Revolución: nivel Dios

Al día siguiente, mientras trabajaba en el palacio, mi hermano fue interrumpido por el secretario.

Tita había llamado para avisarle que yo había cenado anoche y desayunado hoy, y el secretario detuvo la reunión para entregar el mensaje al primer mandatario.

Entre la lista de prioridades que el presidente había entregado a sus empleados, mi salud ocupaba el primer lugar.

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Laura...

"Tenía razón señorita... no me dispararán mientras esté a su lado."- había dicho aquel día mientras se desangraba en mi carro.

Pienso mucho en ella.

No la pude proteger. No puedo proteger a nadie.

Todo aquel que se me acerque, será marcado… y morirá.

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Prometí recompensar a Tita, así que le presté mis ropas, le di algo de dinero, la subí a mi coche y le asigné al chofer todo el día.

- Pero... ¡señorita! - quiso replicar el chofer.

- Tranquilo. No pienso salir de casa en todo el día. Llévala donde ella te diga. Diviértanse. Esa es mi orden.

Y los observé partir a través de mi ventana.

En efecto, poco después de atravesar el portón, un coche negro salió de la nada y los siguió.

Lo sabía... mi hermano aún me vigila.

Volví a vestir como una adolescente y me escabullí de casa, burlando a los guardias como la mejor espía.

Muchas personas habían muerto por mis descuidos, a partir de ahora, pondría en práctica mi ingenio y las enseñanzas de Antonio.

- Antonio...- el capítulo más extraño de mi vida-. No te defraudaré.

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Como muchos, observo las ruinas de la destrozada iglesia. Otro curioso se acerca.

- ¿Por qué me llamaste? – Pepe habla junto a mi sin mirarme.

- Debía hablar con uno de ustedes- tampoco lo miro-. No sé quién sigue vivo... ni qué ha pasado después que Ant… después de su muerte.

- ¿Muchos han muerto desde entonces. ¿Como supiste localizarme?

- Él me enseñó. Tuve mucho cuidado.

- No es seguro hablar aquí.

Deja caer un papel arrugado y se aleja.

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Siguiendo la pista que me dejara Pepe, llego a una casa abandonada en las profundidades de un paupérrimo barrio.

Él me esperaba.

- Muchos de los nuestros cayeron ese día. No sé cómo hicieron, pero ¡los conocían! Sabían quiénes eran, incluso dónde vivían. Los buscaron, los cazaron, muchos lograron escapar. Entonces apresaron a los cercanos: Vecinos, amigos, parejas o parientes. No teníamos ningún dato de ti. No había manera de comunicarnos contigo. Creí que habías muerto.

- Significa eso que los demás…

- Aun somos suficientes. Estamos decididos a acabar con esto.

- ¿Tienen un plan?

Me lanza una mirada decidida.

- Tenemos uno. Atacaremos la casa del presidente.

- ¿De nuevo?

- ¿Perdón?

- No son el primer grupo que muere en el patio de la casa presidencial. ¿Y cómo sabrán si el presidente estará allí el día que decidan atacar?

- ¿Tienes una mejor idea?

- Sí… Creo.

- Soy todo oídos.

- Antes que nada debo advertirte. Estoy siendo intervenida, vigilada y perseguida constantemente por los matones del presidente. Con solo estar aquí ya estás en riesgo de morir. Si apoyas mi plan, morirás con toda seguridad.

Entonces me mira con una firmeza que asusta.

- Es obvio que no me conoces, pero soy el mejor tirador y escapista de esta organización. Riesgo al máximo, ¿recuerdas? ¿Acaso crees que fue de Antonio esta idea?

- Entonces hablemos. Sin miedo a la muerte.

- Sin miedo a la muerte.

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- ¿Tenemos armas?¿Municiones? ¿Explosivos?

- Tenemos. Pero Antonio siempre optó por lo pasivo. Por eso cuando te hablé de atacar la casa del presidente, no hablaba de una inocente protesta- me enseña el arma en su cintura- ¿Tienes una?

- N-no… yo...

Coloca su arma en mis manos. 

- Ahora es tuya.

Siento el frio del hierro lastimar mi piel y cierro los ojos.

- ¿Te da miedo?

Asiento avergonzada.

- Nunca dejes de apuntar – me obliga a empuñar con firmeza el arma-. Cuando sientas miedo, cierra los ojos y dispara.