Mi Destino Eres Tu

Capítulo 55: Reina de la Sombra.

En lo más recóndito del sistema subterráneo de otra de sus baces, el silencio era tan denso que podía sentirse en la piel. Fabiola Montero se movía de un lado a otro como un animal atrapado. El sonido de sus zapatos de tacón retumbaba en el suelo de cemento pulido. La tensión era abrumadora; sus ojos, antes cautelosos, ahora resplandecían de ira descontrolada.

El fallo en el ataque a la mansión Madrigal había sido una afrenta humillante. No solo no habían podido retener a Alfredo y Elenas, volvieron a fallar al intentar capturar a la niña ni a su abuela, varias de sus mejores mujeres habían caído ante los guardias de Félix Palacios. La organización Flor de Loto empezaba a desmoronarse, lo que para Fabiola era inaceptable.

—¡Malditas inútiles! —vociferó, lanzando una copa contra la pared, los fragmentos esparciéndose como una lluvia afilada por la sala de juntas.

Las cinco mujeres que estaban frente a ella no se atrevían a pronunciar palabra. Todas tenían el cabello pintado de rojo como estipulaba la tradición de la organización, pero sus miradas mostraban una mezcla de temor y duda. Fabiola lo notó.

—¿Ustedes también cuestionan mi autoridad? ¿Piensan que he perdido el control?

Una de las mujeres, Miranda, la más joven del grupo, tragó saliva y se animó a hablar con voz firme, aunque temblorosa.

—No es eso, jefa… pero quizás debamos reconsiderar nuestros enfoques. El adversario ahora tiene más fortalezas, más aliados y más vigilancia. Y Elisa… —hizo un alto—, Elisa sigue de su parte y se llevo a Corina que también tiene mucha información.

Fabiola se quedó en silencio, un segundo que se sintió eterno. Luego se acercó lentamente a Miranda, como un depredador preparándose para atacar.

—¿Te preocupa Elisa? —susurró. Miranda asintió levemente.

—Sí, ella tiene mucha de nuestra información personal y golpes activos.

—Entonces debiste haberla eliminado cuando tuviste la oportunidad —respondió Fabiola de manera contundente, sacando su arma.

Un solo disparo.

Miranda se desplomó al suelo con un orificio limpio en la frente. Las otras mujeres gritaron y retrocedieron, pero ninguna se atrevió a moverse más allá de eso. Fabiola miró el cuerpo con indiferencia y luego al resto.

—¿Alguna otra propuesta?

El silencio fue la única respuesta. Las demás bajaron la mirada, obedientes, temblorosas.

—Perfecto —murmuró, guardando el arma—. De hoy en adelante, todo cambia. La confianza se ha acabado. Quien dude, muere. Quien falle, muere. Quien me cuestione… muere.

Suspiró y se sentó en la cabecera de la mesa, cruzando las piernas con gracia. Su rostro endurecido, las ojeras marcadas por noches sin dormir y la leve mancha de sangre en su mejilla le daban un aspecto casi inhumano.

—Vamos a reestructurarnos. Quiero nuevos frentes, nuevas identidades, nuevos escondites. Y quiero que se borren todas las bases de datos digitales. Hoy. No podemos permitir más filtraciones. Félix Palacios no puede localizarnos de nuevo.

Una de las mujeres, la más experimentada, asintió.

—¿Y cuál será nuestro siguiente movimiento?

Fabiola sonrió de manera cruel.

—Voy a quitarle a Aurora lo que tiene en su interior. Si no puedo vencerla con balas, usaré mi inteligencia. Le arrebataré lo que más aprecia y la haré dudar de todos a su alrededor. Quiero que sienta miedo cada momento de su vida. Y cuando se desmorone, entonces… la mataré.

Un silencio profundo llenó la sala. Fabiola se levantó, recogió la copa rota del suelo y la lanzó al cuerpo de Miranda.

—Esto será un aviso. La lealtad en Flor de Loto no es opcional.

Al salir, sus manos temblaban un poco. Por primera vez en muchos años, sentía que su dominio podía acabar. No lo permitiría. No después de todo lo que había hecho para llegar allí. No mientras aún viva.

Pero lo que ella ignoraba… era que alguien más en la organización había visto todo. Una sombra al fondo del pasillo, una mujer cuyo cabello empezaba a perder su color rojo brillante para revelar su tono natural. Esa misma noche, haría una llamada secreta.

—¿Elisa? … Soy yo. Necesito hablar. Estoy lista para traicionar a Fabiola.

Mientras una nueva traición se gestaba. Las paredes de cemento de la base resonaban con ecos suaves mientras Fabiola avanzaba con determinación por el extenso pasillo que llevaba a su habitación privada. Nadie se atrevía a mirarla a los ojos. Cada integrante de Flor de Loto que se encontraba con ella agachaba la cabeza, como si de repente estuvieran ante una entidad oscura e impredecible, capaz de decidir entre la vida y la muerte con solo un movimiento.

Al llegar a su habitación, cerró la puerta con llave, encendió el antiguo tocadiscos situado en una esquina del lujoso refugio y dejó que las melodías de un tango nostálgico llenaran el ambiente.

Se desabrochó la chaqueta de cuero, aún manchada con la sangre de Miranda, y la dejó caer al suelo. El espejo le devolvió su reflejo: ojos inyectados, rímel corrido, mandíbula apretada. Ya no era la misma mujer que, años atrás, se movía con gracia entre oficinas financieras y cenas elegantes. Ahora era una reina sin reino, una loba herida, peligrosa… desesperada.

Se dirigió a su tocador y sirvió una copa de coñac sin dudarlo. Bebió de un trago. Luego, con las manos frías, tomó su teléfono satelital y buscó un número guardado bajo un alias: “La Sombra”.

Era Sergio.

Llamó. Un timbre. Dos. Tres.

—¿Quién es? —respondió una voz masculina, somnolienta.

—¿Todavía con resaca, Sergio? —comentó Fabiola, con una media sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Un silencio incómodo.

—¿Fabiola? ¿Qué… qué quieres ahora? Estoy de vacaciones. Necesitaba un descanso después de todo lo que te ayudé.

—¿Vacaciones? —repitió ella con ironía—. Me ayudaste por una fortuna. No me hiciste un favor. Y te recuerdo que me entregaste a tu propio hijo sin dudar. No eres exactamente un héroe.




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