CAPITULO 03.
NARRADOR.
Aurora empujó la entrada de su apartamento con su hombro, llevando las bolsas en sus brazos mientras su corazón latía de emoción. Se sentía cansada; había sido un día largo, pero eso no disminuía su entusiasmo. Hoy era su primer aniversario de matrimonio, y había estado esperando esta fecha desde que aceptó el compromiso ante el altar.
Colocó las bolsas en la cocina, se recogió el cabello con una liga improvisada y empezó a cocinar con esmero. Había seleccionado los platillos favoritos de Arturo, prestando atención a cada detalle. Luego, preparó la mesa con un mantel blanco bordado, que era elegante pero sencillo y el mismo que utilizaron en su primera cena juntos como esposos. Encendió velas alargadas en los candelabros y dispersó pétalos de rosas a lo largo de la sala y el dormitorio, creando un camino que desprendía un aroma de esperanza. La suave luz cálida de las velas iluminaba cada espacio, envolviendo el lugar en una atmósfera romántica y tranquila.
Cuando terminó de organizar todo, fue a arreglarse. Frente al espejo, eligió cuidadosamente su vestido: un diseño verde esmeralda de corte sirena, ajustado en las partes adecuadas, que realzaba su figura con gracia. Lo complementó con tacones que combinaban y unos pendientes de diamantes que su padre le había regalado en su cumpleaños número dieciocho. No los usaba con frecuencia, pero esta noche… esta noche era especial.
Recogió su cabello en un moño bajo y se maquilló con dedicación. Aplicó sombra dorada, pintó sus labios de un rojo intenso y delineó sus ojos con una línea fina que destacaba su mirada. Al terminar, se roció con su fragancia preferida, una esencia dulce con toques florales que recordaban a la primavera. Sonrió al verse en el espejo.
—Deslumbrante… —murmuró, esperando que Arturo pensara lo mismo al verla.
Volvió a la sala. El reloj señalaba las 7:45.
—No debería tardar —pensó, ajustando una de las velas. Recalentó un poco la cena, puso música suave y se sentó a esperar.
Los minutos pasaron. Luego, las horas.
A las nueve, su sonrisa ya se había esfumado. A las diez y media, la ansiedad comenzaba a apretar su pecho. Tomó su celular y marcó el número de Arturo. Solo alcanzó el buzón de voz. Una vez, dos, tres. Sin respuesta.
Trató de mantenerse tranquila, pero la preocupación comenzaba a revuelta su estómago. Decidió llamar a uno de sus colegas, buscando alguna pista sobre su localización.
—Hola, soy Aurora, la esposa de Arturo. Disculpa que llame a esta hora, pero… no ha llegado y estoy algo inquieta.
Del otro lado de la línea, una voz masculina respondió con tono somnoliento:
—Aurora… ah, claro, perdona, no reconocí tu voz. Arturo tuvo una reunión con unos empresarios en el Hotel Estelar. Seguramente la reunión se prolongó. Ya sabes cómo suelen ser esos encuentros, copas, brindis, protocolos. . .
Aurora cerró los ojos por un momento.
—Sí… sí, debería haberlo anticipado. Disculpa por haberte despertado.
—No hay problema. Si requieres algo, házmelo saber.
—Gracias. Que tengas un buen descanso.
Finalizó la llamada con un profundo suspiro, observando la mesa que había adornado con tanto cariño. El mantel, los platos aún sin usar, las velas consumiéndose en silencio. Todo parecía recordarle que estaba sola.
Con movimientos pausados, comenzó a apagar las velas una tras otra, mientras una sensación de tristeza le invadía el pecho. Era su primer aniversario. . . y Arturo lo había pasado por alto. A pesar de que intentó persuadirse de que solo era por su trabajo, que su esposo estaba esforzándose por su futuro, en lo más profundo de su ser, una pequeña herida se había quedado.
Luego de ducharse, se acomodó en la cama con la idea de poder dormir. Pero en cuanto apagó la luz, oyó girar la cerradura y los pasos desiguales de Arturo por el pasillo. Cerró los ojos rápidamente, simulando que dormía. No quería conflictos… no hoy.
El aroma a bebida alcohólica llegó antes que él. Tropezó con la cómoda y murmuró un insulto.
—Mi hermosa esposa duerme… qué pena, deseaba compartir con ella las buenas noticias —susurró, pronunciando las palabras con dificultad mientras se inclinaba hacia ella.
El aliento pesado de alcohol le hizo arrugar la nariz. Arturo eructó sin vergüenza, se quitó los zapatos de manera torpe y se dejó caer en la cama como un saco vacío. En cuestión de segundos, ya estaba profundamente dormido, ajeno a todo.
Aurora lo miraba desde la oscuridad. Era la primera vez que lo veía así: ebrio, desaliñado, desatendido. No era el mismo hombre del que se había enamorado. Con el corazón oprimido, tomó su almohada y se dirigió a la habitación de huéspedes. Cerró la puerta con cuidado, se tendió en la cama fría… y finalmente dejó que las lágrimas se desbordaran.
No supo en qué momento se quedó dormida, pero un grito la despertó de repente.
Se levantó al instante y corrió hacia la habitación. Arturo estaba envuelto en una toalla, el cuarto era un caos, como si hubiera pasado un huracán.
—¿Dónde has estado? He estado llamándote un buen tiempo —dijo, sosteniendo dos camisas, sin mostrar ningún signo de disculpa.