꒰ Almond꒱
A la mañana siguiente ya puedo moverme con mayor facilidad, y aunque la herida todavía continúa palpitando, al menos sé que está noche podré dormir con más tranquilidad sin tener que quejarme por cada movimiento que hago. Y es que anoche ni siquiera pude cerrar los ojos por completo, me la pasé en vela durante largas horas, despertando sin parar, intentando encontrar una posición cómoda, quejándome, resoplando e inevitablemente pensando en Irina.
Todavía pensando en aquel beso, todavía sintiendo su cuerpo tan cerca del mío.
Suspiró. Estaba inquieto, sentado frente a la ventana, con la almohada entre mis brazos y la mirada fija en la multitud. Buscando a esa preciosa mujer que me hacía palpitar el corazón sin parar. Su presencia me animaba, era como si estar cerca de ella me trajera tanta paz. Una que me hacía sentir completo, pleno y feliz.
El vínculo había comenzado a fortalecerse. Ese lazo que me llevó hacia ella un día cualquiera, hoy se sentía como algo inquebrantable. Se sentía como el más hermoso sueño del cual no quería despertar.
Tras un suspiro, vuelvo mi atención hacía el exterior. La gente se mueve de un lado al otro, entrando y saliendo del hospital. Las ambulancias se escuchan cerca y la suave voz de la enfermera en la bocina resuena en el pasillo, pero entre tanta bulla solo me concentró en escucharla a ella. Reconozco el sonido de sus pasos, son lentos, precisos y bajos. Crean un armonioso camino sobre el asfalto mientras ella no pierde el ritmo. Irina parece un hada volando entre las flores.
Es simplemente majestuoso.
Enderezo mi cuerpo al escuchar a mi padre entrar a la habitación, lleva una pequeña maleta en la mano y el cabello completamente ordenado. Nota la sonrisa sobre mis labios y se acerca, cauteloso e interesado.
—¿Sigues pensando en Irina? —pregunta
—Es inevitable no pensar en ella, padre
—Lo mismo dijiste ayer —suspira—, ¿por qué no la esperas recostado en lugar de estar ahí incómodo? Recuerda que tu herida todavía no ha cicatrizado completamente
—Quiero verla llegar
—Ansioso... —refunfuña—. Tu madre se enojará si te ve sentado cuando te pidieron que descansarás
—Ella lo entenderá
—¿Estás seguro de eso?
—Por supuesto, ella sabrá que mi emoción es comprensible. El vínculo es así, simplemente inevitable y hermoso
—¿Eso fue un suspiro? Aquella humana te tiene tan enamorado que comienzo a preocuparme
—¿Te preocupa que este tan enamorado?
—Un poco —responde con tranquilidad y suelta una risilla comprensiva—. Solo bromeaba. Realmente me alegra saber que encontraste a tu vínculo, Almond. Ella es una buena chica
La sonrisa de mi padre crece y su mano aprieta la mía con suavidad.
—Gracias por comprender
—¿Y por qué no lo haría? Sabíamos que algún día encontrarías a la persona indicada y que serías completamente feliz. Todos merecemos amor en nuestras vidas, Almond. Aunque los humanos, algunos, consideren que el amor no es lo más valioso en la vida
—Irina no piensa eso, pero tal vez en algún momento de su vida lo pensó —susurro
—¿Ella ha tenido algún contacto con sus padres?
—No desde que se fue de su casa
—Entonces ya sabes que debes hacer ¿no? Dale todo el amor del mundo, escúchala, hijo. Apóyala, no la juzgues sin antes detenerte a pensar cómo se encuentra ella, abrázala, hazla reír y lo más importante, no sueltes su mano. Porque desde el momento que ella entra a tu vida se convierte en tu mundo. Sana esas heridas que con el tiempo no han cerrado. Aún más si ella es tan vulnerable con el pasado
—Lo tengo siempre en cuenta —sonrío—. Gracias por recordármelo
—Me alegra que no seas tan olvidadizo como yo
Reímos y me acostumbró a este momento.
Siempre he podido contar con mi padre. Cuando navegábamos por el universo, me sentaba frente al inmenso cristal trasero y veía a las estrellas alejarse. Tenía la vista más magnifica que jamás se halla podido fotografiar, porque cuando lo miras directamente es aún más hermoso. Por eso me gustaba ese momento, en silencio, escuchando al universo. Y a mi lado estaba mi padre, con su característico traje blanco y esa sonrisa peculiar.
Charlábamos durante horas imaginando cómo sería nuestro nuevo hogar, preguntándonos que maravillas descubriríamos ahí.
Si en ese entonces hubiera sabido que nuestra llegada a la tierra cambiaría por completo las creencias de mi especie, habría estado ansioso, frente a la puerta principal de la nave, contando los minutos, segundos, las horas, para llegar. Porque mi pequeño corazón no lo sabía, pero en este planeta me esperaba el más grande amor. Me esperaba mi preciosa Irina.
Tal vez algún día pueda llevarla a conocer el universo, tomados de la mano, sentados frente a la vista plena del silencioso universo. Y ahí, alumbrados por la cálida luz de la luna, la besaría lentamente.
Debería guardar esto como idea de cita romántica ¿no?
—¿Qué opinas de conocerla formalmente en una cena? —mi padre interrumpe mis pensamientos—. Claro, después de que te recuperes. Una cena con ella, su hermano, ese tal Max y Yen ¿no?, ¿ella es la mujer que cuida de Irina?
—Sí, te agradará. Cocina de maravilla
Mi padre se inclina.
—¿Ella sabe preparar pasteles?
—Intuyo que sí, pero mi adorada Irina es pastelera. Y hace los panecillos más ricos de todo el mundo. No, me equivoco, del universo
—Oh, que adorable. Debe darme clases de cocina entonces
—Estoy seguro que le encantará
Coloca su mano en mi hombro y me brinda un leve apretón.
—Solo no olvides algo, hijo. Ahora comienza algo que no podrás describir con palabras, algo fantástico y precioso
Sé que mi padre tenía razón. ¿Cuándo no la tenía?
Se pone de pie y deja la pequeña maleta sobre la cama, lleno de paciencia comienza a sacar un par de pantalones holgados, algunas medias gruesas y mi manta favorita. Estoy seguro que a Irina le gustará el estampado de osos gruñones. Infantil, tal vez, pero solía sacarme una sonrisa.