Mi huésped, Ayden

Cap. 3

A la mañana siguiente me despierto aún peor que el día anterior. La cabeza me palpita el triple de lo que antes lo hacía, mi nariz nunca deja de estar tapada y mis ojos hinchados casi no me dejan ver nada cuando los abro. Mi madre, para que se me quite la fiebre, a las cuatro o cinco de la mañana, abrió la ventana y me destapó un poco para que no me suba la temperatura. Es por eso por lo que ahora estoy muriéndome de frío, tiritando y temblando.

Ya son las nueve y en las pocas horas que llevo en casa, en esta cama, no he podido dormir casi nada. Tengo tos, como ya había previsto, y esta me despierta a cada rato ni bien cierro los ojos. No sé cómo me veo, sinceramente, pero no me arriesgaré a quedarme ciega ante la espantosa vista de mí. Debo de estar hecha una zombi combinada con un fantasma. La piel de mis brazos se volvió aún más blanca, y no sé cómo es eso posible. Ya soy bastante blanca en realidad, y estarlo aun más es muy extraño. Si pudiera ver hacia abajo podría confirmar mi teoría en la que afirmo que se me ven las venas por lo pálida que me encuentro.

El frío viento que entra por la ventana casi no logro sentirlo por tan congelada que estoy. Y por más que una manta me esté cubriendo, sigo teniendo un frío espantoso.

Falta una hora para que mi madre traiga a Ayden a casa. Estoy tan nerviosa por eso. ¿Cómo podré comportarme con normalidad cuando el chico de mis sueños, literalmente, está bajo el mismo techo que yo? Sí, solo es un chico, pero… ¡Nunca había convivido con uno que no sea mi hermano o mi padre! ¡Sin mencionar que Ayden se quedará por no sé cuánto tiempo aquí!

¿Cómo mi madre pudo ofrecerle estadía a un desconocido? Apenas sabe su nombre, maldita sea. Por más que, muy en el fondo, me gustara la idea de tenerlo aquí, yo no sé quién es. No lo conozco. No sé qué hace, ni si trabaja, o en dónde estuvo para que aquello le sucediera. ¿Qué es lo que hizo para que dos balas penetrasen su cuerpo? O tal vez estuvo en el lugar y hora equivocada. Pero… él me dijo que de donde venía nadie ayudaba a otros, y es por eso que él creía que yo lo dejaría tirado sin darle ayuda. Eso me hace dudar sobre su inocencia en todo esto. Él tuvo que hacer algo, o no sé, provocar a gente mala.

Mi mente divaga entre más posibilidades, pero sé que será un esfuerzo en vano. No sabré con certeza qué es lo que pasó si él no me lo dice, y dudo que lo haga. Se puso tan borde cuando intenté sacarle información que ahora al recordarlo me dan escalofríos.

Me obligo a dejar de pensar en él durante esta hora que tengo libre hasta que él aparezca en casa, porque sé que ni bien él de un paso dentro, mi cabeza correrá a pensar en él.

No lo voy a poder evitar, es como si todo lo que hago me llevara a pensar en él. Justo al entrar ayer por la puerta de casa cuando volvimos del hospital, las imágenes de todo lo ocurrido pasaron por mi cabeza como una película en blanco y negro, en donde todo se repetía una y otra vez.

—Ángel… —murmura aquel chico que ahora se puede distinguir entre las sombras de la oscura noche. Entonces, él cae. Su cuerpo se abalanza contra el mío como un peso muerto, con pocas fuerzas. Como acto reflejo, lo agarro lo más rápido que puedo e intento mantenerme en pie. Su peso para mi cuerpo enfermo es como millones de rocas gigantescas intentando tirarme hacia abajo, pero no quiero dejarlo caer.

—Oh, Dios mío… —murmuro por el susto, el terror y el asombro, queriéndome paralizar.

Él deja salir un gemido de dolor y yo lo intento agarrar de otra manera en la que mi cuerpo no estuviese a punto de caer con el peso de este chico. Ahí es cuando me doy cuenta de algo.

Sangre. Espesa y roja.

Cierro los ojos con lentitud. Su agonía me mata. Recordar cómo en esos momentos sufrió me destruye de mil maneras. Es raro que esto me pase, pero cuando siento que lo conozco es como si no pudiese evitar sentirme de esta manera con él.

Pero ahora intento con todas mis fuerzas centrarme en otra cosa como… qué haré cuando me recupere de este asqueroso resfriado. Leer, de seguro. Pero también iré a la playa si es que no hace frío para distraerme. Tengo que cambiar un poco mi rutina de leer para no hablar con gente desconocida ni salir. Eso es algo que me propuse al enterarme de que nos mudábamos. Empezar de nuevo. Pero la idea de mantener una conversación normal con alguien que no sea mi familia me es incómoda y extraña. No sé por qué, debe ser por el miedo a que la gente piense lo que todas las demás piensan de mí. Es horrible sentirse así, querer desaparecer de las miradas por temor a lo que pueden pensar de uno. Pero ya estoy acostumbrada a esa sensación y es por ello por lo que me paso días y noches encerrada en mi cuarto leyendo y haciendo tarea. Miedo.

Tanta gente me hizo pasar estos años con tristeza. Nadie me quería y todos pensaban que era una antisocial con problemas psicológicos, y que aparte de eso era una plaga para todos y traía mala suerte con solo pestañar. Lo digo y lo sigo diciendo, no es lindo que digan cosas así. Sin mencionar que no había nadie que no pensara lo contrario acerca de mí.

Nadie se animó a conocerme a fondo, solo se daban una idea de cómo soy. Todos se equivocan. No tengo problemas mentales, solo soy muy patosa y torpe con todo, en realidad. No es en absoluto mi culpa que ellos estuviesen en el momento equivocado cuando abro mi casillero y les diera sin querer un golpe en la cara con él.

Pero bueno, al parecer así son las cosas en algunas escuelas secundarias. Solo espero que aquí no me pase lo mismo. Por eso decido cambiar, aunque sea algo de mí. Sin embargo, no pretendo en unas semanas cambiar demasiadas cosas, y menos con este maldito resfriado.

Me remuevo en la cama, queriendo al menos poder levantarme y estirarme, pero me duelen tanto los músculos que me obligo a quedarme quieta en mi lugar. Tengo que ir al baño y hacer mis necesidades, bañarme, ante todo. Me siento sucia y asquerosa, olorosa de arriba abajo.




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