꒰ Almond꒱
Sus ojos recorren la habitación con timidez y sé que Irina no quiere enfrentarse a la renuente mirada de Max, ni a la presencia de mi madre. Era como un momento incómodo que nadie quería romper, ni siquiera yo. Porque durante ese breve silencio podía admirarla aún más.
Contemplando el tono rosado de sus mejillas, lo rojizo de sus labios y la intensidad de su piel bajo la luz de la tarde. Mis dedos pican por volver a tocar su suave piel y explorar esa sensación mientras la besaba. Fue un momento extraño, pero que ninguno de los dos quiso detener. Estábamos sumidos en aquella magia, escuchando sus latidos, envueltas en el calor de nuestros besos hasta que abruptamente todo se desvaneció.
Y no lo podía negar, me moría de ganas por volver a besarla, pero... No se podía, no cuando dos personas estaban demasiado renuentes a quedarse por mucho tiempo.
—Entonces... ¿Son oficialmente pareja? —mi madre rompe el silencio y su mirada pasa de Irina hacía mí, expectante por una respuesta
Esto era algo incómodo.
—Yo creo que sí —susurra Max, pero mi madre lo ignora
—Aquella escena fue...
—Intensa —Max parece disfrutar del momento, con esa coqueta y brillante sonrisa adornando su rostro sonrojado—. Digo, ¿vamos a negar que fue intenso? Porque ese beso estaba cargado de pasión, de amor, de, de... Lo que sea, fue intenso
—Eso suena inapropiado de su parte
—Lo siento, señora...
—Mi nombre es Gaia, Gaia Mckenzie Bower
El humano se muestra sorprendido y pronto le sonríe con amabilidad.
—Tiene el nombre de una diosa
—Muchos humanos me lo han dicho —responde mi madre con gracia—. ¿Su nombre cuál es?
—Max, solo Max. No me gusta usar mi apellido
La mirada de Irina se suaviza cuando de repente la conversación parece haber tomado otro rumbo. Puedo verla, todavía inquieta sobre su lugar, pero con los labios dibujando una pequeña sonrisa.
—Dígame, Max, ¿crees tú que esto significa que son oficialmente una pareja?
—Por supuesto que sí, desde hace tiempo que se tienen ganas
—¿Se tienen ganas? —mi madre pregunta, de manera inocente. Era evidente, no solíamos usar muy a menudo las singulares palabras que los humanos parecían describir en cada acción o deseo—. ¿Qué significa esa palabra?
—Oh, es tan dulce. Me refiero a que ambos, desde hace mucho tiempo, desean besarse, amarse, etcétera. En conclusión, son demasiado tímidos y tontos para admitirlo. Y no estoy seguro de quién dará el primer paso en está relación...
Cuando su comentario finaliza, me doy cuenta de dos cosas.
La primera, Max ha cruzado los brazos y con una larga mirada nos ha regañado en completo silencio.
La segunda, que mi madre parece haber comprendido por completo las palabras del humano.
Deseaba tanto pedirles que se fueran y me dejarán a solas con Irina, no por mi deseo de pasar estás últimas horas de visita junto ella ni que quisiera besarla nuevamente, sin embargo, necesitábamos un respiro. Y Max ni mi madre parecían entenderlo.
Me muevo de mi lugar intentando acomodarme sobre las colchas, la herida palpita y ahogó un sonoro quejido.
—Almond ¿qué tienes que decir sobre esto? —las antenas de mi madre vibran, luce de repente inquieta
—Creo que ambos debemos conversar sobre eso, ¿no lo crees?
—Pues soy tu madre, me preocupa que no quieran darse cuenta de lo que sienten o que ella... Te rechace
—No lo haré, no voy a rechazarlo, señora
Mi corazón palpita con rapidez cuando escucho la voz de Irina interrumpir mi casi respuesta.
Sus preciosos ojos me observan y luego se detienen en el rostro de mi madre. Relame sus labios y carraspea, como si sintiera que en cualquier momento no podrá procesar nada más que quejidos.
Se ve tan tierna que mi cuerpo reacciona de inmediato y las ganas de abrazarla incrementa, pero es aún más profunda cuando escucho su seguridad volviendo a repetir que no por nada del mundo rechazará lo que siento por ella. Eso se convierte en una caricia en el alma, hasta lo más recóndito y sensible.
—Yo estimo mucho a su hijo, es una gran persona... Extraterrestre. Bueno, me refiero a que él es grandioso y no ha dejado de cuidarme. Rechazarlo sería un completo error
—¿Lo amas? —mi madre pregunta
—Realmente no sé cómo expresar amor, lo juro soy muy mala para eso, pero puedo confirmarle que siento algo muy profundo por Almond
Sonrío, ¿cómo puede ser tan perfecta?
—Ya veo —susurra
—Fue sincera, y lo digo porque literalmente la conozco —añade Max, con mucha seguridad
—¿Eres su amigo?
—Más que eso, soy su hada madrina
—¿Hada madrina?, ¿qué significa eso?
Irina ríe, endulzando mis oídos con su dulce risa.
—Alguien que tiene poderes y te ayuda a tener un cambio de look, o mejor dicho, a tener tu final feliz
—¿Y tú tienes magia, Max?
—Lamentablemente no, Gaia. Pero si tengo otra clase de magia en los dedos —sacude sus manos con misterio
El tema queda de lado y ambos se funden en una conversación inesperada.
Max cuenta su experiencia como repostero como si fuera una vieja anécdota y mi madre escucha, sonriente y pacífica. Eso me permite guardar silencio y contemplar a la mujer que llena mi cabeza de sueños perfectos. Sigue sentada, pero la inquietud ha abandonado su cuerpo. Luce más relajada y tranquila que cuando nos miramos no puedo evitar flotar hasta la luna, las estrellas o lo recóndito del universo. Pero ella me lleva a un mundo cálido.
Me entrega una sonrisa y la última media hora de visita, solo estamos nosotros dos, mirándose fijamente y deseando decirnos tantas cosas.
Esa misma noche, observó la televisión con aburrimiento y deseo que amanezca pronto.
Irina prometió volver a visitarme mañana, con una enorme bolsa de papas fritas, una suave almohada y un nuevo peluche de dinosaurio que añadiré a mi colección. Cada minuto que pasaba las ganas de verla de nuevo aumentaban.