El sol apenas comenzaba a aparecer en el cielo cuando Félix salió de su cuarto. No había tenido descanso. Las palabras de Elisa lo habían atormentado durante toda la noche, girando en su mente como cuchillos. Si Aurora no hubiera dado a luz ese día, si Clemente no hubiera tomado su auto, si Arturo no hubiera subido al auto tal vez ambos no habrían muerto, pero Aurora sí. Fabiola no solo era una amenaza. Era una asesina sin piedad.
Se movió en silencio hacia la cocina del rancho, donde encontró a Isaura ya despierta, sentada con una taza de café humeante frente a ella.
—Te levantaste temprano —dijo con una sonrisa de sueño.
—Es algo habitual —contestó ella—. Pero tú pareces no haber descansado. Anoche no te vi volver. ¿Dónde estuviste? ¿Acaso ya pasas las noches con Aurora? —bromeó, levantando una ceja de forma juguetona.
Félix la observó sin sonreír. Se sirvió una taza de café y se sentó enfrente de ella.
—Tengo algunos asuntos que atender —mencionó en un tono serio—. Ella vendrá en un momento.
—¿Problemas de trabajo?
—Podríamos decir que sí —respondió de manera evasiva—. Pero quería preguntarte. . . ¿Ha venido Sergio a verte últimamente?
El simple hecho de nombrarlo hizo que el rostro de Isaura se tornara serio. La tranquilidad que había mantenido desde el divorcio se desvaneció al instante.
—No. No hay razón para que venga. Sabes que no quiero saber nada de él, quien vino a verme fue Alfredo, trajo a su esposa, la verdad me sorprendió.
Félix asintió, pensativo. La respuesta validó sus sospechas.
—Lo entiendo. —Tomó otro sorbo y la miró de reojo—. Pero si regresa. . . necesito que me lo digas de inmediato. No podemos bajar la guardia.
Isaura lo miró con tristeza. Era consciente de que Félix tenía razón, pero le dolía aceptar que ni siquiera podía confiar en su propio hijo. Horas después, Aurora llegó al rancho. Su corazón latía con fuerza. Félix la había llamado por la mañana y, por su tono, supo que algo serio había sucedido. Al entrar, le avisaron que él estaba en el granero más alejado del rancho.
Ese espacio, apartado de la casa principal, había sido adaptado como centro de operaciones con su equipo de seguridad. Félix requería discreción y necesitaba mantener a Isaura alejada del inminente caos. Al entrar Aurora, lo primero que notó fue a Elisa, de pie junto a Félix. Se tensó de inmediato. El cabello pelirrojo de la mujer le causó una mala impresión, pero guardó silencio. Esperó.
—Llegué tan pronto como pude —dijo ella con nerviosismo—. ¿Tienes alguna noticia sobre esa mujer?
Félix asintió.
—Ayer intentaron matarme en una emboscada.
Aurora se tapó la boca con ambas manos.
—¡Dios mío! ¿Estás bien? ¿No te pasó nada?
—Estoy bien. Ella me ayudó. Aurora, te presento a Elisa. Ella era parte de Flor de Loto.
Aurora desvió su mirada hacia la mujer. En ese momento lo comprendió. El cabello rojo. La desconfianza inicial. Por supuesto… ¿cómo no se había dado cuenta antes?
—¿Por qué deberíamos confiar en ella? ¿Y si esto es un engaño para acercarse a ti?
—Eso fue lo que pensé al inicio —dijo Félix—, pero Fabiola trató de asesinarla. Elisa busca venganza. Y necesitamos localizar a esa mujer antes de que ataque de nuevo.
Aurora miró a Félix. Si él le daba su confianza, ella haría lo mismo.
—Confío en ti.
Félix tomó sus manos con un gesto que era a la vez afectuoso y serio.
—Pero hay algo que debes conocer —dijo en un tono bajo, lleno de inquietud.
Aurora sintió temor. Esa voz no traía buenas noticias.
—Sabes que en nuestra investigación nunca conseguimos entender por qué Fabiola estaba tan decidida a acabar contigo. —Hizo una pausa—. Elisa me reveló la verdadera razón.
Aurora lo observó, sin parpadear.
—Ella te responsabiliza por la muerte de Arturo.
—¿Qué?
—El día que empezaste a dar a luz, tu padre usó tu auto para llegar a la clínica. No había chofer, y cuando Arturo los vio en el estacionamiento, quiso ir con él. Deseaba estar presente en el nacimiento de tu hija. No lo sabías, pero ese auto tenía los frenos dañados. Fabiola fue quien lo hizo. Pensó que tú ibas a conducirlo. Quería que te mataras, Aurora… y que te llevaras a tu hija contigo.
Aurora se puso pálida. Las lágrimas comenzaron a caer sin control. La revelación fue un impacto directo al corazón.
—¡No. . . no puede ser! —lloró—. ¿Ella acabó con la vida de mi padre… y de Arturo?
Félix la abrazó fuertemente, apoyándola cuando sus piernas comenzaron a temblar. Entonces Elisa habló, con la voz entrecortada:
—Cuando me negué a seguir su plan… intentó matarme también. Solo porque tuve dudas. Fabiola no tiene límites. Vive obsesionada contigo. Quiere verte aislada. Arruinada. Y después, muerta.
Aurora se limpió las lágrimas con furia.
—Esa mujer va a pagar por esto. Lo prometo. Por mi padre. Por Arturo. Por todo lo que ha causado.
Félix la agarró de los hombros y asintió con determinación.
—Y no estarás sola en esto. Vamos a encontrarla… y vamos a detenerla.
MIENTRAS EN EL ESCONDITE DE FABIOLA.
Las paredes de tono gris del refugio subterráneo se sentían más angostas de lo habitual. El aire estaba impregnado de humedad y desconfianza. Fabiola Montero se movía de un lado a otro en su oficina privada, pareciendo una fiera atrapada. Había lanzado todos los artículos de su escritorio al suelo en un ataque de ira. Papeles, vasos, una lámpara rota. . . todo estaba tirado como evidencia de su creciente desesperación.
—¡Maldita traidora! —vociferó, golpeando la superficie del escritorio con el puño cerrado—. ¡Esa desgraciada va a pagar muy caro!
Su respiración era apresurada. Sus manos temblaban. Había estado despierta durante horas, y sus ojos inyectados en sangre mostraban más que cansancio. Daban cuenta de su locura.
Desde el intento de asesinato fallido contra Félix Palacios, su mundo se sentía inestable. No solo habían fracasado en eliminarlo, sino que ahora Elisa, una de las piezas más valiosas de su equipo, estaba de su lado. Fabiola era muy consciente de lo que eso significaba. Elisa los había traicionado.
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Editado: 02.08.2025