Mi Destino Eres Tu

Capítulo 46 – EMBOSCADA.

La noche envolvía el camino como una densa sombra, y la niebla comenzaba a deslizarse entre los árboles, como un aviso. En el asiento trasero del coche protegido, Félix Palacios cerró la tableta con un suspiro, aún sintiendo el calor del último beso que le había dado a Aurora en la entrada de su casa. Todo en ella era pasión, y él se sentía encendido… vivo, esa mujer se había convertido en su razón de vivir después de tantos años en soledad.

Iba perdido en sus pensamientos, con la vista fija en la oscuridad del camino, cuando el auto frenó de repente.

—¿Qué sucede? —preguntó de inmediato al conductor.

—Señor… hay un bloqueo. —La tensión en la voz del hombre le hizo darse cuenta de inmediato—. No se baje. Podría ser una trampa.

Félix se inclinó y miró por la ventana. En medio de la carretera había una barricada improvisada de troncos y piedras. Y entre la niebla, comenzaron a aparecer formas… sombras armadas con rifles y chalecos tácticos. Se estaban aproximando.

Entonces, el silenció se rompió.

Ráfagas de tiros golpearon el vehículo como un enjambre de abejas furiosas. El sonido del metal al impactar contra el blindaje resonó en el aire. El conductor intentó maniobrar hacia atrás mientras pedía ayuda por radio. El escolta que estaba de copiloto sacó su arma y disparó por una de las ventanas, pero eran muchos.

—¡Manténgase abajo, señor! —gritó uno de los hombres.

Félix sacó la pistola de su maletín con tranquilidad. Su expresión era la de alguien capacitado para manejar la tensión. Su pulso, estable. Pero incluso él entendía que la situación era grave.

De repente, los disparos se detuvieron. Y el silencio que siguió fue mucho peor. Un silencio denso… un presagio de algo más mortal.

Una figura femenina apareció entre las sombras. Su cabello rojo como el fuego, trenzado, brillaba bajo la luz de los faros. Su andar era firme, mortal. Sostenía un lanzallamas en sus manos.

—¡Salgan! —gritó con una sonrisa cruel—. ¡O los quemaremos vivos!

El calor del arma encendida comenzaba a evaporar el agua del asfalto húmedo. El vehículo podría resistir un poco… pero no para siempre. Félix contuvo el aliento. Era ella. La misma mujer que había colocado la bomba en la empacadora de Aurora. La asesina de Flor de Loto.

Y cuando parecía que todo estaba perdido, un disparo rompió el aire como un trueno seco.

La mujer cayó, todavía con los ojos abiertos, el cráneo destrozado por una bala precisa, quirúrgica.

Lo que siguió fue un caos total. Tiros provenientes de ningún lugar empezaron a derribar uno a uno a los hombres que rodeaban el vehículo. Era como si fantasmas los estuvieran cazando. No hubo tiempo para reaccionar. Los cuerpos caían de manera torpe, y la sangre formaba ríos oscuros entre la niebla.

Cuando el último atacante fue derribado, regresó el silencio. Un silencio aún más pesado. Más amenazador.

Fue en ese momento que apareció ella.

Una mujer emergió de entre los árboles, con paso decidido y una mirada firme. Vestía un overol oscuro ajustado al cuerpo, botas militares y guantes. Su cabello, de un rojo brillante, estaba atado en una cola de caballo. Su rostro, sudado y marcado por el combate, mostraba una expresión enigmática.

Félix apuntó su pistola, manteniendo la vigilancia.

—No te acerques más.

—Soy quien acaba de salvarte, señor Palacios —respondió con tranquilidad, levantando las manos—. No soy tu enemiga.

—¿Eres de Flor de Loto?

—Exintegrante. Ya no soy una flor… soy una espina en su maldita corona.

Los guardias de Félix salieron del vehículo y la rodearon con las armas levantadas.

—Bájenla —ordenó Félix—. Átenla. Pero no la maten… todavía.

La inmovilizaron rápidamente. Ella no opuso resistencia.

—Tengo datos sobre Fabiola Montero. Si desean capturarla, deben escucharme. Pero no aquí. Puede que más de ellas vengan.

Félix la estudió con atención. No mostraba miedo. Su mirada estaba llena de determinación. La de alguien que ha enfrentado el infierno y ha decidido incendiarlo.

—Pónganla en el auto. Conmigo. Si resulta ser falsa… seré yo quien la mate.

Ella subió sin hacer un sonido.

Una vez dentro, sus miradas se cruzaron.

—Espero que tu historia tenga más valor que toda esta sangre derramada.

—Lo tiene —contestó ella con una sonrisa a medias, sus ojos llenos de ira—. Porque si no me escuchan, Fabiola matará a Aurora. Y lo hará pronto.

Félix sintió como el miedo se le hundía en el pecho.

El juego acaba de cambiar. Y esta vez, la muerte dictaba las normas.




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