La madre, al quedarse sorprendida de lo que había sucedido, acudió a la comisaría de donde le habían dado los diarios. Fue vestida para pasar lo más desapercibida posible y nunca dijo quién era ni porqué había vuelto, sólo había preguntado si se encontraba un oficial en específico, y lo describió: —¿Puede repetírmelo una vez más, cómo eran? — le preguntó. Ella volvió a describirle, a lo que él agregó: —Escuche. Nunca he visto a nadie igual aquí, quizá se confundió. Quizá debería…— interrumpió el oficial que le estaba atendiendo, y entre dientes dijo —debería dejarla de buscar— haciendo una seña extraña con el rostro. La madre, aunque lento, comprendió lo que estaba sucediendo y dio las gracias en voz alta y se retiró de nuevo a casa, si alguien tenía una respuesta, quizá eran los diarios:
“Al enterarme que, no sólo los medios de comunicación, sino también la seguridad estaba siendo controlada por 32-23; existía un enorme problema. Aunque también se explicaban algunas reacciones raras que había tenido anteriormente, y, la filtración de mi información personal. Tenía miedo de llegar a mi casa, para mi poca suerte, se me había hecho oscuro a 30 minutos de falta para llegar, iba por la carretera “corta”, que atravesaba unos maizales y un rancho viejo.
Pero, como digno de una película de terror, se me fue la señal de teléfono, cosa que era bastante habitual dentro de las grandes carreteras que conectaban una ciudad a la otra. Quise evadir el hecho e ignorar que el combustible se me estaba terminando…, pero el maíz a mi lado, me aterraba.
Cuando comencé a detenerme por falta de combustible (2 kilómetros adelante), ya había oscurecido casi totalmente, para mi suerte tenía una lámpara profesional en la maletera del auto en el que viajaba, que era una camioneta roja especial para carretera que le había pedido a un amigo de mi padre que siempre me ha dicho que me apoyaría en todo. Aunque quizá era abusar un poco de su confianza. Pero me hubiera gustado me la diera con el tanque lleno.
A los veinte minutos de estar sentado a un costado de la camioneta, desistí por ver que no transitaba ni un solo auto. Sólo llegaba a oírse el tren de vapor cruzando las montañas al otro lado, unos cuatro kilómetros de distancia de ahí. Sin mucho que poder hacer, y sin señales de vida, decidí comenzar a empujar la camioneta, estaba inclinada al frente así que sería más fácil. Eran cerda de las… ¿once?, no me preocupaba mucho, si no era un lugar transitado, entonces no habría mucho asaltantes por la zona. Pero sentía como si llevara kilómetros empujando por los maizales y no había ningún avance. Exhausto me metí a la camioneta y encendí un cigarro, comencé a considerar el quedarme a dormir allí y en la mañana que hubiera más movimiento, pedir ayuda. Pero algo me tenía inquieto, incluso no me dejaba dormir, y no era la primera vez.
Por allá de la una de la mañana, no aguanté más y quedé dormido, pero no por mucho tiempo, a las dos horas (3:00 a.m.) volví a levantarme y ahora sin sueño, pensé 《si no tengo sueño, mínimo que sirva de algo. Empujaré la camioneta》. Pero antes de bajarme de la camioneta, vi los maizales moverse enfrente de mí, “un alce” pensé, o ciervo, quizá. Aunque vi como el maíz había sido apartado como el abrir de una cortina, algo o alguien se asomó, tenía un brillo en los ojos, era de piel oscura, imagino. Porque no vi más que el bulto. Comencé a forzar la camioneta a arrancar.
Aquello pasó caminando frente a mí, era delgado y alto, ojos chispeantes y entró al otro lado de los maizales, sin hacerme caso. Mas sin embargo, de un milagro arrancó la camioneta con una pequeña reserva que tenía de gasolina. Aunque, un kilómetro y medio adelante, volví a quedarme varado, pero ahora me llamó 32-23 apenas me detuve:
Alex, esperamos estés pasando bien este momento.
Decía la misma voz de mujer
Si bajas de la camioneta y caminas por el pastizal de la izquierda, encontrarás un edificio grande y viejo, comienza a dirigirte hacia allá.
Yo, sin renegarme, decidí caminar, sabía que no tenía muchas otras opciones así que me resigné a cualquier intento de negarme. Al avanzar, vi un edificio de tres pisos, con grietas en las paredes y puertas viejas y apolilladas
El hospital del condado fue diseñado para los viajantes de la carretera principal, se buscó la idea de ser la primer opción en caso de que hubiera un herido
En ese momento me pregunté si la voz podría responderme en caso de que yo le hiciera una pregunta
El problema es que quebró, la gente que viajaba por aquí no resultaba herida, resultaba muerta.
O desaparecida.
Yo, por mi lado, comencé a entrar al hospital
Dentro de estas instalaciones, han ocurrido muchas desgracias. En el año de 1977, se dice que fue traída una mujer que quedó demente después de viajar en un tren, pero ella se aventó del cuarto piso. Otras veces; las enfermeras asesinaron varias personas por inyectarles aire a propósito
Caminé bajo la oscuridad mirando a mi alrededor las ruinas de aquél lugar ya añejo
Varias, sí. Tragedias, por supuesto. Pero, Alex, dicen que incluso ocurren tragedias aún cuando el hospital ha cerrado.
Dijo, después de que se cortara la línea inmediatamente. A este grado ya nada de eso me sorprendía, ni un poco, pero me preguntaba qué era lo que estaba sucediendo. Seguido de ello, salió el hombre que comenzó a imponer miedo parándose frente a mi casa por las noches. Caminando con total naturalidad se dirigió a mí mientras yo encendía un cigarrillo. —Incluso en el medio de la nada soy victima de ustedes, ¿no? — dije en una clase de tono de reclamo, de desagrado, aunque no sabía bien en cuántos problemas podría estarme metiendo en un par de comentarios. Él calló frente a mí, quitó su capucha y me dejó verle el rostro cubierto por un saco, un saco con costuras en todas partes y ojos grandes de botón, negros. El resto, a diferencia, parecía ser de una persona común y corriente, manos de tés blanca, con moretones, ropa un poco andrajosa, pero normal, zapatos no muy relucientes. —¿Podemos sentarnos a platicar? — preguntó, con una voz gruesa y estorbada por la tela del saco cosido; y caminó entre la oscuridad hasta un cuarto que se encontraba al otro lado de la sala por donde entras, en él había dos sillas de metal separadas por una mesa pequeña y redonda. Él tomó asiento con los brazos cruzados y puestos encima de la mesa.
—Apuesto… no tienes idea del porqué ha sucedido todo esto— decía escabrosamente
—Creo tener una vaga idea— dije con mi cigarro en la mano sentándome frente a él
—¿Cuál es esta idea tuya? — preguntó levantando las manos en forma de ademán
—Es todo esto por sus bases de datos— respondí fríamente
—“Es todo por sus bases de datos” —, repitió pensando… —¿Qué tienen nuestras bases de datos?
—Logré entrar a ellas hace tiempo, con Josh. Y lo eliminaron a él del campo porque era testigo de lo que ustedes le hacían a Jack Joseph. Eliminaron a todos los que eran testigos de algo que podía probar de su existencia ante el pueblo en general— le dije sin titubear y analíticamente
—Te equivocas. No a todos— dijo seguido de pararse del asiento y levantar unas pinzas de metal del suelo, eran para engranes grandes, tornillos o cables duros y pesados. Seguido, me las dio, mientras, yo con miedo; observaba como hacía su acto.
La mansa no tardó en hacer presencia, arrastrando dos camillas, en una venía Michael, conectado a una maquina andante, y en la otra venía Ellie, sujeta fuertemente con dos cintos y un trapo, de tobillos y muñecas.
El hombre misterioso me levantó del cuello y me empujó a ellos, seguido de sacar un arma y apuntarme con ella: —Te explico. Imagino ya tienes idea de por donde va la cosa, te pediré que hagas dos cosas muy simples, pero será una por una. Primero te pediré que decidas quién de tus dos amigos va a morir— me dijo.
Yo por momentos me quedé pensando en si valía más la vida de Ellie solo porque ella no estaba en estado de coma o debería valer más la de Michael solo porque estaba en estado de coma, y, de todos modos él no podía pensar, así que opté por señalarlo —Él.
—Excelente decisión, señor Alex—, dijo mientras la Mansa lo desconectaba de la maquina que lo mantenía sin vida, y así desapareció su ritmo cardiaco, convirtiéndose en una línea recta sin vida. —Ahora, mi parte favorita…— decía colocándose unos guantes de látex en las manos: —Al otro tienes que arrancarle los dedos con las pinzas. Pero viene con un premio extra que te explicaré después de que hayas hecho la tarea que te acabo de asignar…, ¡Que comience el juego!”.