Mi Imbécil Favorito

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CAPÍTULO 5. TU CUERPO OPINA DIFERENTE

 

Y pensar que tenemos el mismo número de neuronas...

Un grupo formado por tres chicos y cuatro chicos se ríen de algo, probablemente estúpido, al final del pasillo. Las tres chicas llevan una minifalda que deja muy poco a la imaginación. No entiendo cómo está permitido llevar eso en horario lectivo. No soy ninguna mojigata, pero me parece insultante tener que compartir género con esas tres chicas que lo único que hacen es denigrar al resto. "Como si tú no hubieras llevado una falda de esas". Me reprocha mi subconsciente. Vale, puede que yo también haya llevado algo así. Pero no me molesta la falda, sino cómo la utilizan. No son objetos o muñecas de juguete y por eso creo que no deberían comportarse como tal. Son seres humanos, no premios.

Dejo mi debate moral de un lado y me giro hacia la puerta de la 122 que acaba de abrirse dejándome ver a una rubia de gran figura, ahora con ropa, salir de la habitación de Will. Este solo se asoma a la puerta buscándome con la mirada, cuando me encuentra me hace un gesto para que me acerque y entre a su cuarto. La chica tiene su mirada fija en mí. Me intimida un poco y no puedo mirarla a la cara al haber contemplado hace tan solo unos minutos como se lo estaba montando con William en su escritorio.

— Perdona — coloca su mano sobre su nuca y una sonrisa tímida inunda su rostro. No sé quién de los dos está más avergonzado. Si yo por haberle visto en tal estado, o él porque lo haya pillado así. — . Pasa.

Camino despacio hacia dentro. Piso con cuidado la moqueta y me dirijo hacia la cama, que está impecable. Me siento sobre las sábanas azules que hay sobre el colchón y dejo mi mochila en el suelo.

— Siento que hayas visto... ya sabes... — cierra la puerta tras haberse despedido de la rubia y se acerca hasta su escritorio y se sienta en la silla.

— No te preocupes — respondo quitándole hierro al asunto. — . ¿Podemos empezar ya? Suficiente tiempo hemos perdido ya — intento que suene relajado y sin pretensiones, pero parece que soy demasiado autoritaria y metódica como para que suene relajado.

— Perdona también por eso. No pensé que sería tan tarde — hace una pausa y mira el reloj que hay en su mesita de noche, dándose cuenta que ya son las seis al igual que yo — .  De hecho, creía que no eran ni las cinco, y mira ya son las seis — nos reímos levemente los dos, incómodos por todo.

 

Al final nos pusimos manos a la obra con el proyecto de física e hicimos la mitad. Todavía nos quedan algunas cosas y quedamos en terminarlo el fin de semana ya que teníamos dos exámenes a la vista: historia, para el que ya estaba estudiando; y literatura, del que me acababa de enterar esa tarde. Al principio, todo fue de lo más raro. Pero luego, puedo decir que hasta me lo pasé bien con él. Es un chico muy tierno debajo de esa capa de tio duro y sin sentimientos. Suena al típico cliché, ahora solo falta que me guste...

Son las nueve, acabo de salir del edificio y estoy andando pacíficamente por el campus para llegar a mi residencia cuando algo redondo y duro impacta en mi cabeza. Está claro que si no me choco con alguien o con algo mi día no se puede acabar. Todos los días es algo.

— ¡Ey, Nora! ¡Pasa! — Nick está a unos diez metros de mí esperando que le de el balón que ha rodado un poco hasta detenerse bajo un árbol.

Me doy la vuelta, dándole la espalda. Si cree que voy a pasarle el balón lleno de barro va listo. Cuando paso de largo sin darle su dichosa pelota me grita un par de veces. Como no le hago caso corre a coger él mismo su balón.

— ¡Pero, ¿qué coño te pasa?! — me está agarrando del codo haciendo una leve presión. Es incómodo, pero no me hace daño. Retuerzo el brazo intentando deshacerme de su agarre, aunque es en vano. Está tan cerca de mí que me intimida un poco. Su respiración impacta en mis resecos labios, paso la lengua por estos cosa que no se le escapa.

— Suéltame — exijo en un acto desesperado por largarme.

— ¿Por qué debería? — ha pasado de estar medio cabreado, o más bien frustrado, a hacerse el interesante. Arquea la ceja para hacerse aún más el seductor nato que parece. Una corriente eléctrica me recorre cuando su mano libre se acerca a mi pierna, se detiene en el muslo y acaricia esta parte sin sobrepasarse. Llevo falda, la falda del uniforme, lo que hace más fácil el movimiento y a la par hace que me estremezca. — Quizás tu cerebro no tendría nada conmigo, pero tu cuerpo opina diferente — nuestras miradas están conectadas. No puedo dejar de mirarle deseosa de sus caricias. "Y de algún besos también" apunta mi subconsciente. Y él no deja de observarme de forma divertida y pretenciosa. — , muy diferente — susurra en mi oído.

Un gran suspiro sale de mis labios cuando se aleja lo suficiente para que pueda volver a respirar con normalidad. — ¿Me vas a soltar? — inquiero cuando ya no sé qué más decir. No me gusta sentirme tan vulnerable cerca suya. No de él.

— Princesa, no te estoy cogiendo. — cuando miro nuestras manos veo que es cierto, su mano ha dejado de sujetar el brazo hace ya unos minutos y está a una distancia prudente, no como hace un momento.

Me pongo roja en el acto y vuelvo a girarme para ir definitivamente a mi habitación. Escucho como se ríe mientras camino con el terrible bochorno que acabo de sufrir sobre mis hombros. 

 



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En el texto hay: adolescentes, amor, apuestas

Editado: 24.07.2021

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