CAPITULO 05.
NARRADOR.
Aurora se encontraba sentada frente a su ordenador, aunque no prestaba atención a la pantalla. Sus párpados, pesados por la somnolencia, se movían sin dirección. En su interior, la tristeza se instalaba como una visitante constante, callada pero perturbadora. Una semana había pasado desde su aniversario matrimonial… y Arturo no había mencionado ni una sola palabra sobre ello.
Un suspiro salió de sus labios, como un lamento mudo que nadie escuchó. El ambiente en la oficina era denso, y su rostro, que antes mostraba vitalidad, ahora parecía apagado.
Desde su lugar, Manuel Carbajal, su superior, la miraba con sutileza. Había observado su falta de interés, sus gestos fatigados y la manera en que, de vez en cuando, se masajeaba las sienes, como intentando despejar ideas oscuras.
—¿Tienes algún problema, Aurora? —inquirió él suavemente, acercándose a su mesa de trabajo.
Ella ofreció una sonrisa tenue y movió la cabeza en señal de negativa.
—No es nada importante… solo me siento cansada. No he podido descansar bien en días.
Manuel la miró con atención.
—Eres la persona más activa del equipo, pero te entregué el material para la nueva campaña hace tres días y aún no lo has revisado.
—Lo sé… lo siento —respondió en un susurro—. Iré a tomar un café y me pongo al día, lo prometo.
—No —interrumpió él, con amabilidad, aunque con firmeza—. Lo mejor será que te vayas a casa y descanses. Mañana lo hablamos. No quiero que te esfuerces en este estado.
Ella dudó por un momento, pero finalmente asintió.
—Gracias. Es que Arturo ha llegado muy tarde y… trato de esperarlo despierta. Sé que está trabajando mucho, y solo quiero apoyarlo, estar a su lado.
Manuel frunció ligeramente el ceño.
—¿No se encuentra en el área de ventas?
—Sí… y al parecer están cerrando un trato importante con nuevos socios.
La expresión de Manuel se tornó un poco más seria. Guardó silencio durante unos segundos, eligiendo cuidadosamente lo que iba a decir.
—Aurora… estuve presente en esa cena de cierre. Tu esposo no estuvo allí. Y los contratos están firmados desde hace varios días. Yo mismo me encargué de la publicidad. Lo que mencionas… no parece encajar.
Aurora sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Estás seguro? Él me indicó que todavía estaban en negociaciones y por eso llegaba tan tarde…
—Lo siento. No quiero incomodarte, pero… si él está escondiendo algo, mereces conocer la verdad. Ve a casa y reflexiona tranquilamente. Mañana retomáremos el trabajo.
Aurora agradeció con un gesto y recogió sus pertenencias. Su corazón latía descontrolado, pero su mente intentaba aferrarse a la razón. Quizás todo puede tener una explicación. Arturo no me mentiría. ¿O sí? Se repitió esto innumerables veces, como si al hacerlo pudiera hacerse a sí misma creerlo.
En su camino a casa, compró algo ligero para comer. No tenía ganas de cocinar. Apenas terminó, cayó en la cama y se sumió en un profundo sueño. Despertó después de las diez de la noche, con la garganta reseca y el espíritu aún más exhausto. Se dirigió a la cocina en busca de un vaso de agua. Arturo no había llegado de nuevo.
Al pensar que podría tener hambre, comenzó a hacer algo rápido para cenar. Pero las palabras de Manuel regresaron a su mente, crueles y precisas, como un cuchillo hundido en el abdomen: “Ese trato ya se cerró.”
—¿Acaso… me está engañando? —susurró suavemente, sintiendo una presión de ansiedad en su pecho.
Negó con la cabeza y se forzó a despejar esos pensamientos.
—No. Él me quiere. No haría algo así —se afirmó, aunque su voz ya sonaba menos segura.
Estaba terminando de poner la mesa cuando oyó el sonido de la llave girando.
Arturo ingresó en silencio. Su cara mostraba calma, pero su cuerpo estaba tenso. Al verla, soltó un suspiro.
—Llegas justo a tiempo. Estaba por terminar de poner la mesa —dijo Aurora con una sonrisa que intentó que se viera sincera, pero se rompió al final.
—No te molestes… ya cené —contestó él sin mirarla—. Te dije que no me esperaras despierta.
Se acercó, le dio un beso frío en la frente y se marchó hacia la habitación.
Aurora lo vio irse. Un ligero olor a alcohol quedó en el ambiente, sutil pero lo suficientemente incómodo para ella.
Comió en silencio, sola. El bocado no le agradó. La comida sabía a abandono.
Cuando entró en la habitación, Arturo ya estaba profundamente dormido, ajeno a todo.
Al día siguiente, Aurora se despertó temprano. Preparó el desayuno… pero Arturo ya no estaba. Solo quedaba un tenue rastro de su perfume en el aire.
Frustrada y confundida, se arregló, pasó por una panadería y adquirió dos cafés y algunos postres. Necesitaba respuestas. Y no las buscaría en casa.
Subió directamente a la oficina de su padre, pero lo primero que vio fue la sonrisa de Teresita, la secretaria de toda la vida.