Mi hermano el presidente

Comida para presos

camionNos tomó 15 minutos arreglarlo todo.

Laura vivía en el campo con sus padres, cuando un fatídico día, llegó el presidente con su séquito para inaugurar una plaza. El pueblo estaba de fiesta, también Laura y allí la vio mi hermano.

Pidió traer a la chica y bailó con la humilde campesina toda la noche. Laura se sentía como la cenicienta que encuentra a su príncipe y él la hizo sentir como una princesa. Estuvo en el pueblo durante dos días, en los cuales, visitó y habló con la familia de Laura.

Les prometió llevarla con él a la ciudad y volver por ellos el día de la boda, así las cosas los padres entregaron a su hija. Ella estaba radiante de felicidad pero sus padres, la miraban con agonizante tristeza.

Con el tiempo la ingenua Laura sabría que sus padres no podían decirle "no" al presidente so pena de muerte.

Mi hermano la trajo hasta nuestra casa donde la convirtió en su amante y su sirvienta. Nunca habría boda. Ahora Laura lo sabía. Sin embargo, el gobierno cubría todos los gastos de Laura y su familia. Laura se sentía comprada, utilizada y desechada. Cargó con esta humillación hasta el fin de sus días.

Ella misma me lo contó sosteniendo mi mano, aquel día en que nos encontrábamos atrapadas en mi auto.

La historia de Tita tuvo un giro diferente, pues su padre se atrevió a decirle "No" al presidente y también lo secundó su hermano. Ambos fueron encarcelados.

-Si los ve, vivos o muertos, cualquier noticia… quisiera saberlo- sujetó Tita mi mano.

Finalmente, Tita se había convertido también en la amante y sirvienta del presidente. Tenía sólo 19 años.

 

- Ya sabes- le recuerdo-, cada vez que se queje quiere decir que va a despertar. Lo inyectas de nuevo. Y así, hasta que yo regrese.

- ¡Y si muere!

- Entonces, me hechas la culpa de todo. Estoy perdida de todos modos.

~¤~

Ambas salimos de casa.

Todo el séquito y la limosina nos esperaban.

- ¿Dónde está el presidente? - me cuestiona el ministro de defensa al verme.

- Está muy mal. Debe saber usted sobre las muertes de...

- Sí, me lo acaban de informar.

- También a él. Por eso el retraso. Estaba como loco y tuve que darle un calmante.

- Deberíamos cancelar la visita.

- Me pidió que no lo hiciera. Dijo que hizo muchos arreglos para mí.

El ministro hace una pausa. Me sostiene la mirada unos segundos, reflexiona, y luego se vuelve hacia los demás.

- Usted y usted - señala a dos jefes de unidad respectivamente-. Acompañen a la señorita. Los demás permanecen aquí conmigo; custodien al presidente.

- Puede ir tranquila, señorita Inés – el ministro me acompaña de la mano hacia la limosina- Nosotros cuidaremos de su hermano mientras vuelve.

- Muchas gracias, ministro. Le pedí a Tita que se mantenga a su lado.

El ministro lanza una mirada a la joven mucama de pie en la entrada.

- Bien- me asegura.

Apenas entro al auto, un guardia se acerca al ministro y secretea algo en su oído.

- Señorita... - se dirige nuevamente hacia mí el ministro-.  Hay un camión afuera dice que usted lo solicitó...

- Comida para los presos. Así es- lo interrumpo con propiedad-. Llegan un poco tarde. Dígales que nos sigan.

- Pero señorita... debemos revisar el camión primero. Su hermano no mencionó nada de eso.

- Debió olvidarlo, comandante. Si quiere revisarlo. Revíselo, pero hágalo rápido

- Vamos muy retrasados- les recuerda uno de los matones.

- Bien. De todas formas, será revisado antes de entrar a la prisión.

Y me deja marchar. No soy su prioridad. Poco le importa que alguien me mate. De hecho, no me sorprendería si él personalmente lo intentase.

Atravesamos el portón del ala este. Los dos jefes de unidad viajan junto a mi en la limosina. Un auto negro nos sigue detrás y otro nos guía al frente.

Veo el camión seguirnos a una distancia prudente. El mismo Pepe en persona conduce.



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En el texto hay: asesinato, dictadura, disputa familiar

Editado: 20.12.2020

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