Mi Destino Eres Tu

CAPÍTULO 30

NARRA FÉLIX.

Finalmente llegó el viernes… y con él, Aurora. Estaba más ansioso que nunca. No sé cómo explicarlo, pero desde el fallecimiento de mis padres, he encontrado refugio en el trabajo. El rancho se convirtió en mi universo, mi protección, mi prisión autoimpuesta. Aunque he tenido mujeres en mi vida, ninguna ha llegado al fondo de mi ser como ella. . . Si soy sincero, apenas recuerdo la última vez que estuve con alguien. Podría decirse que he estado en un celibato que yo mismo elegí durante años.

Me encontraba frente a la computadora revisando mis tareas pendientes, intentando dejar todo en orden para poder dedicarle tiempo a ella. Aurora. . . me gusta, y me gusta muchísimo. No puedo decir si es su manera de hablar, su forma de mirar, o la fuerza que tiene dentro. La verdad es que me hace sentir algo que no experimentaba desde hace tanto que ya no sé cómo manejarlo.

—¿En qué estás tan concentrado? —la voz de Isaura llegó sin avisar, como siempre.

Miré hacia arriba. Tenía esa sonrisa entre juguetona y cariñosa que solo una hermana puede ofrecer.

—En nada. . . solo que hoy vendrá alguien. Y quiero causar una buena impresión.

—¡Eso es algo nuevo! —rió—. Por un momento pensé que eras gay. Hace años que no te veo con una mujer. . . Bueno, sí, ¿te acuerdas de esa chica que te seguía como un perrito en celo cuando eras joven? ¿Cómo se llamaba?

—¿Victoria?

—¡Esa misma! La hija de los amigos de mamá. ¿Sabes qué fue de ella?

—No. Se mudaron a otro estado. Nunca la volví a ver. Solo éramos amigos.

—Ajá. . . sí, claro. Pero dímelo de una vez, ¿quién es la que te tiene así, ¿eh?

—Se llama Aurora. Y antes de que digas otra cosa, sí… es la mujer a la que tu hijo intentó agredir. La conocí mucho antes, en una carretera… estaba embarazada, sola, con una llanta desinflada. Desde aquel día no ha salido de mi mente.

Isaura bajó la mirada por un momento, guardó silencio… y luego sonrió.

—No te preocupes. La Isaura prejuiciosa ya no existe. ¿Qué tal si preparo un pay de manzana como los que hacía mamá? Y considerando eso, una buena comida para recibirla como se merece.

—Eso sería ideal. Pensaba pedirle a la cocinera que hiciera un menú especial, pero si lo preparas tú. . .

—Entonces me pongo a ello de inmediato.

Después de esa charla, me dirigí hacia la entrada. Quería estar presente cuando llegara. Me sentía como un adolescente esperando su primera cita. A punto de cumplir cuarenta años y me sudaban las manos como si tuviera quince.

El auto entró por el camino de grava y de él salió Aurora. Me saludó con la mano, y luego bajó a su hija. La pequeña me observó con desconfianza, como si me estuviera evaluando.

—Bienvenidas. ¿Cómo fue el viaje?

—Era más extenso de lo que recordaba, pero aprecio la invitación. Prometí a Clemencia que podría ver a los caballos.

—No solo a los caballos —le hice un guiño a la niña—. Tengo una sorpresa para ti.

La pequeña me miró en silencio. Era normal, apenas nos habíamos encontrado un par de veces. Nos dirigimos hacia las caballerizas y en cuanto vio al pequeño poni blanco con manchas color miel, sus ojos brillaron.

—Se llama Malteada —dije—. Lo adquirí recientemente en un lote de caballos. No es que me gusten los ponis, pero venía incluido… y pensé que tal vez un día alguien especial podría disfrutarlo.

—Es una hermosa coincidencia.

—¿Te gustaría cabalgarlo, Clemencia?

—¿De verdad puedo? —preguntó emocionada.

—Por supuesto. Yo te enseñaré.

La ayudé a subir con cuidado. Aurora también se subió para sostenerla por detrás. El animal era dócil, pero no quería riesgos. No hoy. No en nuestra primera “cita”. Llevé al poni por los senderos, mostrándoles los potreros y los campos de siembra —aunque no llegamos completamente, estaban demasiado lejos para caminar—. La niña reía, señalando cosas con asombro. Era como una imagen. Como esas que nunca tuve en mi vida. Una familia… un hogar.

Al regresar, Isaura ya había organizado todo. En el jardín, sobre una gran mesa de picnic decorada con un mantel de flores, nos esperaba una comida deliciosa.

—Un placer conocerte, Aurora —dijo Isaura con una sonrisa—. Mi hermano no deja de hablar de ti.

—Espero que sean cosas buenas —respondió Aurora con humor.

—No le hagas caso. Isaura siempre exagera.

—¿Exagerar? Te vi suspirar.

Aurora sonrió, y desearía desaparecer en ese momento. Isaura era buena para hacerme sentir incómodo.

Nos sentamos a comer. Clemencia no paraba de hablar y reír. El pastel de manzana fue un gran éxito.

—¿Señor, puedo comer más pastel? Está delicioso.

—Soy Félix, querida. Y claro, siempre que tu mamá no se oponga.

—Adelante —dijo Aurora—. Isaura, cocinas estupendo.

—Gracias, Aurora. Son recetas de mamá. Creo que es la primera vez desde su fallecimiento que me animo a prepararlas.

—Lo siento, no quise hacerte sentir mal.

—No me molesta. Recordarla me hace sentir bien.

Vi cómo Isaura bajaba la mirada un instante. Extrañaba a nuestros padres tanto como yo. Ese incendio nos dejó un vacío que no se puede llenar.

La tarde transcurrió entre risas, historias y momentos que no quería que finalizasen. Aurora y Isaura parecían llevarse muy bien. Clemencia se quedó dormida después de jugar y correr durante horas.

Las acompañé hasta el coche.

—Espero que lo hayan disfrutado.

—Fue una tarde maravillosa. Gracias.

—Ya sabes, puedes venir cuando lo desees.

—Lo haré. Hasta pronto.

Me atreví a besarle la mejilla antes de que se subiera. Ella no se alejó. Sonrió. Me sonrió…A medida que el vehículo se marchaba por la carretera, lo observé. Esa mujer. . . esa mujer será mi esposa y la madre de mis hijos, o dejaré de ser Félix Palacios.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.