Mi Destino Eres Tu

CAPÍTULO 21

Aurora parpadeó con suavidad, sintiendo su cabeza latir y su garganta seca. La luz tenue de la habitación la desorientó un instante antes de que pudiera concentrarse. Se encontraba en una cama que no reconocía, con un tubo intravenoso en su brazo. El aire olía a medicina y a lavanda. Intentó levantarse, pero el dolor en sus templos se lo impidió. A su lado, una mujer dormía en una silla, envuelta en un chal. Con sus fuerzas limitadas, Aurora murmuró:

—Agua… por favor…

La mujer despertó de inmediato, alarmada pero amable.

—¡Por supuesto, señorita! No se esfuerce… Voy a avisar al médico, me pidió que lo llamara tan pronto despertara.

Aurora tomó pequeños sorbos del agua que le ofrecieron. El alivio fue breve, pero le ayudó a sentirse un poco mejor. Cuando el médico entró unos minutos después, su visión ya era más clara, aunque seguía sintiéndose mal.

—Señorita —saludó el médico con amabilidad—. Me alegra que esté consciente. Pensamos que tardaría más tiempo en reaccionar.

—¿Dónde estoy? Tengo… mucho dolor en la cabeza.

—Es normal. Fue sedada con un calmante. Lo peor ya pasó, pero los efectos secundarios tardan un tiempo en desaparecer por completo.

Aurora se quedó en shock.

—¿Sedada? ¿Cómo? ¿Cuándo?

—Fue rescatada a tiempo. El señor Félix Palacios la encontró y la trajo aquí. Está en su rancho. Está a salvo.

Ese nombre… Félix Palacios.

Una extraña sensación la invadió. No sabía por qué, pero le resultaba familiar, como si lo hubiera escuchado antes en otra vida o en un recuerdo vago. Sin embargo, no dijo nada. Estaba demasiado confundida para entenderlo todo.

—Lo último que recuerdo… es que estaba en una cena con un posible socio. Fui al baño porque me sentía mal… y después no recuerdo nada.

—Entonces es mejor que descanse. Estará bien. La están cuidando.

Aurora asintió, cerrando los ojos mientras el médico se iba. Lo que no sabía aún era que el hombre cuyo nombre flotaba en su mente estaba a punto de alterar su vida para siempre.

Mientras tanto, en otra parte del rancho, la situación era muy diferente.

El ambiente en el establo era tenso, con un aire cargado de sudor y agresividad reprimida. Sergio estaba atado de manos a una viga, respirando con dificultad y manchado de sangre. Tenía un ojo cerrado, el labio roto y marcas rojas en la piel. El doctor, de pie en una esquina, observaba en silencio, sintiendo también una profunda ira en su interior.

—Te gusta pegarles a las mujeres, ¿verdad? —gritó Félix con voz grave antes de darle otro puñetazo en el estómago.

Sergio emitió un gemido, escupiendo saliva y sangre. Félix no se detuvo. Continuó golpeándolo sin compasión, una, dos, tres veces más. Cada puñetazo era un desahogo por el sufrimiento que le había infligido a Isaura.

—¡Por favor. . . para! —imploró Sergio, su voz apenas audible—. Me equivoqué. . .

—¡Te equivocas si piensas que mereces compasión! —exclamó Félix, con los ojos llenos de furia—. Le levantaste la mano a mi hermana. . . ¡a mi hermana! La próxima vez, no me detendré.

Finalmente, Félix, con los nudillos manchados de sangre y respiración agitada, se alejó.

—Doctor, asegúrese de que no muera. No quiero un cuerpo en mi propiedad. —Se giró hacia sus hombres—. Cuando esté estable, lo dejarán en la carretera. No quiero volver a verlo en mis tierras.

—Entendido, señor.

—Y hay algo más —dijo el médico, limpiándose las gafas con seriedad—. La mujer que trajiste también ha despertado. No recuerda todo, pero tiene moretones en los brazos. Su sobrino no logró violarla… pero sin duda lo intentó.

Félix cerró los ojos por un momento. La rabia se avivó como un huracán en su pecho.

—Ese desgraciado es igual que su padre. ¡Igual! —masculló—. Haré lo que sea necesario para evitar un escándalo. No por él, sino por mi hermana. Pero Alfredo tiene que pagar. O lo volverá a hacer.

Uno de sus hombres, que estaba en la puerta, preguntó en un susurro:

—¿Qué desea que hagamos?

Félix no vaciló.

—Dale una golpiza de mi parte. Que entienda lo que pasa cuando ataca a mujeres vulnerables. Y dile esto: si se le acerca a esa mujer otra vez, lo denunciaré yo mismo y me aseguraré de que se pudra en la cárcel.

—Como ordene.

Félix no dijo nada más. Se dirigió a la casa principal. Antes de entrar, miró al cielo, ahora cubierto de nubes. La noche era remplazada por el amanecer. Las sombras eran densas, pero él estaba decidido a proteger a su familia, incluso si eso significaba convertirse en una sombra también.

Lo que no sabía era que esa mujer que descansaba en una de sus habitaciones. . . iba a transformarle la vida para siempre.

La suave brisa entraba por la ventana abierta, apenas moviendo las cortinas blancas de lino. Aurora miraba la oscuridad del campo mientras las estrellas empezaban a brillar en el cielo. El dolor en su cabeza seguía siendo un eco distante, pero lo que más la afectaba era el vacío: la falta de respuestas y el temor que aún sentía en su piel.

En ese momento, la puerta se abrió lentamente, Félix entró en silencio, como si estuviera consciente de que su mera presencia podría cambiar el delicado ambiente de la habitación. Ella se volvió hacia él de inmediato, con una mirada llena de dudas.

—¿Está bien, señorita? —preguntó con una voz grave y contenida.

Aurora asintió lentamente.

—Un poco mejor. . . ¿Es usted quien me salvó?

Él desvió la mirada.

—No lo vería de esa manera. Solo hice lo que debía hacer.

—Aun así… gracias. Si no me hubiera ayudado… no tengo idea de en qué situación estaría ahora. ¿Puedo preguntarle… dónde me encontró?

Félix dudó. Su expresión cambió, y Aurora notó que ese hombre fuerte y tosco parecía incómodo, casi vulnerable.

—Necesito que comprenda —comenzó él, apoyando una mano en el respaldo de la silla al lado de la cama— que estoy en una situación complicada. Estoy cuidando a mi hermana… y protegerla trae consigo algunas dificultades.




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