Mi dulce de melocotón; Libro uno (ver.2022)

Capítulo cuarenta y siete

𝐀𝐁𝐃𝐄𝐋

𝐀𝐁𝐃𝐄𝐋

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Acaricio el hermoso y suave pelaje que ella tiene, siendo lo único que hago desde que he despertado. Tener la preciosa vista de verla de esta forma en donde ella parece tranquila mientras duerme en su forma natural es algo encantador de mirar.

Suspiro pasando mis dedos por su pequeña cabecita, la acariciaba delicadamente como ella se merecía. Aparte, estaba feliz por pensar en que sería padre, sin duda lo gritaría para humillar a Aiden y su inútil presencia que siempre me estorba.

Con una sonrisa la dejo tapada y camino fuera de la cama para tomar un baño antes de que ella despierte, tengo un día ocupado y necesito aprovechar algo de tiempo para despedirme de mi conejita antes de ir al trabajo.

Salgo del baño con una toalla en mi cintura y miro a mi calabaza envuelta en varias sábanas, saca su rostro de entre las sabanas y me mira sin ninguna expresión, extrañe ver su hermosa cara llena de pecas por tantas horas.

— Ponte ropa. — Murmura al acercarme a ella.

La tomo en mis brazos sacándola de aquellas sabanas, sus ojos azulados me examinan de arriba a abajo hasta terminar en mi mirada, observo con atención aquellas pecas de las cuales me tienen enamorado desde niño. 

— Había dicho que te iba a ir mal, melocotón gruñón.

Aleja su rostro entrecerrando sus ojos, se cruza de brazos antes de mirarme por un momento y tomar mis hombros para que al último pase sus brazos por mi cuello, dejando mi mentón al inicio de su pecho.

— Lo siento. — Dice inquieta.

Ladeo mi sonrisa comenzando a besar su piel, subo mis labios hasta llegar a mi marca y pasar a su mejilla. Me separo de ella dejándola sobre un burro, le presto atención  por un momento antes de ver que me pondré el día de hoy, regreso mi mirada hacia ella que sostiene en ese momento una camisa en sus manos.

— Hoy iré al trabajo, deberás ir a la escuela sola.— Me acerco a ella tomando la camisa en mis manos.

Su pequeña sonrisa hace que mi corazón cosquillee de una extraña forma, olfateo su aroma antes de besar la comisura de sus labios.

— ¡No! — Dice alterada. — Me harán daño ahora que saben de nosotros, esas chicas son malas. — Acomoda la camisa que trae puesta antes de mirarme.

— ¿Entonces? — Pregunto examinando su vestimenta.

Hace un puchero como nunca antes, siendo tan tierno que logra detener mis movimientos para que hipnotizado camine hacia sus brazos y me deje sentir aquellas caricias que son el paraíso. Recargo mi rostro en su hombro, sintiendo mi cuerpo relajado por estar entre las caricias de mi conejita dulce.

— Queremos estar protegidos. — Pone sus manos sobre mis hombros alejándome de ella.

Me cruzo de brazos por como habla en plural para aprovecharse de mis cambios protectores que tengo sobre ella. Aunque tiene razón y debe de estar protegida por estar en cinta, en mi mente solo se acumulan tantas cosas que solo me hacen sentir más exhausto.

— Está bien inventaré una excusa para ti. — Paso algunos mechones de su cabello por detrás de su oreja. — Ahora, ¿por qué no traes algo más aparte de esa camisa?

Con rapidez baja su rostro escondiendo una sonrisa junto con un sonrojo en sus mejillas, niego volviendo a lo que hacía hace unos minutos. Ella señala algunas prendas y yo hago caso a lo que pide esperando a que hable.

— Bueno. — Ríe nerviosa. — Tú siempre dices que te gusta que este así.

Agarro su rostro entre mis manos, beso sus labios lentamente antes de ladear mi rostro y mirarla con seriedad por saber que alguien puede entrar y ver las intimidades de mi conejita, algo que puede hacerla sentir incómoda.

— Lo dije, claro que sí.— Aprieto sus mejillas.— Pero solo es en tus días de celo, en esos días mi conejita está muy sensible a todo.

— Oh, bueno.—Sonríe bajando de aquel burro.

Se queda parada en la puerta jugando con su cabello nervioso sin darse la vuelta para no ver como me quito la toalla, se gira y noto como muerde sus labios, gira su rostro en solo segundos. Algo que me hace reír lentamente, me acerco a ella y la abrazo por la espalda suspirando un poco.

— Ya me has visto desnudo, cariño. — Susurro besando su mejilla.

Se gira en su lugar, ladea su rostro con lentitud mientras sus mejillas estallan de aquel color rojo que siempre la delata. Vuelvo a reír negando por su actitud nerviosa, pero que siempre me hace quererla más por sus tiernos gestos.

— Eso no quiere decir que esté acostumbrada. — Asiente con una sonrisa pasando sus brazos por mi cuello. — Abdel, ¿nadie ha vuelto a ir a tu oficina?

Su forma de no querer mostrarse celosa me hace reír,  pongo atención a sus ojos que muestran algo nuevo. Ya que por primera vez veo aquella emoción de enojo y frustración al decir esas palabras.




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