Irina
Despierto, con el corazón tranquilo y una enorme sonrisa en los labios.
Se siente completamente irreal, como si todavía me encontrará dentro de un sueño. Pero cuando mis adormilados ojos se acostumbran a la luz de aquella mañana me doy cuenta de que todo es real, y más de lo que esperaba. Aquel chico que está frente a mí, aún dormido, lo es y eso se vuelve acogedor.
Almond duerme de lado, con un brazo sobre mi cintura desnuda y la otra sosteniendo su cabeza con mucha comodidad. Sus dorados cabellos se hallan esparcidos sobre la alfombra donde algunos mechones terminan acariciando su sonrojada mejilla. Veo el revoloteo de sus pestañas que se mueven con impaciencia y terminó descifrando que tal vez está soñando. Espero que sea agradable.
Mis dedos cosquillean y sin ningún tipo de control acarició su tierno rostro. Siento la calidez de su piel bajo la mía y un suspiro embelezador invade el silencio, que no he podido controlar.
¿Cuándo creí estar así, en los brazos de Almond, sin ganas de apartarme de su lado?
Debía comenzar a desear más a menudo, eso me provocaba una sensación reconfortante. Una que se tornaba aún más extraña con el pasar del tiempo.
Probablemente así se sentía respirar hondo, sentirse a salvo, ser finalmente libre.
Sin ninguna inquietud, conservó mi cansancio y las ganas de seguir acostada a su lado, al mismo tiempo que lentamente me colocó de pie. La sala luce desordenada, las cortinas corridas, el aire es tibio, la comida permanece sobre la pequeña mesa al centro del salón, el silencio me hace reír avergonzada. Danzó sobre mi ropa regada en la alfombra y la sostengo con cuidado mientras me alejó de ahí lista para darme un baño.
Sé que Almond no despertará hasta oler el café recién hecho humeando desde su taza o probablemente cuando se de cuenta que no estoy a su lado, pero quería estar lista para este nuevo comienzo.
Muevo mis pies dentro de la ducha y me relajó cuando el agua tibia toca mi cuerpo. Las burbujas del shampoo entre mi cabello invaden el espacio, el vapor se alza creando una tormenta a mi alrededor y yo sigo en el mismo lugar sintiendo que cada detalle se ha vuelto aún más hermoso de lo habitual. ¿Así se siente estar enamorada?
Oh, lo admití. Nunca pensé hacerlo en mis pensamientos.
De repente sus caricias reviven sobre mi piel, recordándome que anoche algo mágico nos unió. Su aliento mezclado con el mío, la sincronización de nuestros cuerpos, su calor, aquellos besos, las miradas tranquilas, absolutamente todo invadió el silencio que se extendía en mi pecho.
Respiró hondo, tranquilizando a mi corazón.
Una risita escapa de mis labios, tarareo una canción mientras terminó de bañarme y me apresuro a vestirme. El día era agradable así que necesitaba usar algo ligero. ¿Un vestido podría servir? No, todavía no estaba lista para usarlo. Sobre todo, cuando estaba preparándome para hacer un gran desayuno. Iba a moverme de un lado para el otro, uno de los vestidos que tenía guardado en mi armario no sería de mucha ayuda. Tal vez en otra ocasión.
¿Una cita? Sí, era lo más probable.
Cuando finalmente estoy lista salgo de mi habitación sin hacer mucho ruido, le doy una última mirada al cuerpo dormido de Almond y entró a la cocina dispuesta a encantar su paladar.
Mientras remuevo las ollas en silencio y busco cada uno de los ingredientes, algo vuelve a mi memoria.
Lo recuerdo bien, tenía 15 años y aún me estremecía cuando escuchaba la voz de mi padre llenando el sordo silencio de esa gran casa. Algo había salido mal, su humor se notaba en cada rincón, en su propio apetito, en su fija mirada. Pero no me importó su llegada, mi cuerpo no se dejó intimidar y me quedé ahí, bajo las sábanas de seda, con la ropa de dormir aún puesta, leyendo ese antiguo libro de cocina. Me lo dio esa mañana el chofer cuando se dio cuenta que estaba demasiado perdida.
Solo dijo que debía seguir a mi corazón para descubrir quién era yo en realidad.
Me costó mucho creerle, fue difícil aceptar que tenía tanta razón que para cuando lo hice ya estaba lejos de ahí, acomodando cajas, confundida, dolida, completamente sola. Pero al menos tenía ese viejo libro y una nueva promesa que recordar cada mañana. Sería feliz, aunque me costará asimilarlo o hacerlo. Terminaría horneando bizcochos, pasteles dulces y panes rellenos de manjar blanco. Usaría un mandil con dibujos extraños y viviría tranquila sin nada que temer.
Lamentablemente en el fondo de mi pecho aún existían cosas que resolver, recuerdos que procesar, voces que callar. Entonces ¿por qué me costaba tanto dejarlo ir? Si tenía todo, una familia, un sueño, un hogar, ¿por qué no podía olvidar?
Suspiro con pesadez dándome cuenta que había detenido mis movimientos, que lloraba.
No, no podía hacerlo. Limpió el rastro de lágrimas en mis mejillas, no quiero llorar. Hoy no, hoy es un día diferente. Solo por hoy necesitaba olvidarme de esos asfixiantes recuerdos.
Pero ¿cuánto tiempo me tomaría sentir a mis pulmones atascarse bajo el retumbar de mi corazón?
Dejó el cucharón a un lado cuando los brazos tibios de Almond me despiertan. Me está abrazando desde la espalda, con su cabeza cerca de mi cuello y un gemido agobiante como respuesta.
—¿Qué pasó? Pensé que seguías dormido
—¿Estás triste? —pregunta, con un hilo de voz. Su aliento roza mi piel
—No, ¿por qué lo dices?
—Sentí tu tristeza, me dolió el corazón así que corrí a buscarte. ¿Hice algo malo anoche o de alguna forma te he molestado?
Jadeó, sintiéndome inquieta.
Alejo sus brazos y giró, encontrando su mirada cristalizada. Estaba a punto de llorar, cada detalle que veía me lo indicaba, y de inmediato me arrepentí de ello. Debía recordarlo con mayor responsabilidad, debía tener en la cabeza que Almond podía sentir mis emociones, incluso si era algo tan simple como un recuerdo que quería olvidar.