Respiro hondo, pero el temblor en sus manos no desapareció.
Volvió a mirar su reflejo, admiró cada detalle de su largo vestido blanco y sonrió. Todo saldría bien. Era su día, el momento escogido, lo que tanto esperaron.
Ambos habían tardado tres agotadores meses en planear su boda. Se sentaron un día como cualquiera con una pequeña libreta y el televisor encendido reproduciendo un programa de cocina. Irina y Almond anotaron cada gusto, detalle, deseo, rieron llenos de complicidad y soñaron despiertos. Al final del día la libreta llevaba garabatos sobre lo que sería aquel día, cuando fueran finalmente marido y mujer. Y durmieron abrazados, con el corazón cálido y un profundo amor.
Recordó aquella tarde, cuando fue al centro comercial con Gaia, la madre de Almond. Fue difícil conversar con ella sin titubeos ni incómodos silencios. Pero inexplicablemente se sintió bien. En esa mujer de mirada profunda desbordaba un amor incondicional, uno que Irina buscó durante años en su propia madre. Gaia la escuchó, opino sin bruscas palabras, pero nunca la hizo sentir fuera de lugar.
Y eso fue un alivio. Verla sonreír se convirtió en un suave consuelo.
—Te ves completamente hermosa —Irina admiró en el espejo el reflejo de su hermano, quieto bajo el umbral de aquella puerta. Sus ojos relucían cristalinos, adorando a su hermana. Ante él, Irina seguía siendo esa pequeña niña que alguna vez se escondió bajo las colchas y lo abrazó con fervor. La misma que lloró en sus brazos, a la que dejó ir, pero extraño cada día
Y hoy se casaría, hoy volaría a los brazos de un hombre que la amaría por el resto de su vida.
—Gracias —la escuchó decir con la voz temblorosa
—¿Te sientes bien?
Damián se acercó, con lentitud, con paciencia.
—Me siento nerviosa, muy nerviosa —dijo ella—. No puedo creer que hoy me casaré con Almond
—Yo tampoco puedo creer que hoy te casarás con él
—¿También estás nervioso?
Irina lo observó, juguetona y llena de confianza.
—Sí, eres mi hermanita. Quiero caminar contigo hacía el altar sin provocarte una caída o, peor aún, tropezar con tu velo
—No es largo, exagerado —regaño
—Largo o no, hay que ser precavidos
Damián soltó una carcajada que Irina tomó con dulzura. Sus labios, teñidos de un labial rojo, se alzaron sonrientes. Y pronto, una suave risita escapó de ellos.
—Siempre has sido precavido
—Lo sé, es mi mayor virtud —respondió, finalmente deteniéndose a su lado—. Llevas mucho tiempo aquí, mirando tu reflejo. ¿Qué ocurre?, ¿en qué tanto piensas?
—En sí esto es real
—Lo es, Irina. No te atormentes
Ella negó, apartando fugazmente la mirada de su reflejo.
—Tal vez son mis nervios. Simplemente no quiero despertarme y caer en cuenta que nada ha ocurrido. Que sigo lejos de ti, que aún tengo miedo —susurro sin titubeos
—Ya no estoy lejos de ti y todo esto es real —Damián sostuvo su mano con notable delicadeza, acariciando su sonrojada mejilla—. ¿Sabes por qué lo digo?
—No
—Porque hay alguien esperándote en el altar y es tiempo de ir a su encuentro
Irina notó esa señal, pero guardó un breve silencio al escucharlo.
Era cierto, completamente cierto. Estaba viviendo un sueño, despierta y llena de vida. Con el profundo deseo de que ahora sí su corazón no se escondiera tras un enorme muro de dudas y miedos. Cerró los ojos, las lágrimas acumuladas desaparecieron y solo quedó un brillo inusual, haciendo que luciera aún más hermosa de lo habitual. Y eso Damián lo tenía claro.
Acomodo el velo desarreglado y dejó un tímido beso en la frente de su hermana. Hacía mucho que no estaba tan cerca de ella, sin nada que amenazará con separarlos de nuevo. Se sintió lleno de orgullo, todo era nuevo, mejor, reconfortante. Ya no había tormenta que acechara este comienzo.
No, ya no. Todo estaría bien.
Tomó la mano de su hermana, sosteniéndola con amor, y la guió fuera de la habitación, ahí donde las luces de aquella tibia tarde los esperaban.
El corazón de Irina latía con una mezcla de emoción y nerviosismo, un tamborileo suave que se sincronizaba con el crujir de su vestido de novia. El sol de la tarde se filtraba entre los árboles, pintando de oro el camino que la llevaba hacia su futuro. A cada paso que daba, el aroma de las flores del jardín la envolvía, un perfume dulce y familiar que la calmaba.
Su hermano, su compañero de vida, se aferraba a su brazo. A su lado, sintió el apoyo incondicional que siempre le había brindado, el mismo que le había ayudado a superar los momentos más difíciles. Max, su jefe y mejor amigo, le sonreía desde la primera fila, un gesto de aprobación y felicidad que le recordaba todas las veces que la había animado con sus chistes malos o cuando, vulnerable, le había contado sus profundos secretos, incluyendo el de encontrar el amor verdadero.
Porque ahora Max, sostenía la mano de alguien que lo amaría con fervor, como siempre lo deseo.
Yen la miraba con los ojos llenos de lágrimas, un reflejo de los meses de conversaciones nocturnas en las que Irina le había confesado sus miedos y esperanzas sobre el amor. La única persona que la sostuvo cuando huyó lejos de aquella oscuridad. La presencia de sus suegros, le brindaban el amor con el que habían criado al hombre que la esperaba, y la cálida bienvenida que siempre le habían ofrecido.
Todos los rostros que la rodeaban le eran familiares, cada uno una pieza clave de la vida que había construido, una vida que ahora se unía a la de él.
En la distancia, pudo ver a su amor, de pie en el altar, con una sonrisa que la hizo sentir como si estuviera volando. Cada paso que daba la acercaba más a él, a su para siempre. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, supo que había llegado a casa. Cuando finalmente estuvo a su lado, sus manos se unieron. El calor de su piel la envolvió, y se sintió completa. Ya no era solo Irina, era Irina y Almond. Un nuevo capítulo de su vida estaba a punto de comenzar, y estaba segura de que sería el mejor.