La madre de Alex se quedó enormemente sorprendida, impactada; no pudo hacer más que apartar su mirada de los párrafos del diario y taparse la boca. Sin color en la cara quedó unos segundos en silencio, tan silencioso de hecho que alcanzaba a escuchar incluso los latidos de su corazón. Sin poder seguir leyendo en ese momento, baja a prepararse más café, que el que tenía se le había resbalado como agua en la boca. Ya en la planta de abajo, quedó recargada en una barra mientras esperaba a que hirviera el agua. Sacó su teléfono y se fue a los videos que había tomado con la cámara. En él se encontraba un video donde el protagonista era Alex, el video se lo había mandado a ella cuando estuvo de viaje por una excursión. En el otro se encontraba ella con el padre de Alex, quien murió de cáncer pulmonar hace dos años, otros videos que no tenían relevancia. Pasó y pasó imágenes de Alexander, que, si bien no eran la familia más unida y cuando él comenzó a estudiar la universidad, se alejó de ella; de algún modo había un lazo extraño de relación madre-hijo.
Aún así, con un sabor amargo en la boca, preparó su café aún más amargo y subió a re continuar la lectura. Cabe a resaltar que, la casa donde se encontraba era la antigua casa de Alex, que no le asustaba en lo más mínimo estar ahí, ella quería saber que es lo que había sucedido y dónde estaba su hijo, así que siguió leyendo:
“Con las manos llenas de sangre, y, bastante nuevo ante la experiencia, comencé a ponerme nervioso y no sabía qué hacía, al niño haberse lastimado, pero siguiendo consiente, comenzó a gritar, pero yo seguí estrellándole la cabeza. Y comencé a arrastrarlo rápidamente hasta el carro, para tratar de resolver el asunto. Pero tenía dos problemas, primero; me encargué de subir sin que nadie más me viera, el cuerpo de aquel que no había matado yo, después; subí al niño, chorreando de sangre, pero me daba igual porque quería escapar. Subí al carro, me quité la camisa, que la tenía manchada, me quedé solamente en la playera de abajo, encendí el coche y me di retorno con el fin de largarme.
Pero, para mi suerte y con los chistes que se aventaba la vida, me topé una patrulla viniendo hacia mí, que no tardaron nada en echarme las luces y pedir que me detuviera, se bajaron, pidieron mi identificación, me hicieron la pregunta de a donde iba. Habíamos echado una bromilla y al final me libré del tenso momento.
Buscando arduamente nunca vi ningún lago, mas que el puente de la ciudad, que en realidad no era un lago, era un paso de agua, que tenía puentes donde pasaban los carros para ir a la ciudad. Me estacioné y encendí un Chesterfield, tan confundido como desesperado, así me encontraba en ese momento. Que para mi suerte no se veían muchas luces transitando la ciudad, aunque el bosque por si solo daba miedo, quizá había un asesino suelto por algún lugar. No sé. Cosa de ciudades con todo tipo de gente.
Tratando de hacerme el de la sangre fría, abrí el maletero (fijándome que no viniera nadie por ningún lado) y saqué primero al niño, pues era quien pesaba menos, pero aún estaba incluso sangrando, y me estaba haciendo un desastre. Tomé su pequeña cabeza y me asomé a la orilla del puente, pasando saliva y casi con los ojos cerrados, aventé al infante por la orilla, no quise saber mucho, mas que oír el agua del chapuzón. Pero seguía el otro, el más pesado, lo intenté tomar de la bolsa pero se rompió con mis uñas, o mis dedos, no sé. Así que lo cargué a como pude, y, sin mirar las cuencas de sus ojos saltones; lo arrastré a la orilla del puente y comencé a levantarlo para aventarlo del puente, pero dándome más prisa porque a lo lejos veía a la misma patrulla retornando. Mierda, mierda, mierda, no entendía cómo podía ser tan pesado, pero al final lo alcancé a aventar, cerré deprisa el maletero y me dirigí a la puerta, pero los tuve al lado y bajaron la ventana derecha —No está pensando en suicidarse, ¿verdad? —, preguntaron en tono de burla
—¿Qué dice?, claro que no oficial, eso es de gente demente— le respondí igual en tono de broma
—Está bien—, me respondieron subiendo de nuevo la ventana, —Cuídese mucho
Bastante cerca, y parecía me había salido con la mía. Ahora tenía que regalar el carro a algunos maleantes, seguro así no me harían nada al irme caminando tan noche. Me dirigí a una zona de la ciudad llena de bares, clubes nocturnos, tugurios. Donde se podía oler el pecado de la ciudad, era el infierno hecho una pequeña zona. Primero me detuve en un bar, de esos que aparentan ser de mala muerte, me metí a tomar una copa antes de ir a casa, así que le pedí a la señorita; de cabello a los hombros, rubia y hermoso cuerpo, una copa. Ella aconsejó una botella, pues 《usualmente no lavaban bien las copas》, así le acepté una botella y empezamos a hablar de la noche. Se llamaba Nicolette, era una prostituta de aquel barrio, por lo que me había dicho. Me contó que vivía en un apartamento que parecía una caja de zapatos, que la vida era dura y que el dinero no alcanzaba ni con tener dos vaginas.
Ella fumaba, eso lo recuerdo bien, fumaba Marlboro, yo Chesterfield. Cosas pequeñas que marcaban una diferencia. Pasamos cotilleando un rato, creo que incluso intentó ligarme, pero yo me estaba sintiendo muy borracho, aunque ella insistía en que era muy temprano para irme, y, por sus enormes labios rojos, me quedaba cada vez más, y más. Llegado un punto en el que me di cuenta de lo que sucedía, ella me había estado poniendo droga en la cerveza todo este tiempo, y, por impulso no pude decirle casi gritando 《¡me drogaste!》, pero no fue mi mejor idea, porque vinieron dos hombres gigantescos por mí mientras ella seguía fumando su cigarro despidiéndose de mí con la mano derecha, justo con la que sostenía su cigarro.
Ellos me golpearon con sus gigantescos y enormes puños, sólo recuerdo haber estado tan drogado, que no sentía nada, por mi mente sólo sonaba Piledriver Waltz de Arctic Monkeys. Recuerdo haber sentido como llevaban todo, mi cartera, mis zapatos, mi carro, mi playera incluso, todo en una esquina de un bar. Lleno de moretones, raspones, una vida hecha una mierda, sangrando en el suelo, dando pena ajena; así te encuentras de la noche a la mañana.
Tal así que amaneciendo, eres tú el más sucio del barrio, el que parece un drogadicto con el cabello hecho un desastre, que ya comenzaba a tenerlo muy largo, pero no había podido cortarlo antes. Caminé, caminé y caminé debajo del sol durante más de una hora y media, buscando mi barrio, pero en el camino me encontré a Michelle, caminando por la calle.
Me miró y se sorprendió tanto que quedó boquiabierta tapándose la boca con la mano derecha, —Perdón—, le dije apenas verla
—¿Te desapareces y cuando te vuelvo a ver estás… así?, ¿Qué diablos te pasó? —, preguntaba preocupada con su olor a perfume caro y su ropa cara
—Perdón— repetí entre llantos y queriendo abrazarla
—Espera…—, dijo deteniéndome con su mano estirada —¿hueles a alcohol? — preguntó
—Yo…—, quise explicar algo, pero no había nada que explicar, si le decía algo la metía en un riesgo por el que no necesitaba pasar. —Perdón— repetí
—¿Tú qué?, ¿me vas a explicar qué es esto que está pasando?, hace días no sé nada de ti y cuando te apareces; te veo ebrio, como vagabundo y moribundo, ¿qué pasa? — dijo muy furiosa
Yo únicamente guardé silencio, con una vergüenza y rabia en el pecho por no poder decir nada, —¿Me lo vas a explicar o no? —, añadió
—No…— tristemente
—Está bien. No te acerques a mí hasta que sepas hablar—, dejó claro mientras se marchaba, y yo quedé parado en medio de ese lugar, con mil problemas encima. Creo que no era momento de doblegarme, si tenía que ser fuerte, era ahora. Gracias, creo, a Dios se estaba alejando de mí, de otro modo, le hubiera hecho daño. No me gustaba la forma en la que se llevó todo a cabo, pero ya no podía hacer más.
En casa, llegué y saqué una botella de tequila viejo que tenía guardado de alguna fiesta antigua, me senté en el comedor de la planta baja, comencé a tomar para hacer más liviana la noche, encendí un cigarrillo y la televisión, ni si quiera me bañé, me cambié o limpié el cuerpo. Solo me emborraché lo suficiente para en medio de la noche comenzar a escuchar campanas sonando, ¿podía eso estar sucediendo?, ¿realmente eran campanas?, no sé, quizá estaba volviéndome loco de una vez. Los campaneos eran irritables, y venían de mi cuarto, pero cuando subí indignado y tambaleándome no veía nada, y era lo que más me frustraba, comencé a romper cuadernos, cuadros, aventé lo que se me puso en el camino. Y después de aventar todo, vi al niño con la cabeza partida, parado en la puerta de mi cuarto. Sólo viéndome, inexpresivamente —¿Qué? —, le grité yo con desesperación, pero no hizo ningún movimiento, solo estaba ahí con su ropa manchada de sangre, su cabeza abierta casi deforme y una campana, la de su triciclo, en la mano. Quizá estaba ya demasiado ebrio, así que no le presté atención y me tiré al suelo a dormir. Quizá mañana iba a ser mejor día, quizá, quizá".