Mi chico de las estrellas

24⋆.˚ Aquí, contigo

꒰ Irina ꒱

—Tranquila, todo estará bien

Su voz me tranquilizaba, pero yo no podía dejar de mirar a ese hombre.

Estaba sentado en el estrado, escuchando las palabras del abogado, viéndolo recorrer la sala con elegancia mientras enumeraba cada uno de los delitos cometidos durante estos largos años. Se mostraba como el ser más frío e indiferente del mundo a pesar de las constantes observaciones de los jueces y el público. En él no había ninguna pizca de culpa.

Eso me hacía enojar aún más.

¿Acaso no sabía la magnitud de sus acciones?, ¿no comprendía lo que su actitud causaba?, ¿no sentía la más mínima empatía por los afectados? Tal vez nunca lo podría ver con claridad, pero odio verlo ahí, tranquilo, en su propio mundo, ignorando la ansiedad que me consumía cada segundo. Mi cuerpo pedía que borrará esa monstruosa sonrisa de su rostro, las ganas de romper la distancia y dejarme llevar por mis impulsos cada vez era más grande.

Porque fue ese hombre quién me hizo temblar asustada, sosteniendo el cuerpo herido de Almond, preguntándome si esa sería la última vez que podría ver sus preciosos y brillantes ojos.

—¿Por qué no luce arrepentido?

—No lo sé, me gustaría mucho saber sus razones, pero solo nos queda dejar que la justicia haga su parte en este momento ¿no? Hay cosas que no podemos hacer, Irina

—¿Y si lo dejan libre?, ¿y si vuelve a buscarte?, ¿qué pasa si te lastima de nuevo? Tú... —suspiró cuando me percató que he sido demasiado intensa con mis propias palabras—. ¿Cómo es que reaccionas con tanta tranquilidad?, ¿recuerdas que fuiste herido por ese hombre?

Almond aprieta mi mano y tras un lento movimiento besa mis nudillos, dejándome sentir lo tibio y suave de sus labios. Era una sensación cálida, placentera, reconfortante.

La misma sensación que recorría mi cuerpo cada vez que estaba a mi lado.

—Lo hago por ti, no quiero que pienses más en eso. No me gusta sentir tu tristeza, no me gusta que te odies por algo que definitivamente no fue tu culpa

—No puedo evitar sentirme culpable —susurró

—¿De verdad tenías tanto miedo de perderme?

Veo su juguetona sonrisa asomar en ese sonrojado rostro. Su astucia me sorprende, ¿quién le enseñó esos trucos de seducción?

Sonrió, olvidándome del verdadero motivo por el cuál mis manos sudaban.

—Sí, y mucho, señorito atrevido

—Oh, ¿ahora soy atrevido? —susurra

Una risilla surge de mi garganta, la vergüenza me invade y ambos, como dos niños asustados, miramos alrededor. Nadie nos observa, todos siguen esperando que las palabras del abogado principal terminen y el dictamen final pueda oírse.

Yo esperaba lo mismo, algo que pudiera aliviar está sensación.

—Me siento como un niño pequeño ¿sabes?

—¿Un niño pequeño que intenta ignorar que estamos en pleno juicio? —inquiero, él niega sin borrar esa bonita sonrisa sobre sus labios

—Sí, pero soy un niño pequeño que intenta hacerte reír. Después de todo, lo conseguí ¿no?

—Completamente

—Que bueno, porque ese fue mi principal objetivo

Adormecida por su cariño recuesto mi cabeza sobre su hombro y vuelvo a escuchar las palabras que resuenan en ese intenso silencio.

Hay una explicación casual, el ritmo de la voz del abogado incrementa y mira brevemente al acusado antes de alejarse dando por terminada su defensa. Declara que ha concluido y solicita que la justicia sea imparcial o los cargos podrían llegar hasta una justicia mayor, creando un gran conflicto con los visitantes de otro mundo.

Y eso era lo que menos necesitaban.

Suspiró, aprieto la mano de Almond y me zambullo en la imagen incógnita del hombre con esposas y traje naranja. Parece que ha dejado de pensar, que se ha desconectado de su propia realidad. Con una sonrisa débil detiene su mirada en el juez de cabecera, titubea, pero no hay ninguna palabra de su parte y sin previo aviso deja de observarlo para esconder su rostro bajo su propia sombra.

Entonces ¿se rindió?, ¿dónde están ahora esos ojos inyectados en odio?

—Todo pasará pronto

Almond susurra y le creo.

Y tras unos minutos largos, cada persona en el gran salón guarda silencio. El juez principal remueve unas cuantas hojas entre sus manos, mira a sus compañeros con una decisión y solicita que el acusado se ponga de pie en medio de tanta tensión. Yo tiemblo cuando siento que algo podría salir mal.

No debía pasar.

Todo tenía que terminar con su condena, tras rejas gruesas y visitas cortas. Debía quedarse ahí, superar sus pensamientos, dejar de atormentar a los demás con sus nefastas palabras. Abandonar la idea de cambiar el mundo cuando ni siquiera era capaz de dar las razones correctas. Y tal vez de este modo podría borrar de mi cabeza que aquel día Almond estuvo a punto de soltar mi mano para siempre.

Aferrada al adorable extraterrestre, detengo los movimientos involuntarios de mis piernas y suspiro rogándole a mi corazón tranquilidad.

—Tras haber escuchado las palabras del abogado de las víctimas, al representante de la agencia espacial internacional y la defensa del acusado hemos llegado a una minuciosa decisión. Ante los cargos de intento de asesinado, asesinato en primer y segundo grado, posesión ilegal de armas de fuego y otros cargos el juzgado ha tomado deliberado sobre la condena —hay un par de susurros, bajos, pero agitados que se mueven alrededor de nosotros—. Cada delito cuenta con una cantidad de años que suman, por lo visto, un excesivo número de años. Por lo cual, se le dará al acusado cadena perpetua por los cargos señalados y comprobados, como también por los cargos que seguramente se irán sumando en los próximos días. Dicho esto, el caso queda finalizado y abierto a próximas acusaciones

Y respiro hondo, extrañada, orbitando alrededor de la habitación. Se sentía completamente irreal.

Nadie aplaude, nadie dice nada, Almond sonríe mientras besa mi mejilla y aquel hombre es llevado, a duras penas, de vuelta a su celda. A pesar de escuchar las palabras agitados de su abogado, él no se inmuta y simplemente mueve su cuerpo con pereza.




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