Almond
Cada minuto que pasa mi deseo por verla incrementa, pero ya había obtenido un rotundo no de parte de Yen así que debía quedarme aquí, esperando en medio del pasillo, con la mirada crítica de Mayonesa sobre mí. Y tal vez no era buena idea permanecer quieto, comenzaba a ser irritable el silencio. Aunque valía la pena esperar tanto, por Irina podría permanecer mil años despierto con tal de volverla a ver.
Cuando sigo sintiéndome inquieto, desabotono las mangas de mi camisa y me preguntó qué debía decir apenas la viera aparecer por las escaleras.
Luces preciosa. No, no, no, no.
Eres perfecta. Y en cualquier momento voy a desmayarme por tanta belleza. Eso, ¿sería exagerado?
Suspiro, tal vez debía pensar con más tranquilidad.
Irina no amaba los halagos, su sencillez seguía siendo un impacto para mí y aún buscaba las palabras correctas cada vez que intentaba describir lo que sentía por ella. Sin embargo, la calidez en su mirada cuando transformaba un simple te quiero en mil razones para amarla, aceleraba mis latidos. Irina era adorable al sonreír, tan dulce al reír, simplemente perfecta.
Llevo mis manos a mi pecho, sintiendo como el solo pensar en ella me hacía temblar.
—¿Es normal que sonrías de esa manera o debo llamar a un médico espacial?
Abruptamente soy interrumpido.
Sobresaltado y con la respiración agitada, encuentro pronto a Damián adentrándose a la pequeña sala, con un azulino traje a la medida y un bonito reloj brillando desde su muñeca izquierda. Luce elegante y preparado para impresionar a cualquier persona que se cruce en su camino. Su mirada burlesca recae entre Mayonesa y yo, como si intentará comprender el motivo de nuestra extraña cercanía.
—¿Cuándo llegaste?
—Hace un minuto y veo que aún no está lista —analiza la inminente soledad que me acompaña, porque aparte del gato gruñón solo se escucha el renuente reloj en la pared—. ¿Cuánto llevas esperando?
—No mucho
—¿Una hora?
—No hay problema con la hora, no quiero que se apresuré
Él asiente, poco convencido.
—Entonces… ¿Estás nervioso por nada? —inquiere, nada se le escapa
—Son nerviosos completamente normales
—Cuando me casé de lo que único que estaba nervioso era de que mi prometida fuera impactada por un meteorito
—¿Eso fue en lo único que pensaste? —Damián asiente—. Vaya, ahora entiendo por qué te divorciaste
Oh, no. Campo peligroso.
—Que atrevido eres —regaña, sonando igual a Irina
—Lo siento —me estremezco
—Da igual, Almond. No me gusta recordar mi divorcio como algo triste
—¿Por qué? Digo, si se puede saber
Damián respira hondo y esconde sus manos en los bolsillos del elegante pantalón que lleva.
—Es difícil decirlo
—¿Duele?
—A veces, pero ya no importa. ¿Quieres saber por qué? —asiento con inseguridad tras un breve segundo—. Es por ella
Sigo su mirada y encuentro a Irina caminando hacía nosotros.
El universo se detuvo en el umbral de aquel pasillo. Cuando ella entró, con ese vestido turquesa que parecía robar el color de una nebulosa distante, sentí que mi propia órbita se desestabilizaba. Su cabello, corto y ondulado, brillaba como una constelación recién descubierta. Era como si el cosmos entero se hubiera alineado para este momento, e Irina, mi supernova, estaba lista para iluminar mi noche.
Siento una ingravidez repentina, como si la gravedad de la Tierra me dejará de afectar y solo su atracción gravitacional me mantuviera en órbita. Los sonidos que nos rodeaban se desvanecen, el murmullo de las voces se apaga, y solo escucho una melodía cósmica, que es su misma existencia. Una sinfonía de estrellas que danzan solo para mí.
Cada uno de mis pensamientos se alinean como planetas en una órbita perfecta, todos girando en torno a ella.
—Luces resplandeciente, hermanita —Irina alisa la tela de su largo vestido con las mejillas rojas y la mirada tímida
—Gracias —susurra. Su voz suena aún más dulce de lo habitual. Y simplemente no puedo dejar de admirarla—. ¿Cómo me veo, Almond?
Repentinamente sus ojos anhelantes están sobre mí y me doy cuenta que no he hablado, que he permanecido estupefacto, silencioso y embobado ante tanta belleza.
—Más que perfecta
Yen silba con picardía, Irina sonríe y las ganas de abrazarla crecen cada segundo.
—Oh, ya veo que lo traes loco —añade tras darle unas palmadas en el hombro a la mujer de mis sueños—. Tranquilo, Almond, es tu alma gemela. Podrás admirar a esta preciosa mujer por el resto de tu vida
El tan solo pensarlo me entusiasma.
—Será un honor admirarla toda mi vida
Damián es el único en guardar un profundo silencio ante mi aturdimiento.
Pero en este momento no pienso en él ni en los miles de regaños que podría lanzar en las próximas horas por mi atrevimiento, en realidad no me importaba. Tan solo quería seguir mirándola, desde la punta de sus pies hasta el brillo en sus preciosos ojos marrones.
Todo en ella resplandecía y adoraba que se sintiera tan real.
—Entonces… ¿Es hora de irnos?
Despierto, enfadado con el propio tiempo. Quisiera detenerlo para seguir de pie, cerca de ella, como un astrónomo contemplando la galaxia.
—Sí, debemos partir
Irina y Yen se funden en un largo abrazo mientras la mayor de ellas le susurra un par de dulces palabras. Segundos después, con el honor de guiar a mi preciosa luna hasta el auto, camino erguido, sintiendo que en cada paso flotó hasta la exosfera.
Pero estaba extasiado, tembloroso y lleno de felicidad.
Íbamos juntos en el asiento trasero, ella admirando el camino frondoso hacía la casa de mis padres y yo, innegablemente, con el corazón acelerado. Quería tocar su mano y llamar su atención para decirle todas aquellas palabras que no pude pronunciar cuando la vi asomar por el pasillo, sin embargo, el observador Damián seguía cuidando de ella, incluso si manejaba con total serenidad.