Mi Desconocido Esposo.

3. GABRIEL D’ALESSI

  Miro fijamente el mar, sentado al otro lado del banco en el que me he acomodado sin darme cuenta de que estaba ocupado. Las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas, y siento un profundo dolor en mi interior. Me siento perdido y abandonado, y nunca pensé que llegaría el día en el que me encontraría en este estado.

 

 He enfrentado desafíos difíciles a lo largo de mi vida, pero esta angustia actual supera todo lo que he experimentado. Observo el mar a lo lejos, buscando respuestas en su inmensidad, y luego vuelvo a posar mis ojos en ella. Es hermosa, de una manera única y cautivadora. Hay un aire de misterio y desenfado que la rodea, y me siento inexplicablemente atraído hacia ella.

 Sus ondas de pelo bailan con la brisa del mar, mientras el sol del atardecer ilumina su figura con tonos dorados. Es en este momento que decido hablarle, de abrirme y compartir mi dolor con ella. Quiero encontrar consuelo en su presencia, alguien que pueda entender y acompañarme en mi sufrimiento.

 Respiro hondo, reuniendo el coraje necesario, y me acerco a ella con determinación. Es hora de dejar atrás mi propio dolor y buscar apoyo en alguien más. Tal vez juntos podamos encontrar un camino hacia la sanación y la esperanza, y superar las heridas que nos atormentan.

—¿Cómo te llamas? —pregunto, girándome hacia ella para poder mirar sus ojos.

—Evelin —contesta, mirándome fijamente. Sus ojos son increíblemente hermosos, pienso.

—Bonito nombre. Yo me llamo Gabriel —le digo, sin dejar de observarla. Realmente es una chica muy bella. ¿Qué hace una chica como ella sola, suspirando en un banco solitario?, me pregunto.

—Me gusta, también es un nombre bonito —me responde con una sonrisa, lo cual me llena de valor. —¿Vives aquí en la capital?

—Sí y no —respondo con más firmeza. —¿Y tú?

—Sí, vivo aquí. Unas cuadras más allá. Me gusta correr y terminar aquí, mirando el mar —me cuenta sin más. Pienso que ella es alguien que no ve maldad en los demás. Esa es la impresión que me da al decirme dónde vive con total confianza, sin una pizca de maldad en ella.

—Pues, yo he llegado aquí sin darme cuenta —respondo, tratando de imitar su sinceridad. —Manejé sin rumbo hasta que las lágrimas me hicieron detenerme, porque no veía el camino.

—Debe ser algo muy serio lo que te está pasando —opina, mirándome con atención.

—Sí, lo es para mí —afirmo, sintiendo cómo el recuerdo de lo que me sucede hace que suelte todo el aire de mis pulmones. Al mismo tiempo, la veo girarse hacia el mar y suspirar mientras dice:

—Todos tenemos problemas.

—¿Qué problemas puede tener una chica tan hermosa como tú? —le pregunto, porque realmente no creo que le esté pasando algo tan serio como a mí.

—Ja, ja, ja... No tienes que ser cortés. Sé que no soy hermosa —dice, sorprendiéndome.

¿Por qué habrá dicho una cosa así? Evelin es simplemente deslumbrante. Su presencia es imponente, con una estatura elegante y una figura que resalta su belleza natural. Su cabello negro, largo y ondulado cae en cascada sobre sus hombros, añadiendo un toque de misterio a su apariencia. Pero lo que realmente cautiva mi atención son sus ojos, profundos y expresivos, que parecen guardar secretos y emociones en cada mirada. Sus labios, suaves y de un tono rosado tentador, invitan a perderse en ellos. En resumen, Evelin es una mujer de una belleza indiscutible, que deja una huella imborrable en mi mente desde el momento en que la vi.

— ¿Por qué dices eso? ¡Si lo eres, créeme! —le digo seriamente, convencido de lo que estoy diciendo.

Ella se queda mirándome fijamente por un momento y luego decide cambiar de tema.

— Está bien, mejor lo dejamos —dice con suavidad. — Pero ahora dime, ¿qué es lo que te hace llorar así?

Guardo silencio por un instante, sin apartar la mirada de sus ojos hermosos y sinceros que me observan con atención. Aunque somos desconocidos y puede que nunca volvamos a cruzarnos, siento la necesidad de desahogarme y compartir mi pesar con ella. Así que decido abrirme por completo y contarle todo, en la esperanza de encontrar un poco de alivio.

—El testamento de mi padre —confieso con voz entrecortada.

—¿El testamento de tu padre? —pregunta intrigada, esperando una explicación.

—Sí, hace dos meses que falleció —digo, sintiendo un nudo en mi garganta. Aún no puedo creer que se haya ido, dejándome solo en este vasto mundo.

—Lo siento mucho —susurra, transmitiendo su compasión.

—Gracias. Pero lo que no entiendo es por qué lo hizo —sigo hablando, casi más para mí mismo que para ella, mientras ella me escucha atentamente. — Él nunca fue así. No puedo comprender por qué dejó esa cláusula en su testamento, siendo yo su único hijo.

—No estoy entendiendo del todo.

—En resumen, si no me caso en una semana, perderé toda mi herencia. Y lo peor es que no tengo ni siquiera una novia, porque ella me dejó plantado en el altar hace tres meses.

—Vaya amigo, y yo que creí que mi vida era una tragedia. Pero la tuya parece sacada de una obra de Shakespeare.




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