Mi desgracia comenzó desde la sangre

Steinev

Después de más de veinte minutos corriendo como loco bajo la lluvia, llegué a un bar algo extraño —¿Este bar siempre ha estado aquí?— Me cuestioné. Y no lo digo para presumir, pero conozco todos los bares de esta ciudad, así que encontrar uno nuevo fue un poco sorprendente, aunque me pareció perfecto

—Si yo no lo conozco... ¡Leonie tampoco!—

Con gran entusiasmo abrí la puerta del local, sintiéndome alegre, como un niño en una juguetería o una tienda de dulces, porque para mí el alcohol es como un juguete nuevo o un delicioso caramelo. Es simplemente lo mejor de este jodido mundo.

Al entrar, el bar se extendía ante mí, decorado con tonos oscuros y una estética macabra, y un fétido e intenso olor a cenizas penetró en mi nariz.

Cruces invertidas y manchas que parecían sangre decoraban las paredes; mejor dicho, tenía un estilo siniestro. En ese momento, tuve la impresión de haber descubierto el castillo de un demonio, un vampiro o alguna criatura de ese tipo.

Ante la impresión tan estúpida que tuve, no pude evitar reír para mí mismo, aunque mi sonrisa se desvaneció al escuchar sonidos extraños que no eran música. De hecho, la música que sonaba era clásica y, al igual que el local, tenía un tono maquiavélico. También noté que todos en el bar vestían de negro; no es algo tan peculiar, pero sí llamó mi atención.

¿Por qué todos vestían del mismo color? ¿Se pusieron de acuerdo? ¿Acaso venían de un funeral? Nuevamente, pensamientos estúpidos y poco probables invadieron mi mente, y empecé a sentirme incómodo y un poco fuera de lugar por mi camisa blanca, ya que, en serio, todos iban completamente de negro; ni un rastro de otro color se encontraba, aparte del rojo de las paredes y el color dorado de la cerveza.

A pesar de llevar pantalones negros y una chaqueta del mismo color, no pude evitar el sentimiento de incomodidad que me provocaba mi súper outfit.

Creí que no encajaba en el lugar y también pensé que esa era la razón por la que todos se fijaban en mí, aunque también consideré que era por lo sexy e irresistible que soy.

Una costumbre que tengo es beber en la barra del bar, ya que si estoy en una mesa es más fácil que se acerquen a mí. No es que no sea muy sociable, pero normalmente las personas se acercan a mí por motivos extraños, así que evito las conversaciones con desconocidos.

Avancé a pasos largos y sentía cómo, en cada maldito paso, una nueva mirada se enfocaba en mí. Después de andar un corto tiempo, llegué a la barra y pedí una copa de vino. El bartender me miró raro, pero tomó mi pedido y preparó una copa.

No era necesario mirar hacia atrás para darme cuenta de que una cantidad asombrosa de gente se me acercaba, y yo ya estaba preparándome mentalmente para decir la mejor mentira de mi vida y así evitar a esas personas.

Pero desde el fondo se escucharon unos pasos que emanaban seguridad, poder y autoridad. Y, como si se tratara de un maldito rey, todos le abrieron paso, dejándolo llegar a la barra, donde apoyó los codos y entrelazó los dedos antes de dirigir su mirada hacia mí.

—¿Te importaría si me siento a tu lado?—

Me preguntó aquel hombre moreno, que medía unos 15 cm más que yo, lo cual me sorprendió un poco, ya que no soy precisamente bajo. Él tenía el cabello muy corto y negro, al igual que sus ojos, y lucía un elegante traje de tres piezas en un tono vinotinto, similar al vino que sostenía entre mis manos.

Su mirada era intensa e incluso puedo decir que era abrumadora, como si devorara cada parte de mi cuerpo con esos ojos. Y, como si se tratara de magia o como si hubiera usado un hechizo en mí, acepté

—Haz lo que quieras—

Él me sonrió y, maldición, ¡Qué sonrisa tan perfecta! Debo confesar que me quedé mirándolo como un idiota durante unos minutos.

Cuando me di cuenta del tiempo que llevaba viéndolo, aparté la mirada, fijé mis ojos en otro lado y vacié mi copa. En ese preciso momento, él me rodeó con su gran y robusto brazo

—Déjame invitarte...— dijo de repente, interrumpiéndose con una pequeña carcajada. Yo me quedé mirándolo confundido, y luego tomó suavemente mi barbilla

—No sé cuál es tu nombre, ¿podrías decírmelo?—

Les juro que, por un momento, vi sus ojos brillar y retrocedí un poco, asustado.

Él me atrajo de nuevo cerca de su cuerpo y, con un tono suave y una sonrisa pintada en el rostro, me dijo —No tengas miedo, solo quiero saber el nombre de la persona que estoy invitando a beber—

Sin embargo, a pesar de su aparente amabilidad, sus ojos no mostraban tal gentileza. Di un trago de saliva; sí, estaba cagado del miedo y desvié un poco la vista. —Me llamo Dagobert— Respondí.

Ese hombre seguía mirándome fijamente con esos ojos tan espeluznantes y me preguntó —¿Apellido?— Apenas había terminado de hablar cuando le respondí

—Krause, mi nombre es Dagobert Krause—

—Dagobert Krause, ese es un nombre encantador— Me comentó mientras acariciaba mi mejilla con su mano izquierda, la cual llevaba un guante de cuero negro.

Luego hizo una seña al bartender con su mano derecha, y enseguida este sacó una botella de la despensa. Dios, solo pude pensar que debe costar un ojo de la cara.

El hombre que me tenía totalmente rodeado se acercó a mi oído y susurró

—Entonces, Dagobert Krause, ¿quieres ser mi compañero de bebida esta noche?—

Yo asentí en silencio y él le quitó el corcho a la botella, pero antes de que pudiera servirlo, lo detuve —Nom... bre— Murmuré. Él se acercó para poder escuchar, ya que lo dije en voz baja y tartamudeando

—Yo... también quiero saber... el nombre de la persona que me invitó—

Su manera de reaccionar me molestó muchísimo, ya que se tapó el rostro con su mano y empezó a reír.




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