La camioneta blindada se desplazaba lentamente por un sendero de tierra rodeado de árboles. El sol descendía en el horizonte, tiñendo el cielo de rojos vibrantes. Félix contemplaba en silencio a través de la ventana. Al lado de él, Elisa viajaba con las manos aún atadas, enfocando la vista hacia adelante, sin evidenciar temor.
No se dirigieron al rancho central, sino hacia una edificación alejada, en el extremo del terreno: un granero de madera reforzado con metal, renovado recientemente bajo órdenes de Félix. Había escogido la instalación para el sistema de seguridad, una sala de reuniones secreta y aislamiento acústico. Este sería su nuevo espacio operativo.
—Aquí no habrá interrupciones —declaró de manera cortante mientras salía del automóvil.
Los guardias de seguridad abrieron la puerta lateral del granero, descubriendo un área amplia, ordenada, iluminada con lámparas industriales. Mesas de acero, múltiples pantallas, mapas extendidos y un proyector encendido mostrando las imágenes satelitales más actuales ocupaban el lugar. Allí se llevaban a cabo las reuniones más delicadas. Isaura desconocía esto y prefería mantenerla alejada; su hermana aún estaba inquieta por la continua presencia de guardias en la propiedad.
Félix se quitó la chaqueta y la colocó sobre una silla. Luego dirigió su mirada hacia Elisa con intensidad.
—Quítale las ataduras —ordenó a su seguridad.
Uno de sus hombres rápidamente desató las manos de la mujer. Ella se frotó las muñecas, sin apartar la mirada de él.
—Si mientes, esta será tu última noche —advirtió Félix, tajante.
—No diría una mentira. . . no después de que esa perra intentó asesinarme —respondió Elisa con rencor.
—Empieza a hablar.
—Fabiola Montero desea verte muerto. Pero no eres su única meta. Busca acabar con Aurora Madrigal… y con su madre.
—¿Por qué razón? —preguntó Félix, con la mirada fija.
Elisa le devolvió la misma mirada intensa. Luego habló con voz firme:
—Porque culpa a Aurora por la muerte de Arturo. Pero lo que ignoras es que fue Fabiola quien comprometió los frenos del automóvil. Ese día, el destino no estaba marcado para él, sino para Aurora.
El ambiente en el granero se volvió pesado.
—¿Qué es lo que estás diciendo?
—Fabiola se unió a la empresa solo para robar. Era parte del plan. Sin embargo, se obsesionó con Arturo. Él fue su punto débil. Ella planeaba escapar con él y el dinero de la empresa. Pero cuando Arturo supo del embarazo cambio los planes y quiso eliminar a Aurora, pero no conto conque Arturo subiera ese día al vehículo con Clemente… todo se desmoronó. Fabiola no pudo superarlo.
—¿Estás segura? —preguntó Félix, cerrando los puños con fuerza.
—Vi el altar. Guarda las cenizas de Arturo en una urna, en su oficina. Lo llama "mi esposo". Está completamente trastornada, Félix. No es una líder, es un monstruo deseoso de venganza, mato a la líder anterior solo con la intención de tener el poder para destruir la vida de Aurora.
Félix se pasó la mano por la cara. Contenía la ira que se le subía por la espalda como una ola caliente.
—¿Y por qué atacó la empacadora?
—Quería mandarte un mensaje. A ti… y a ella. Apenas fue el inicio. Lo que sigue es Aurora… o su hija.
Félix impactó la mesa con su puño cerrado.
—No lo voy a permitir —dijo en voz baja.
Se giró hacia Elisa.
—¿Cómo supo dónde estaba? ¿Quién le proporcionó mi información?
La mujer bajó la mirada por un momento, antes de responder:
—Escuché que pagó a alguien muy cercano a ti. No sé su nombre. Pero le entregaron tus horarios, los planos del rancho… e incluso la ruta precisa que tomas en las noches.
El corazón de Félix latía con fuerza. Su expresión se tornó seria, su mandíbula temblaba por la ira contenida. Ya sabía quién era. Un nombre resonaba en su cabeza: Sergio. El traidor que siempre había estado dispuesto a vender su alma por dinero.
Miró de nuevo a Elisa. La furia no le impidió ser astuto y estratégico.
—Vas a quedarte aquí, bajo supervisión. Pero tendrás todo lo que necesites. Si me ayudas a atrapar a Fabiola, te prometo que saldrás con vida de esta situación.
—¿Y si no confías en mí?
—Ya estarías muerta.
Elisa mostró una ligera sonrisa.
—Entonces estamos de acuerdo, señor Palacios.
Félix asintió, luego se acercó a uno de sus hombres.
—Fortalezcan este lugar. Nadie entra ni sale sin mi permiso.
Mientras abandonaba el granero, la ira aún lo rodeaba como un abrigo. Pero había una cosa clara: Fabiola Montero había declarado la guerra, y él estaba decidido a ganar.
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Editado: 02.08.2025