Aurora llegó a la mansión de sus padres con el corazón destrozado. Cruzó la imponente puerta de hierro y subió las escaleras lentamente, arrastrando tanto las maletas como su tristeza. No sabía cómo comunicar lo que había sucedido, pero ya no tenía elecciones. En ese instante, sus padres eran su único refugio.
Usó las llaves que aún tenía y, al entrar, lo primero que escuchó fue la voz de su madre.
—¿Aurora?
Adela salió de la cocina con una jarra de jugo en la mano y se quedó paralizada al ver a su hija, con las maletas y los ojos hinchados.
—Hija… qué sorpresa tan inesperada. Estaba en el jardín con unas amigas de la caridad. ¿Te gustaría unirte?
—Mamá… quiero descansar un momento en mi habitación, ¿puedo?
Fue en ese instante cuando Adela se percató de las maletas.
—Por supuesto, hija. Ve a tu cuarto. Yo despido a mis amigas y estaré contigo en un momento.
—No es necesario, mamá. Estoy bien.
—No, no lo estás —dijo ella suavemente, dejando la jarra sobre la mesa—. Espera, iré contigo enseguida.
Sin pensarlo, se dirigió al jardín, se disculpó por su salida repentina, y todas las damas comprendieron.
Adela regresó adentro, fue directamente a la cocina y se acercó a la niñera de Aurora, que estaba preparando bocadillos para la reunión.
—¿Tienes un trozo de esa tarta que tanto le gusta a Aurora?
—Sí, hoy preparé una para enviarle con la cocinera que iba a su casa.
—No es necesario. Ella se mudó aquí. Y estoy segura de que un pedazo de tarta será lo mejor que quiera recibir hoy… Su esposo la hirió.
—Ve con ella, yo llevaré la tarta… y un batido de chocolate con fresas y crema, tal como le gustaba cuando era pequeña —dijo la anciana, con ternura en la mirada.
Adela subió a la habitación de su hija y la encontró llorando en silencio sobre la cama. Las emociones y el embarazo la tenían muy abrumada.
Sin decir nada, la abrazó como cuando Aurora era niña y se caía mientras jugaba.
—Este siempre será tu hogar, hija. Y siempre tendrás a tu familia a tu lado.
—Gracias, mamá… He pedido el divorcio. Me era infiel… con otra mujer.
Adela la abrazó más fuerte.
—¡Desgraciado! Le diré a tu padre que le dé una lección.
—No, por favor… recuerda que es el padre de tu nieto.
—Eso no justifica su comportamiento… pero está bien. Que lo echen de la empresa será suficiente.
—Tampoco eso. Permítele que conserve su trabajo. Que trabaje… así podrá cuidar a su hijo.
Adela la miró con lágrimas en los ojos.
—Eres demasiado generosa, hija.
La niñera tocó la puerta suavemente. Traía un plato con tarta y un batido.
Aurora sonrió débilmente. Entre su madre y su niñera, pasó la tarde siendo cuidada, hasta que el cansancio la venció y se quedó dormida.
Esa noche, Adela compartió todo lo que había sucedido con Clemente.
—¡Maldito sinvergüenza! ¡Voy a acabar con él!
—¡Clemente! ¡Tranquilo! Lo que importa es nuestra hija. Si queremos que esté con nosotros, debemos aceptar lo que elija.
Clemente soltó un bufido de rabia, pero comprendía que su esposa tenía razón. Desde ese instante, la familia Madrigal se unió en apoyo a Aurora.
Los días siguientes fueron un torbellino emocional. La firma del divorcio se realizó rápidamente. Los abogados de la compañía lo manejaron de manera eficaz. El apartamento se vendería, pero Arturo optó por pagar la parte de Aurora y quedárselo. Según decía, tenía ahorros.
Ella no protestó. Le devolvió el anillo de matrimonio y le deseó lo mejor. Su único deseo era alejarse de él para siempre. Aurora experimentó unos meses tranquilos. Se concentró en su embarazo y en dejar atrás el pasado. No le informó a Arturo sobre la bebé, no sentía que fuera necesario… aún.
Pronto escuchó, a través de rumores en la oficina, que la mujer con la que Arturo había tenido una aventura era una pelirroja del departamento de finanzas, y que ya no ocultaban su relación.
Aurora decidió ignorarlo. Evitaba las plantas donde ellos estaban, ya no bajaba a la cafetería. No quería ni verlos. Sin embargo, su suerte cambió una mañana.
Salía del edificio para un examen prenatal cuando se encontró con ellos de frente. Él la miró y se detuvo. Al notar su barriga de embarazo, lo comprendió todo.
—¿Por qué no me dijiste esto, Aurora? —exclamó con una mezcla de ira y confusión—. Ese niño es mío, lo sé.
—Tú querías irte. Solo te di la libertad que pedías.
—¡Es mi hijo! ¡Tengo derecho a saber!
—Y lo sabrías, cuando nazca estableceremos un acuerdo de visitas. Ahora, muévete. Necesito ir a mi cita.
—Voy contigo. Quiero saber cómo está mi hijo.
Ella lo miró con desapego y luego dirigió su mirada hacia Cristal, que los observaba intensamente.
—¿Tu novia está de acuerdo con esto?
—Cristal entenderá… ¿verdad?
La pelirroja asintió de manera forzada y entró al edificio, pero se maldijo por la aparición de Aurora. Ahora ese niño complicaría todo. Aurora no dijo nada más. Entró al auto de Arturo y le proporcionó la dirección del hospital.
Durante el trayecto, permaneció en silencio, no quería hablar, recordar ni emocionarse, una vez en la consulta, el médico le mostró los exámenes y confirmó que todo estaba bien. Aurora ya sabía que estaba esperando una niña. Al escuchar esto, una sonrisa apareció en el rostro de Arturo.
—Una niña… Qué hermosa noticia.
—No te hagas ilusiones, Arturo —respondió Aurora de manera tranquila al salir del consultorio—. Lo de hoy fue solo una excepción. No pienses que volveré a dejarte entrar en mi vida.
—Solo deseaba estar allí. ¿Puedo… al menos estar a tu lado cuando llegue el momento?
Ella se detuvo y lo miró.
—Lo consideraré. Ahora necesito irme.
Él la vio marcharse. Su paso resuelto, su abdomen abultado, su expresión decidida. La había perdido. . . y era consciente de ello.
—Quizás aún tenga una posibilidad —reflexionó—. Mi hija podría volver a unirnos.
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Editado: 02.08.2025