Mi chico de las estrellas

31. Cuando no suena tan mal

Irina

Aún seguía sintiendo frío, pero deambular por estos pasillos me hace olvidar por completo que haya afuera, entre la neblina, la garúa y el bullicio invernal, es difícil caminar por las calles sin tiritar. Y todo se debía a que los nuevos cambios del supermercado incluían calefacción. De este modo era más fácil comprar sin desmayarte por el frío.

Sosteniendo con firmeza la pequeña cesta dejó que mis emociones me guíen, una enorme sonrisa se extiende sobre mis labios y yo me muevo por el centro comercial, sin querer detenerme. Con gracia, feliz y cómoda.

—¿No te cansas?

Damián me observa a unos cuantos pasos, con los ojos curiosos en cada pequeño empaque de harina. Lleva un elegante traje de color oscuro, un grueso abrigo marrón y guantes blancos, un obsequio de mi parte. Ha dejado su bufanda de lado, que ahora cuelga desde su bolsillo con pereza.

—No, ¿ya te cansaste?, ¿cuántos años tienes, viejito?

—Aunque soy mayor que tú, soy capaz de aguantar una maratón, hermanita

Ruedo los ojos.

—Te creeré

—Eso no sonó tan convincente

—Hice lo que pude

Mi hermano jadea, con esa palpable chispa de humor en su risa.

—Entonces… ¿comprarás algo o debo esperar a que sigas cuestionando mi resistencia solo por mi edad? —inquiere

—Depende —carcajeo, alzando los hombros—. Compraré unos cuantos sacos de harina y otros ingredientes, necesito preparar algo especial para el sábado

—¿Qué hay el sábado?

Lo observó.

—Tendré una cena oficial con mis suegros

—Oh, ya veo —contesta, tan perplejo como yo

También lo estaba asimilando.

Había sido una noticia repentina, pero que llenó de emoción a mi adorable alienígena. No esperaba que mi fin de semana se convirtiera en una cena formal, con copas de champagne, platillos caros y algún excelente pastel. Aún más, no esperaba que Almond propusiera que yo fuera la encargada de endulzar sus paladares con mis recetas. Debía admitir que estaba nerviosa.

Y eso no me había pasado en todos mis años trabajando en una repostería.

—¿Qué?, ¿eso es algo malo?, ¿muy apresurado?

—No, para nada

—No sonaste convincente —regañó

—Es que… Será una cena familiar ¿no?

—Sí

—¿Hablarán sobre su noviazgo?

—Supongo que es el tema central de está cena

—¿Habrá una especie de advertencia de ambas partes?

—Tal vez. En realidad, espero no ser amenazada

—Bien. ¿Y yo dónde me quedé en toda está ecuación? —pregunta, el corazón se me encoge al escucharlo—. Digo, creo que es necesario que yo asista a esa cena. Se trata de ti, de tu situación amorosa, de tu protección. Y como tu hermano necesitó asegurarme que todo irá bien

—Que protector, ¿te volviste más caballeroso en la vejez?

—No tengo setenta años, niña —refunfuña

—Solo bromeó, hermanito. Bien, bien, ¿quieres ir?

—Obviamente, no pensaba negarme

—Ahí lo tienes, iremos juntos. Como la familia, extraña, pequeña y… Bueno eso, como la familia que somos. Aunque seamos solo nosotros dos

—Nuestra familia es única

—Lo sé, lo sé

Se sintió tan bien admitirlo.

Tomó entre mis manos un par de bolsas de harina y continuó caminando, escuchando la voz suave de Damián intentando descifrar cuántas marcas de harina había en el enorme estante. No se detiene, me sigue, atento, cuidadoso y seguro.

Como siempre lo fue.

Desde que supe de su divorcio no había sido tema de conversación, no quería interrumpir con mis preguntas su proceso de superación. Incluso sino comprendía del todo cuán doloroso era. Sus ojos tristes buscaban un entorno pacifico para sanar, ambos lo estábamos haciendo a nuestra manera, aunque está vez no nos llevará en distintos caminos. Ya no pensábamos en eso.

Solía ser más fácil asimilar el pasado.

Y mi entorno había cambiado. Ya no estaba sola, de vez en cuando mi mesa se llenaba de personas. Con Yen en la cabecera, sus hijos rodeaban los espacios libres, Almond y mi hermano nos acompañaban frente a frente, resguardando como fieles caballeros. Y yo permanecía ahí, vislumbrando a mi alrededor, sintiéndome extraña, pero feliz.

No podía creer como mi vida dejó de ser un espacio pequeño y solitario.

Oía la música resonando en mi cabeza, un clásico suave que lograba apaciguar el caótico bullicio de mis pensamientos.

Ya no existían inseguridades.

—¿Piensas llevar chocolate?

Damián interrumpe mi concentrado silencio, detenido a mitad del pasillo, contemplando el montón de barras de chocolate que hay en el mostrador con los ojos brillantes.

—Sí —contestó, con mucha paciencia

—¿Cuántas piensas llevar?

—Unas cinco barras

—¿Por qué tantas? —chilla como un niño curioso

—Haré brownies

—¿Para comer hoy?

—No, para comer el sábado en la cena, mis suegros aman los brownies

—Oh, entiendo… ¿Cuánto planeas preparar?

—Una fuente entera

—Eso significa que usarás mucho chocolate ¿no?

Oh, ya entendí la causa de su repentina curiosidad.

—Quieres comer chocolate ¿verdad?

—¿Crees que me negaría a ese manjar de los dioses? —sonrió

—Bien, bien, ¿qué te parece si llevamos 7 barras de chocolate? —Damián me observa, luciendo aún más confundido—. Un segundo ¿cuánto chocolate quieres comer?

—Lo suficiente para olvidar que el café de esta mañana era demasiado seco

—No culpes a la pobre máquina

—Culpo a los creadores de esa máquina de expresso, no hicieron lo correcto

Damián ríe entre dientes ante su elegante comentario y su risa se vuelve contagiosa, estrujando mi corazón. ¿Hace cuánto no lo escuchaba reír de esa manera?

Lo observó durante un largo segundo. Pronto su atención vuelve hacía su delirante deseo. Lo escuchó murmurar, leyendo cada uno de los empaques y entre más aumenta su lectura, más difícil se vuelve la decisión de comer solo una barra de chocolate. Bajó mi cómplice mirada toma algunas muestras entre sus brazos, llena la pequeña cesta y orgulloso, por su apresurado movimiento, alza el mentón.




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