NARRADOR.
Habían pasado catorce días desde que Aurora visitó el rancho Palacios por última vez. Durante ese tiempo, su conexión con Félix se desarrolló como un río tranquilo que empieza a crecer en fuerza. Se comunicaban a diario. Mensajes, llamadas, momentos de silencio compartido… una rutina que se empezó a convertir en algo esencial.
Félix estaba resuelto a ganarse su corazón, pero con calma. Había comprendido que Aurora era una mujer lastimada, una luchadora que levantó muros altos para protegerse. No iba a derribarlos de inmediato… los escalaría con ternura y perseverancia. Y lo estaba logrando. Porque, aunque Aurora no lo expresara, lo anhelaba. Revisaba su teléfono más de lo que se atrevería a confesar. Sonreía con cada mensaje. Se sonrojaba ante cada palabra amable.
Esa tarde, sin embargo, era única.
El evento de presentación de los nuevos productos de la empresa Madrigal se llevaría a cabo en uno de los hoteles más elegantes de la ciudad. Una velada diseñada para brillar, para revitalizar la marca, y para que todos supieran que la caída había llegado a su fin. Aurora había invertido todo su empeño en esa noche… y un poco de su orgullo. Deseaba lucir espléndida. Porque esa noche, llegaría en compañía. No de un socio. No de un inversionista. De él.
Eligió un vestido negro de satén con un escote refinado que acentuaba sus curvas de manera sutil. La abertura en la pierna le daba un aire seductor y las joyas —heredadas de su abuela— destacaban la elegancia de su estilo. Llevaba el cabello recogido en un moño alto y su perfume favorito. Se sentía nerviosa, pero llena de entusiasmo.
Cuando Félix llegó a buscarla, vestido con un esmoquin negro hecho a medida, por primera vez en mucho tiempo, Aurora se sintió deseada.
—Te ves… maravillosa —declaró él, abriendo la puerta del auto con una sonrisa que le ablandó el corazón.
—Y tú… muy elegante —respondió, bajando la mirada con un toque de timidez.
Parecían una pareja. Y al llegar al hotel, quedó confirmado. Una lluvia de flashes los rodeó. Los reporteros hacían preguntas a gritos. La prensa sabía que ese evento podría marcar el regreso de una de las empresas más representativas del país.
—¡Señorita Madrigal! ¿Quién es su acompañante? ¿Es cierto que se ha comprometido?
Aurora iba a contestar, pero Félix fue más rápido.
—Soy Félix Palacios —dijo, tomando su mano con confianza—. Y sí, soy el prometido de la señorita Madrigal.
Ella lo miró, sorprendida, sin poder articular palabra… pero no lo desmintió. Solo sonrió y caminó a su lado, con la cabeza en alto.
—¿Por qué dijiste eso? —susurró en cuanto entraron al ascensor.
—Porque no quiero que nadie más se te acerque esta noche —respondió con sinceridad—. Aunque me encantaría que fuera cierto… Que aceptaras ser mi prometida. —Y, sin romper la tensión, besó el dorso de su mano.
Ella experimentó un ligero hormigueo en la espalda. No supo qué decir. Sin embargo, su falta de palabras y su rubor lo comunicaron todo. Félix lo comprendió. Y sonrió para sí mismo.
Entraron agarrados del brazo. Eran el foco de todas las atenciones. Elegantes. Atractivos. Indiscutibles.
Entre los presentes, un rostro en particular causó una oleada de enojo en Aurora: él. Ese hombre que meses atrás le había propuesto dinero por una noche, que le aseguró que acabaría suplicándole. La había invitado solo para mostrarle su éxito. Para que supiera que estaba en pie, más fuerte que nunca… y que jamás le había suplicado a nadie.
Otros rostros, sin embargo, no estaban en la lista.
Sergio y Alfredo entraron junto a los Quintero, sus nuevos "socios". Al ver a Aurora con Félix, ambos se pusieron pálidos.
—¿No es esa la mujer que trataste de estafar? —murmuró Sergio.
—Sí —respondió Alfredo, tragándose la angustia—. Al parecer, mi tío salvó su negocio.
—¿Y quién no lo haría con una mujer así? Mantente alejado de ella, Alfredo. Estás comprometido. No arruines esto.
Alfredo no respondió. Miró a Félix con desprecio. Primero le había quitado a su madre. Ahora, a la mujer que quería. El resentimiento se le clavó en el pecho como una espina.
Elena, su prometida, notó esa mirada. Y luego se fijó en Aurora. Tenía sospechas. ¿Tuvieron un pasado? ¿Había algo más entre ellos? Permaneció en silencio. . . pero no olvidó.
La música comenzó a sonar. Las luces se atenuaron. Aurora subió al escenario con confianza y gracia. Agradeció a todos los presentes, a los inversores que creyeron en su idea, a los empleados que no se rindieron. Luego, se proyectó un video: la historia de la empresa, su caída y su renacer. Las nuevas líneas de productos, las fábricas modernizadas, la producción sostenible.
Los aplausos resonaron. Muchos empresarios tomaban apuntes. La empresa Madrigal se estaba recuperando, volviendo a ser lo que fue: un imperio. Y ella, Aurora, se veía impresionante. Poderosa. Inalcanzable. Félix no dejó de mirarla. En su mente, solo había una cosa que le quedaba clara:
Esa mujer ya le pertenecía. Solo faltaba que ella lo supiera.
Luego de la ovación y del video, Aurora regresó al escenario. Con sus ojos brillando y una emoción que apenas podía contener, levantó la mirada hacia la audiencia.
—Aprecio su apoyo —inició con voz decidida—. Esta noche no solo conmemoramos el relanzamiento de Lácteos Madrigal, sino también la esperanza… y el inicio de algo nuevo. Pero todo esto no habría sido factible sin una persona especial. Un hombre que estuvo detrás de mi proyecto, de mi visión… incluso cuando yo misma tenía mis dudas. Nuestro salvador. Les presento al señor Félix Palacios, inversor de Lácteos Madrigal.
La atención se centró en él mientras se acercaba al escenario. El salón quedó en silencio de inmediato. Todos esperaban con curiosidad ver al hombre del que se hablaba tanto. Y ahí estaba: imponente, seguro de sí mismo, vestido con elegancia, emanando una autoridad silenciosa que inspiraba respeto.
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Editado: 02.08.2025