Mi Destino Eres Tu

CAPÍTULO 22.

El sonido de las hojas moviéndose por el viento entraba por la ventana abierta mientras Isaura comenzaba a despertarse. La luz suave del amanecer llenaba la habitación con un brillo cálido, pero el dolor en su rostro la hizo regresar a la dura realidad. Intentó levantarse, pero cada movimiento le causaba malestar. Tenía los labios agrietados, un ojo hinchado y marcas en el cuello. Fue en ese momento que recordó… Sergio. La pelea. La bofetada. La ira desbordante. La oscuridad que la envolvió al desmayarse.

Con una mano temblorosa se tocó el rostro y comenzó a llorar silenciosamente. Las lágrimas caían pesadas, llenas de vergüenza, miedo y esa impotencia que solo siente quien ha dejado que las cosas lleguen tan lejos sin poner un alto. Isaura, la mujer altanera, superficial y orgullosa, se sentía destrozada.

La puerta se abrió con cuidado. Era Félix. Entró calladamente, pero su mirada lo decía todo: determinación, desilusión, tristeza.

—¿Dónde me encuentro…? —preguntó ella en un tono que apenas se escuchaba.

—Estás en el rancho. En mi hogar. En tu hogar, si así lo prefieres —respondió él con calma—. Te traje aquí anoche, estabas inconsciente. Sergio… —hizo una pausa, como si contenía su emoción—, casi te mata, Isaura.

Ella desvió la mirada, sintiéndose vulnerable ante su hermano. —Lo sé. Pero nunca pensé que pudiera llegar a eso.

—¿Y qué creías? ¿Que después de años de tolerar su mediocridad y cubrir sus fallos, él se transformaría en un hombre respetable? —la voz de Félix carecía de ira, solo expresaba una dura honestidad que dolía más que cualquier reprimenda.

Isaura apretó las sábanas con fuerza. —Me siento avergonzada… No por las heridas, sino por todo lo que he dejado pasar. He perdido el rumbo, Félix. Intenté vivir una vida que no era la mía… Pensé que el dinero podría darme lo que no tuve en mi infancia. Pero ahora… no tengo nada.

—Tienes algo —dijo él acercándose a la ventana—. Tienes la oportunidad de comenzar de nuevo.

Ella lo miró con desconfianza. —¿Y cómo se comienza de nuevo cuando ya lo has perdido todo?

Félix se giró hacia ella. —Con determinación. Con valentía. Y con humildad. Te traje a un abogado. Puedes separarte de Sergio. Te ayudaré con todo, pero será a mis condiciones.

Isaura lo observó, con el corazón hecho trizas. —¿Qué condiciones?

—Primero, que no permitas que un hombre te humille nuevamente. Segundo, que asumas la responsabilidad por tu hijo, que, aunque sea adulto, refleja lo que has permitido. Y tercero… —su voz se volvió más seria—, que conozcas toda la verdad.

Félix se sentó junto a ella y tomó su mano con suavidad.

—Tu hijo, Alfredo, drogó a una mujer con la intención de abusar de ella. Si no hubiera llegado a tiempo, la habría violado. Ahora está recibiendo el castigo que merece, pero si no cambias y permaneces ciega ante sus acciones, se convertirá en un ser aún más peligroso.

Isaura se quedó inmóvil. Sus ojos se abrieron con terror.

—¿Qué… qué mujer?

—Aurora Madrigal —respondió él con determinación—. Una mujer honorable. Una empresaria que estaba a punto de perderlo todo, a la que Alfredo intentó engañar. Y cuando no lo logró, trató de aprovecharse de ella.

Isaura se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar. El sufrimiento era abrumador. Pero en medio del llanto, algo se rompió dentro de ella… o quizás se curó. Por primera vez en muchos años, Isaura Palacios sintió el impulso genuino de dejar de ser la mujer superficial y vacía que había llegado a ser.

—No tengo excusas, Félix. Solo te pido una oportunidad… para enmendar algo, para no convertirme en aquello que tanto desprecio.

Él la abrazó por primera vez en años, como cuando eran pequeños. —Siempre has sido mi hermana, Isaura. Y voy a ayudarte… pero esta vez, también tendrás que querer ayudarte a ti misma.

Y mientras Isaura lloraba en sus brazos, el inicio de su nueva vida comenzaba a asomarse entre los árboles del rancho Palacios.




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