Jimena se levantó con unas ojeras enormes. Aunque el bebé ya tenía seis meses, había noches que no la dejaba dormir y esa fue una de ellas. Para ese entonces, ya Pablo se había ido a la empresa, por lo que ella empezó a hacer su rutina de ejercicios matutinos.
Se estaba esforzando bastante en esos días, debido a que había ganado mucho peso gracias al embarazo; sin embargo, estaba recuperando su figura sin mucha dificultad, puesto que ella siempre había sido disciplinada con los ejercicios.
Frente al espejo, Jimena contemplaba su piel pálida, asimismo, notó cómo sus ojos azules estaban perdidos entre las grandes bolsas, que mostraban su cansancio y falta de sueño. Pero las ojeras no eran solo por no dormir lo suficiente, aquella noche había llorado otra vez. Recordó cuando Pablo la besó por primera vez en aquel verano, donde empezó su historia de amor. Estaban en medio del bosque, en un tonto juego de paintball. Se sumió en los recuerdos…
—Hola, preciosa. —Se le acercó Pablo tratando de intimidarla. Ella se mantuvo erguida, estudiando sus movimientos—. ¿Piensas dispararme? —dijo poniéndose frente a su arma.
—¿Qué haces? —preguntó nerviosa, al ver su arma pegada al pecho de él.
—¿Por qué no jugamos otro juego? —Tiró su arma. Tomó la de ella y la tiró al suelo, también.
—¿Qué crees que haces, Pablo Mars? —reclamó con voz temblorosa.
—Pasa, que no puedo esperar a nuestra cita de mañana —dijo sorprendiéndola—. Dicho esto, unió sus labios a los de ella.
Su beso fue lento y tierno, aun así, Jimena sentía que se quedaba sin aliento. Ella había besado a otros chicos antes, pero nunca había tenido aquella sensación que la estremecía por completo.
Sumida en el placer que los labios deliciosos le brindaban, le apretó el cuello con sus dos manos para intensificar aquel beso, a lo que él le respondió tomándola por la cintura. La unión de sus bocas se tornó más intensa y el deseo les provocó un cosquilleo excitante en la piel.
Pablo le atacó el cuello, al mismo tiempo en que la pegó de un árbol que estaba cerca, entonces empezó a acariciarla con más atrevimiento y le mordió el lóbulo de la oreja. Se aferraba a la boca de la chica con fiereza y le volvió a besar el cuello. Jimena sentía que perdería el aliento en cualquier momento, debido al salvajismo y el hambre con que él la besaba.
—¿No crees que vamos muy rápido? —dijo ella mientras tomaba distancia, admirando su mirada color café.
—Disculpa si te hice sentir incómoda. —Sonrió con tono seductor—. Por cierto, recuerda que mañana tenemos una cita, y debes saber que en esa cita es posible que me pase un poco —advirtió, susurrándole aquello cerca del cuello, provocando que las piernas le tiemblen al sentir el aliento de él sobre su piel—. Así que tú decides si estás dispuesta o no a asumir el reto. —Sonrió con malicia y se marchó, perdiéndose entre los árboles.
***
Pablo estaba sentado detrás de su escritorio revisando unos papeles, cuando su nueva asistente hizo entrada. Él dejó a su previa empleada a cargo de buscar su reemplazo, ya que consideró que nadie mejor que ella para saber quién sería la persona más indicada para el puesto.
Y escogió bien.
La joven era muy disciplinada y muy buena en su trabajo. Aparte de su buen currículum, tenía experiencia, además aprendía y se adaptaba rápido. El único problema era su belleza exótica y la sensualidad que denotaba de forma natural. Y para colmar la situación, la chica le mostraba un interés más allá de lo profesional, haciendo insinuaciones sutiles. Para añadir a su desgracia, su relación con Jimena no marchaba bien.
Miró a su asistente de arriba abajo atolondrado. Tenía una minifalda apretada color gris, dentro de esta, llevaba una camisa blanca que dejaba ver parte de su gran escote.
La chica poseía la piel mestiza oscura más hermosa que haya visto antes, y que hacía contraste con sus ojos grises, cuyo brillo cristalino les daba una apariencia singular y muy atractiva. Su cabello negro, lacio y abundante solía estar suelto y le cubría los brazos, debido a que era muy largo. Tenía una diminuta cintura y una cadera amplia y bien definida. Sus piernas eran largas y hermosas. Sus labios pequeños y carnosos, y esas pestañas gruesas que aún no sabía si eran naturales. Qué decir de sus pechos, también dudaba que fueran los que la naturaleza les dio.
Pero había algo en ella que lo descontrolaba y lo ponía nervioso. Sabía que estaba mal y que no debía permitirse temblar cuando escuchaba aquella voz sensual, o cuando contemplaba esa sonrisa que lo invitaba a pecar.
Aunque ya su relación con Jimena no era como al principio, ella era su esposa y la madre de su hijo. No podía llegar tan lejos.
Su empleada se acercó seductora y le entregó unos documentos rozando su mano a propósito. Él la miró con indiferencia, tratando de disimular su deseo. La chica salió un poco decepcionada, en cambio él se quedó perturbado, pues no sabía cuánto tiempo podía abstenerse ante aquella hermosa tentación.
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Editado: 07.02.2025