La noche llegó al rancho como un denso manto lleno de augurios. Aunque el cielo estaba despejado, había una extraña energía en el ambiente, como si la naturaleza misma advirtiera que algo significativo se aproximaba. En el granero principal, ahora el centro de operaciones, el murmullo de voces y el sonido del papel sobre la mesa ocupaban el espacio.
Félix, con su brazo todavía vendado, se encontraba inclinado sobre el mapa satelital de la zona. Cada ruta estaba subrayada en rojo y se habían señalado todos los puntos débiles. Junto a él, Elisa señalaba un camino secundario que pasaba justo detrás del nuevo refugio de Fabiola.
—Por aquí es donde llegan los suministros —comentó con voz tensa—. Hay vigilancia, pero no es tan estricta como en la zona principal. Podríamos dividirnos y atacar desde dos flancos. Ella no anticipará un ataque doble con tan poca distancia entre los grupos.
Aurora escuchaba en silencio, sentada al otro lado de la mesa. No había dicho mucho desde que descubrieron la traición de Sergio. El resentimiento que sentía por Alfredo seguía allí, pero el objetivo era más importante que su dolor personal.
—¿Y si tiene rehenes? —preguntó finalmente, su voz baja pero firme.
—Por eso debes quedarte —replicó Félix rápidamente—. No quiero que corras riesgos.
—No me pidas eso —contestó sin mirarlo—. Me quitó a mi padre, a Arturo, casi me mata, y ahora intentó destruir lo que más he reconstruido. No me pidas quedarme.
La tensión en el aire se volvió densa. Isaura, sentada junto a Elena, apretó los labios y bajó la mirada. Sabía que esta lucha no solo era por justicia, sino también por redención. Y que su hijo estaba en medio de todo esto.
—Todos tenemos que ir —intervino Elisa—. Las mujeres que vinieron conmigo están listas. Esta organización ya no le pertenece. Lo que ella edificó con sangre y mentiras caerá esta noche.
—Entonces que caiga —murmuró Félix—. Y que no quede nada en pie.
**
Horas más tarde, en la soledad de la habitación que compartía con Aurora, Félix la halló de pie cerca de la ventana, mirando la oscuridad del campo. La luz de la luna iluminaba su rostro, pero no podía ocultar la tristeza en sus ojos.
—¿No puedes descansar? —le preguntó, acercándose.
—No es miedo —confesó—. Es ira. Por lo que nos hizo. Por lo que aún podría hacernos. Por no haberla detenido antes.
Félix se acercó más y puso una mano en su cintura. Su proximidad iba más allá de lo físico. En los últimos días, sus lazos se habían fortalecido en silencio, en miradas y gestos. Ya no eran solo compañeros. Se habían convertido en el refugio del otro.
—Te lo prometo, esta vez se acaba —susurró en su oído—. No importará si me cuesta todo. No permitiré que te haga daño otra vez.
Aurora se giró y lo abrazó. En ese momento, no eran líderes, ni víctimas, ni soldados. Solo eran dos almas marcadas por la pérdida, aferrándose la una a la otra antes del último amanecer.
—Solo prométeme que vas a regresar —dijo ella—. No quiero criar a mi hija sola.
Félix tragó y la besó lentamente. Un beso que sabía a despedida… y a promesa de volver.
**
Antes de que amaneciera, los vehículos estaban listos. Los hombres de seguridad preparaban sus armas, revisaban chalecos y repartían radios. Las mujeres de Flor de Loto, vestidas de negro, formaban una línea silenciosa, imponentes y decididas. Algunas mostraban cicatrices, otras las ocultaban bajo su ropa. Todas tenían en sus ojos un deseo compartido: justicia.
Elisa se puso al frente.
—Esta será nuestra oportunidad de redención —declaró con firmeza—. Y también nuestra despedida de los días oscuros.
Félix, junto a Aurora, miró a su equipo. Entre los rostros familiares y los nuevos aliados, había una única emoción que los unía: determinación.
—Hoy se cierra este capítulo —dijo con voz rasposa—. Hoy dejamos de escapar.
Isaura abrazó a su hijo como si fuera la última vez. Elena besó a Alfredo con fuerza, aunque su herida en el abdomen le molestaba. Nadie se quejó. Nadie se detuvo.
Los motores rugieron.
Y así, cuando el sol apenas comenzaba a asomarse, la caravana partió.
Una guerra silenciosa se estaba aproximando.
Pero por primera vez. . . ellos estaban listos para ganarla.
**
Fabiola y su gente no estaban preparadas para el ataque, cuatros explosiones al unísono y el caos se desato, los hombres de Félix atacaron sin piedad y las ex agentes de flor de loto disparaban con un propósito, recuperar su organización.
La noche estaba llena de gritos, humo y descontrol. El sonido de las balas todavía resonaba entre las paredes desgastadas del cuartel de Fabiola, ahora convertido en un lugar de desastre y cuerpos caídos. El aroma de la pólvora se unía al de la sangre, mientras el humo oscurecía el cielo.
La contienda estaba ganada… pero la pesadilla continuaba.
Fabiola escapaba por un pasillo escondido en los sótanos, su respiración era rápida y sus ojos, desorbitados. Su traje estaba cubierto de ceniza, su cabello adherido a su rostro, y sus manos temblorosas sostenían un bolso con los últimos papeles y un encendedor de emergencia. Había perdido todo, pero aún se negaba a rendirse.
—Malditos… pensaron que podrían conmigo —murmuró, apretando los dientes—. Yo comencé esta guerra.
Pero no se imaginaba que alguien más la perseguiría… alguien que la conocía muy bien.
—¿Y a dónde crees que vas? —preguntó Elisa con una voz firme, apareciendo de las sombras, con un arma en la mano, impidiendo su paso.
Fabiola se detuvo de inmediato. Sus ojos brillaron con rabia y sorpresa.
—¿Tú? ¿Viniste a morir conmigo?
—No. Vine a acabar contigo antes de que sigas arruinando más vidas.
Fabiola soltó una risa quebrada.
—Eres una traidora… una maldita traidora. Yo te salvé. Te di un propósito. Y tú… me apuñalas por la espalda.
—Tú me enseñaste a matar… pero también me enseñaste lo que es ser solo una pieza en el juego. No me diste un propósito. Me quitaste mi libertad.
#2641 en Novela romántica
#240 en Thriller
#76 en Suspenso
amor deseo odio muertes, amor destinado, amor desamor pasado doloroso
Editado: 02.08.2025