Mi Destino Eres Tu

Capítulo 57: "La noche del asalto".

La madrugada cayó densa y pegajosa, como un presagio maldito. Todo el rancho parecía dormido bajo un manto de calma forzada, pero Félix no lograba cerrar los ojos. Había algo en el aire… una tensión que lo obligaba a estar alerta, como si su instinto supiera lo que se avecinaba.

Y entonces ocurrió.

El primer estruendo sacudió la tierra como un rugido de la misma muerte. Fue una explosión contenida, en la zona trasera del rancho, donde las cámaras habían sido hackeadas horas antes sin que nadie lo notara. Las luces de emergencia se encendieron, la alarma interna chilló con fuerza, y los guardias comenzaron a moverse a toda velocidad.

—¡Estamos bajo ataque! —gritó uno de los vigilantes, mientras corría por los pasillos.

En cuestión de segundos, el caos estalló.

Desde los bosques cercanos, una decena de vehículos todoterreno irrumpió atravesando el cerco. De ellos descendieron más de treinta hombres y mujeres armados hasta los dientes, vestidos de negro, con miradas heladas. A la cabeza iba ella, Fabiola Montero, con una sonrisa endemoniada en el rostro y una metralleta colgada al pecho.

—Hoy vas a pagar, Félix Palacios. Hoy, te arrodillarás.

Dentro de la casa principal, todo fue gritos, pasos apresurados y miedo. Félix ya tenía un arma en las manos cuando irrumpió en la sala, seguido por Alfredo que, aunque nervioso, no titubeó.

—¿Dónde está Isaura? ¿Dónde está Aurora? —rugió Félix.

—Isaura y Elena están con los niños y las mujeres, los llevamos al búnker hace minutos —respondió uno de los empleados, agitado—. ¡La señora Adela también está allí con niña Clemencia!

Félix asintió con firmeza. —Que nadie salga de ahí hasta que esto termine. ¡Protejan a nuestras familias!

Y sin perder tiempo, salió a defender lo que era suyo.

El rancho era ahora un campo de guerra.

Los guardias disparaban desde los tejados, desde las ventanas, parapetados detrás de vehículos volcados. La tierra temblaba con cada explosión, con cada ráfaga de metralla. El enemigo superaba en número, pero no en coraje. Félix lideraba el frente, disparando sin descanso, dando órdenes claras, moviéndose como un estratega nato. A su lado, Alfredo cubría la retaguardia, su rostro pálido pero decidido.

Los trabajadores del rancho, aquellos hombres que durante años labraron tierra y criaron ganado, tomaron armas y pelearon con fiereza. Nadie se quedó de brazos cruzados. Defendían más que una propiedad… defendían su hogar.

En el búnker subterráneo, Isaura lloraba en silencio, abrazando a una Elena tensa que temblaba de frustración. Los niños estaban acurrucados en un rincón, y Adela intentaba calmarlos mientras Clemencia le tomaba la mano a su madre.

—Todo estará bien, hija. Félix está afuera. Él nos protegerá. —susurró Adela con voz temblorosa.

Un silencio helado se instaló… hasta que Aurora se levantó como una ráfaga. Llevaba un arma en la mano, el cabello recogido, la mirada encendida.

—¿Qué haces? ¡No puedes salir! —le gritó Isaura, pero ella no se detuvo.

—No voy a quedarme aquí mientras todos arriesgan la vida por mi culpa. Ella vino por mí. Y si quiere verme, que me vea de frente.

Clemencia la abrazó fuerte, y Adela no pudo detener las lágrimas.

—Promete que volverás.

—No puedo prometer eso, mamá… pero lucharé hasta el final. —respondió Aurora, antes de desaparecer por la escotilla del búnker.

En el exterior, el fuego cruzado era brutal. Fabiola caminaba entre la destrucción como si fuera su reino. Disparaba, gritaba órdenes, y sonreía cada vez que uno de los hombres de Félix caía. El odio le hervía bajo la piel.

—¡Encuentren a Félix! ¡Quiero verlo de rodillas! —vociferaba con rabia mientras una granada hacía volar una camioneta a unos metros de ella.

Aurora salió en medio de la batalla. Corrió esquivando balas, y al divisar a Félix, se colocó a su lado, disparando con determinación.

—¿Estás loca? ¡Regresa al búnker! —gritó él.

—¡Ella vino por mí! ¡Y yo voy a terminar con esto!

Los ojos de Félix se llenaron de orgullo y miedo. Estaban juntos en el infierno… y ninguno de los dos pensaba rendirse.

Fabiola finalmente los divisó entre el humo y el fuego.

—¡Ahí está, la princesa de hielo! —murmuró, alzando su rifle.

Disparó sin piedad, pero Félix la cubrió, empujando a Aurora hacia el suelo.

Una bala le atravesó el hombro y otra le roso la pierna.

—¡Félix! —gritó Aurora con desesperación.

El dolor fue agudo, pero él no se detuvo. Se arrastró hasta cubrirla con su cuerpo, mientras Alfredo y otros hombres contraatacaban desde un costado. La batalla alcanzó su clímax. Explosiones. Gritos. Disparos. Humo, los hombres de Félix iban ganando, Fabiola se quedaba sin munición.

Y de pronto, una camioneta negra aceleró desde la parte trasera de la propiedad.

—¡Fabiola está huyendo! —gritó uno de los hombres.

Los disparos intentaron detenerla, pero ya era tarde. Su vehículo blindado atravesó los restos del portón, perdiéndose en la oscuridad del campo.

**

Una hora después, el silencio cayó. El rancho era un campo de cenizas y cuerpos, pero la familia Palacios estaba viva. Félix fue llevado a la habitación donde un doctor ya esperaba, con Aurora a su lado, tomándole la mano soporto la curación de las heridas. Alfredo se acercó a Elena, cubriéndola con una manta, y no dijo una sola palabra, solo la abrazó fuerte, temblando aún por todo lo vivido

Isaura salió del búnker y al ver a su hijo con vida, se arrodilló y lloró. Adela abrazó a su hija como si no la viera en años, y Clemencia corrió a esconderse en el pecho de su madre. Fabiola no había sido capturada. Pero ya no era invencible. Había fallado de nuevo y ahora todos sabían que la guerra no había terminado, pero los Palacios no pensaban perderla.




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