꒰ Almond ꒱
Me gustaba cuando sus ojos brillaban.
Lo hacían en momentos inusuales y repentinos, acompañados de gestos tiernos o diminutos. Arrugaba la nariz cuando algo llamaba su atención, a veces simplemente de la nada y en otras ocasiones cuando algo le molestaba. Mantenía la mirada perdida mientras divagaba en sus propios pensamientos. Y era en ese preciso momento que yo la veía, en silencio, mientras me preguntaba cómo podía ser tan perfecta.
Irina no lo sabía, pero se había vuelto aún más hermosa.
Tal vez era la fascinación por el vínculo o porque, de alguna manera, estaba sanando con su niña interior. Era un 'tal vez' que comenzaba a tornarse real y fuerte. Ella ya no parecía ignorar las historias de amor que escuchaba en la televisión, mostraba su vulnerabilidad de una manera desconfiada, pero necesaria. Sonreía sin miedo y no se alejaba. Comprobé que aquella mujer de gruesas murallas lentamente se desvanecía.
Así era mi dulce Irina, tan fuerte, preciosa y cálida.
Sonrió cuando la veo moverse apresurada por el pasillo, lleva una delgada vincha en la cabeza que sostenía los mechones rebeldes de su corta cabellera, se había puesto un sencillo polo azul con aquel pantalón que denominó como su 'buzo favorito' y se dispuso a preparar el mejor desayuno del universo. Yo creía en su confianza y en el talento que adquirió con sus clases de reposteria. Estaba ansioso por sentarme a su lado mientras el reloj sobre la pared corría y el mundo para nosotros dos se detenía.
Podría finalmente robarle un beso o decirle todo lo que mi corazón comenzaba a gritar. Tomar su mano, besar sus nudillos, abrazarla...
Pero sé que no podía adelantarme, no quería distraerla ni llamar su atención de alguna manera. Deseaba permanecer aquí, viéndola pasar, admirando cada parte de su rostro, dándonos miradas cortas y traviesas. Porque desde este lugar tenía la vista más perfecta de ella.
—¿Entretenido?
La traviesa voz de Yen llama mi atención y su cómplice sonrisa me hace apartar la mirada, sonrojado y nervioso, pero aún más asustado. ¿Cuándo llegó? Ni sentí sus pasos.
Ahora veía el motivo de su silenciosa entrada. Cargaba una pequeña olla en las manos, no tenía el mandil puesto ni el cabello cruelmente desordenado. Yen lucía tranquila, como si estuviera lista para una larga velada. O simplemente para entretenerse cuidando de mí.
Confiaría en las alternativas de Irina.
—Bueno, solo la estaba observando
—Una muy buena excusa, pero sé que te mueres por ella
—Moriría por Irina. De verdad lo haría
—Lo sé, lo sé. Es un simple comentario, querido. Es muy temprano para asustarme —sonríe, calmándose—. ¿Cómo te sientes ahora?, ¿sigue doliendo la herida?, ¿has podido dormir tranquilo y sin molestias?
—Dormí bien y sin ninguna molestia. Realmente me siento mucho mejor, Yen
—Eso es algo bueno porque sino Irina hubiera enloquecido
—No quiero que enloquezca por mi culpa
Yen carcajea, de forma suave y discreta, sin querer llamar la atención de Irina, quien no aparta la mirada de la waflera.
—La buena vista te sirvió de ayuda ¿eh?
—¿A qué te refieres? —titubeó, sin entender la picardía de sus palabras
—Eres tan inocente
Suspira, con el pecho lleno de orgullo.
—Es la segunda persona en decírmelo
—¿Quién fue la primera? —indaga
—Irina —susurro, volviendo mi atención hacía la mujer de mis sueños
Oigo los latidos de mi propio corazón y siento esa tibia caricia cosquilleando entre mis dedos. Se siente tan bien que, por alguna extraña razón, está vez soy yo quien suspira.
—Ya veo —Yen responde—. Solo no te quedes viendo a Irina tanto, la pondrás nerviosa
Y sé lo que estaba insinuando.
Deja una suave palmada sobre mi mejilla y, con la pequeña olla todavía en sus manos, se dirige hacía la cocina. No sorprende a la preciosa mujer, ambas se concentran en algo que no puedo ver desde aquí, charlan un poco, pero la paz que se siente en este lugar es singular. Hay tranquilidad, una que me hace mirar sin aburrimiento a todos los lados.
Esperando, completamente embelesado.
Mi madre estaría orgullosa de mi recuperación, aunque sospechaba que se sentiría orgullosa de la atención y serenidad de Irina. De lo grandiosa que podía ser con gestos simples.
Sabría finalmente la razón por la cual mi corazón latía de está manera por ella.
Mientras cierro los ojos, puedo oler la colonia de Irina alrededor, impregnada en los esponjosos cojines, jugueteando entre el viento que se cuela por la ventana. No siento frío, es una agradable sensación que me hace temblar levemente aún más cuando la veo pasar. El lado contrario del sillón cruje bajo su peso y me regala una cansada, pero brillante sonrisa.
—Hola —saluda—, ¿cómo te sientes?
—¿Puedo ser sincero?
—Por supuesto —contesta
—Me siento bien, solo estoy algo ansioso por desayunar... —me sonrojo, avergonzado por lo que acababa de decir—. No me malinterpretes
—No lo haré —susurra—. Solo deja que Yen terminé la malteada para ti y podemos disfrutar de un buen desayuno ¿está bien?
—Claro. Tú... ¿Cómo te sientes?
—Bien, muy bien. ¿Me veo muy cansada?
Trago saliva con fuerza, completamente nervioso.
—Yo... Yo no quise decir eso
Pero su risa me detiene. Es suave, melodiosa, dulce. Mi corazón se remueve, mientras admiro su rostro en completo silencio.
—Está bien, lo entiendo. Eres demasiado dulce, Almond
—¿Lo soy? —inquiero, cautivado por lo que acababa de decir
—¿No lo crees?
Irina cambia de posición y recuesta su cabeza sobre mi hombro. Oigo la profundidad de su respiración, como si estuviera disfrutando aún más de este silencio.
—Lo creo —contestó, con un tono de voz suave y discreto
—Me alegra saber eso. ¿Quieres llamar a tu madre por teléfono para decirle cómo estás?