Tuve que levantarme y cambiarme para la ocasión pese a mi reciente convalecencia; debía acompañar a mi hermano a un encuentro que sostendría en casa del senador, su mano derecha.
Era el senador un hombre alto, medio calvo, panzón y robusto que casi dobla la edad a mi hermano y lo había ayudado desde sus inicios en la política. Fiel al régimen, amable en apariencias, firme e implacable en asuntos del estado.
- El señor presidente la espera abajo- anuncia la doncella.
Por primera vez reparo en la sirvienta. La muchacha era callada, no recuerdo verla dirigirme la palabra nunca antes.
- Tome, señorita.
Me tiende el volante que Antonio me diera días atrás y palidezco.
- Lo encontré en sus pantalones al lavarlos... no se lo mostré a nadie...- aclara bajando la mirada-. Tampoco las manchas de sangre...
- G-gracias... Gracias, Laura... - intento guarda la compostura-. Dile a mi hermano que bajo en un minuto.
La muchacha sale.
Siento miedo, no lo puedo negar. Ahora Laura es mi cómplice y sin embargo, no puedo evitar sentirme nerviosa al pensar en lo que hubiese ocurrido de haber llegado el volante a manos de mi hermano. O la sangre... y el increíble sucio de mis ropas de aquel día. ¿Qué excusa le podría dar?
Gracias a Dios nada pasó y respiro aliviada mientras bajo las escaleras hasta el enorme salón donde mi hermano me espera.
Vamos en la limosina. Los guardaespaldas conducen formando hileras de vehículos a nuestro lado. El ministro de defensa, unos hombres de negro y el secretario viajan a nuestro lado.
Yo ya tenía mi idea planeada, me sentía muy entusiasmada y ansiaba que llegara el momento de ponerla en práctica.
~¤~
El momento llegó.
pasábamos frente a una hermosa casa con coloridos jardines.
- Esas flores me recuerdan a unas que vi hace un tiempo en el frente de una casa por aquí cerca- digo-. ¡Nunca he vuelto a ver flores de esas! Y mira que he buscado...- suspiro-. Daría cualquier cosa por tener al menos una decorando mi habitación.
- Si eso es lo que quieres, vamos a buscarla- reacciona mi hermano de inmediato.
- No tiene que ser ahora. Podemos ir mañana. No es educado dejar al senador esperando.
Por respuesta, mi hermano pide a un asistente llamar al senador y advertirle que llegaríamos un poco tarde. Luego me pide darle la dirección al chofer.
- ¿El Chele? - se extraña el ministro de defensa.
Mi hermano me mira pensativo.
- ¿...? – me encojo de hombros inocente.
- Parece ser que, la dirección que le has dado al chofer, es las de las cercanías a ese barrio- me explica pausadamente.
- ¿Y cuál es el problema?
- Señorita, no deberíamos ir allí. Es uno de los barrios más revoltosos...- aconseja el ministro.
- Sí no quieres ir allí, no vamos- sugiero cortante.
- Si esas flores quieres, esas flores tendrás.
Si seguiré siendo su muñeca, voy a sacarle todo el provecho que pueda.
~¤~
Llegamos frente a la casa señalada, pero como yo ya sabía, sólo había en aquel jardín flores marchitas.
- ¡Oh!- finjo consternación mientras bajo del carro-. ¿Qué ha pasado?
Las personas se acercan curiosas al mirar el desfile de autos. Mi hermano no sale. Dos guardaespaldas se me acercan.
- Señorita, es muy peligroso permanecer mucho tiempo aquí. Por favor, suba al auto- sugiere uno de ellos.
Obedezco.
El presidente hace llamar a la dueña de la casa y le habla por la ventanilla casi cerrada de la limosina.
- ¿Qué ha pasado con las flores de este jardín?
- ... E-es la escasez de agua, señor... - responde la mujer aturdida, rodeada como está de hombres de negro y la guardia armada. Su familia observa todo por la ventana de su casa, los militares les han prohibido salir.
- Cuando llegue el agua, quiero que las cuide y me las guarde. Alguien pasará por ellas, son para mi hermana- aclara tendiéndole dinero.
- C-claro, señor- acepta la mujer.
Todos se despliegan y vuelven a sus lugares; antes de que la limosina volviese a ponerse en marcha, el presidente ha dado la orden:
- Haz que devuelvan el agua al sector.
- ¡Señor! ¿Ha olvidado por qué cortamos el suministro a esta gente?- replica alarmado el ministro.
- ¿Porque son revoltosos? - digo con sorna.
- ¡Exacto!
- ¿Y a qué cree que se deba?
- Inés, por favor...no intervengas- interviene mi hermano-. No eres ninguna niña, sabes que en los gobiernos siempre habrá personas a favor y algunos en contra.