꒰ Irina ꒱
Gaia está de pie en la sala, observando al minucioso gato que tengo de mascota reposar sobre el sillón. Su elegante porte no muestra ninguna pizca de intimidación ante el pequeño felino, es más, Mayonesa parece interesado en esa brillante y preciosa mirada o probablemente en sus antenas. Es como una lucha silenciosa, curiosidad versus cautela. Y no se sabe quién podría ganar.
Ella suspira y guía sus dedos hacía la peluda cabeza del gato. Este se retuerce bajo su tacto algo desconfiado, pero segundos después está recostado, con la panza al aire y sus coquetos ronroneos llenando el pacífico silencio de la sala.
Creo que, después de todo, ha sido cautivado. Almond sonríe ante la escena dándome una corta, pero dulce mirada.
—Él es cariñoso, bueno... No con todo el mundo, peor si olvidas darle su comida a tiempo
Gaia, silenciosa, asiente ante mi comentario.
Y yo contengo todos mis miedos, siento que por alguna razón ella no confía en mí o estoy divagando sobrecargada por mis propios pensamientos. Respiró hondo y la tibia mano de Almond sostiene la mía, sentado a mi lado, en ese cómodo sillón.
—Mayonesa fue vencido por mi encantadora madre. ¿No es increíble, Irina? Pensé que terminaría enloqueciendo por su presencia o hasta huyendo
—También lo creí —susurro—. Viéndolo ahora, tal vez decida cambiar de dueña
—Oh, no. No creo que a mi padre le agrade la idea de tener un gato en casa
—¿Por qué?
Gaia me observa, con suavidad y paciencia.
—Por alguna extraña razón para mi esposo los gatos son su mayor miedo en la vida —contesta—. Y como es un animal que no forma parte de nuestra especie, él tuvo una primera impresión que fortaleció ese miedo
—Debió haber sido aterrador...
—Digamos que sí, no siempre te cae un gato en la cara mientras caminas
—No puedo juzgarlo, yo dormí con una enorme araña en la almohada. Espero que superé su miedo a los gatos, lamentablemente este planeta está lleno de ellos y será difícil evitarlos
—Lo sé, pero son temas que no lograré entender. Así como un humano le puede tener miedo a una tormenta, nosotros también le tenemos miedo a cosas grandes o pequeñas. ¿Alguna vez has oído hablar de los agujeros negros que hay en el espacio?
—Sí, son aterradores
—Pues existen cosas peores en el universo que un humano aún no debe conocer
Eso realmente no suena como un agradable tema que deba saber.
—No la asustes, madre
La voz de Almond me sobresalta.
—No intento asustarla, solo prevenirla —susurra—. No daré más detalles sobre se tema, eso te lo dejaré a ti
El adorable alienígena suspira, pero no refuta.
Entre ese silencio Mayonesa salta del sillón hacía el suelo, sumido en una profunda elegancia lame sus patas y se estira para finalmente alejarse por el pasillo. Su cola alta indica que está feliz de haber recibido tantos mimos, aunque presume más el simple hecho de que hoy ha demostrado que es dueño de esta casa y que nadie puede contra él.
Eso provoca que el ambiente cambie, Gaia sigue de pie y su mirada recorre la pequeña sala. Observa cada objeto, cada cuadro, las repisas ordenadas, los diminutos detalles y el vacío de aquellos cuadros familiares que se extiende en las paredes. Y yo comienzo a temblar.
¿Hay algo que no está bien?
¿Este lugar no es apto para Almond?
Me inquieto, recuerdo que él necesita reposar, pero... Mi cama será suya está noche, yo puedo dormir tranquilamente en el sillón o en el suelo, da igual. Almond debe estar cómodo, seguro, sin presión en sus heridas, completamente relajado para recuperarse lo más pronto posible. ¿Entonces por qué siento que algo no está bien con su silencio?
—¿Hay algo que necesité?, ¿quiere ver mi habitación?
Sonó tan desesperante que hasta Almond me observa con curiosidad.
—¿Tu habitación?, ¿por qué debería ver tu espacio intimo?
—Porque Almond se quedará conmigo, digo... Tal vez se sienta insegura con esta decisión y yo lo entendería, no tengo habilidades en medicinas. Apenas y sé cómo curar mis rasguños
Y luego de tantos minutos de angustia, Gaia me regala una sonrisa.
—Todo está bien, Irina. No tienes que preocuparte, es solo que... —suspira, tras una breve interrupción—. Ha sido un día agotador, lamento mi comportamiento
—No, no, para nada. Lamento hacer esa pregunta, sonó tan extraño. De igual forma prometo cuidar de Almond, no dejaré que pase una mala noche. Digo, me refiero a dormir. No dejaré que duerma incomodo, me encargaré de eso
Gaia ríe y Almond la imita.
¡Diablos, Irina! Tienes que empezar a controlar esos titubeos absurdos.
—Confió en ti, pero recuerda que también debes cuidarte
—No te preocupes, madre. Seré su guardián
Él sonríe, de la manera más dulce y tierna que mil mariposas revolotean en mi interior. Siento esa descarga eléctrica atravesar mi piel, acariciando cada centímetro de mi cuerpo, haciéndome vibrar, provocando que deseará observar sus ojos toda la noche.
Pero tal vez mi timidez me lo impediría.
¿Cómo te acostumbras a su presencia cuando llevas mucho tiempo viviendo sola? No oía pasos en los pasillos, ni alguna voz susurrando algo en medio de la noche, tampoco captaba otra respiración, no había nadie rondando alrededor, sin embargo, ahora escuchó cada uno de esos detalles.
Y me hacen sentir extraña, entusiasmada.
Gaia había abandonado mi hogar hace tan solo unas horas tras asegurarse que tuviéramos una buena cena. En el tiempo libre Almond y yo miramos televisión, sentados en el mismo lugar, cerca el uno con el otro. Sentía sus dedos apretar mi mano con suavidad y la necesidad por recostar su cabeza en mi hombro se hacía cada vez más notoria. Él pensaba que no podía verlo, pero esos pequeños destellos en su cuello inclinado provocaban que sonriera. Un gesto tierno y tímido que volvía a grabar sobre él.