí estaba mi hermano mayor, preocupado por cada detalle.
—Prometo que serás el primero en saberlo
A Yen no le gustará esto.
—Bien, me agrada la idea
Un destello en mi memoria me hace avanzar y recostar mi cabeza sobre su hombro, vuelvo por un segundo a ser niña. Vuelvo a sentir que su presencia es demasiado cálida, como esos días donde el mundo se volvía inmenso y me aterraba la idea de irme lejos de ahí.
Fue antes de que el deseo de ser libre se convirtiera en mi mayor sueño, antes de esto, antes de ser consumida por el miedo.
Tomó el control de mi respiración, de mis latidos, del temblor insistente de mi pierna y esperé, deseando que el tiempo no fuera tan largo. En ese silencio me hice demasiadas preguntas, algunas no podrían ser contestadas y otras guardaban el anhelo de verlo pronto, sonriéndome como siempre, tan dulce y perfecto, pero a salvo como realmente debía ser.
¿Él estaba bien?
¿Por qué tardaban tanto?
¿Cuánto más aguantaría sin que la angustia me consumiera por completo?
Entonces dirijo mis ojos hacía el bonito reloj que cuelga sobre la puerta, el número cuatro me avisa que ya han pasado cuatro horas desde que Almond ingresó a cirugía y los segundos continúan corriendo. Alejo la mirada de ahí al sentir mi cuerpo nervioso. Y son las paredes blancas mi nuevo punto de concentración, su color tan simple me hace sentir frustrada. Sabía que la mayoría de hospitales mantenían una decoración prudente, pero ¿eso a veces no creaba una enfermiza y sofocante sensación?