Mi Luna es Mayor & Difícil

2. No es Que No lo Intenté

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f724e396744715778556f6f5336673d3d2d313534353833383634342e3138343431363232633937663163336432323138393338333333342e706e67

Los días pasaban, y Catherine seguía atrapada en su rutina habitual.

De la casa al trabajo.
Del trabajo a la casa.

Y en ocasiones, si los astros se alineaban y el tráfico cooperaba, se daba el lujo de pasar por el parque o hacer un recado sin que le diera un ataque de ansiedad social.

Como buena introvertida que era, socializar no se le daba bien.

No es que no pudiera hacerlo.
Si se lo proponía, podía ser lo suficientemente espontánea como para navegar el ámbito social con cierta soltura.

Solo que las personas le quitaban energía.
Literalmente.
Después de cada interacción, necesitaba tres días, una manta, chocolate caliente y silencio absoluto para sentirse otra vez como un ser funcional.

En cuanto a su esposo… bueno.
No solo olvidó su cumpleaños.
También olvidó que ella existía, respiraba y tenía nombre.

Y Catherine, sinceramente, no tenía fuerzas ni para recordárselo.

Pensó en gritarle "¡Existo!" al oído mientras dormía, pero decidió que eso probablemente no resolvía nada.

El dolor de sentirse invisible la dejó emocionalmente drenada.

Así que hizo lo que cualquier mujer sensata haría en su lugar:

Se fue a Google.

Buscó artículos, foros, testimonios de otras mujeres olvidadas por hombres que sabían más de fútbol que de emociones humanas.

Y al final, tomó una decisión:
Buscaría terapia.
No se rendiría tan fácilmente.
No sin intentar una última vez.

Por eso, hizo un plan.

Esa noche prepararía una cena romántica.
Intentaría conectar con él.
Le hablaría sobre lo que sentía, sobre lo que les pasaba.

Y estaba segura —quería estarlo— de que si hablaban con honestidad, su matrimonio todavía podría mejorar.

Ese día tenía libre, así que contaba con tiempo de sobra para cocinar, ordenar la casa y pensar bien en cada detalle.

Esta vez se aseguró de escribirle.
No dejaría espacio a malentendidos.

«Catherine: Esta noche te espero. Haré la cena, así que no comas.»

Clara. Precisa. Amenazantemente dulce.

No se arriesgaría a que, otra vez, él saliera con sus amigos sin previo aviso a jugar videojuegos, o lo que fuera que hiciera cuando no estaba fingiendo ser su esposo.

Él solo respondió con un pulgar hacia arriba.
El emoji.
Seco.
Frío.
Más corto que una nota de rescate.

Nunca había sido de muchas palabras.

O al menos, eso era lo que Catherine se decía a sí misma cada vez que él contestaba así, mientras trataba de no lanzar el móvil por la ventana.

La noche llegó.
Y Catherine no había terminado con la cena.

La pasta se había quemado.
No supo cómo. Cuando volvió a mirar el caldero, el agua se había evaporado por completo y los fideos estaban negros, pegados al fondo.

PARA COLMO, LA SALSA NO QUEDÓ MEJOR.

Era una pelota de queso fundido y traicionado.
Un ser maligno que se rebeló contra su creadora y decidió convertirse en carbón.

Si alguien la lanzaba contra una ventana, la rompía.

Las manos le temblaban.
Estaba frustrada.
Tenía hambre.
Hiperventilaba.
Y estaba a punto de estallar.

Entonces, un golpe suave sobre la mesa la sacó de su caos interno.

—Traje pizza —dijo Greg, su voz divertida al ver el desastre en la cocina.

No le sorprendía.
De hecho, lo había intuido.
Catherine era una terrible cocinera.
Por eso, si él no cocinaba, simplemente pedían algo de afuera.

Catherine lo miró.
Y resopló, decepcionada.
Decepcionada de saber que su esposo estaba tan seguro de que fallaría…

Que había traído comida como plan B sin siquiera dudarlo.

—Siempre podemos usar el plan B —murmuró ella, dejando caer los brazos con cansancio —. Me rindo, Lucifer culinario —le dijo a la bola de queso mientras apagaba la estufa, evitando que la salsa se quemara aún más…

Si es que eso era posible.

Greg rió.
Una de esas risas que solían derretirle el corazón.
Solían.

—Este siempre fue el plan A —dijo él, dejando las llaves en la mesa antes de sentarse a comer.

Ambos se sentaron.
En silencio.
Como siempre.

Él, en su celular.
Ella, observándolo… como si ya no existiera.

Catherine estaba nerviosa.
No sabía cómo traer el tema.

No entendía cómo habían llegado a ese punto en el que ni siquiera podían tener una conversación tranquila.

—Sabes… he estado pensando —dijo por fin, rompiendo el hielo mientras terminaba de comerse el pedazo de pizza—. Creo que las cosas entre nosotros han cambiado mucho.

Greg la miró, sin decir nada.
En su rostro, solo confusión.

Catherine aclaró la garganta y tomó un sorbo de agua.

—Quiero decir… creo que las cosas en nuestro matrimonio no están yendo bien. ¿No opinas lo mismo?

Ella lo miró, ahora con una expresión triste, sincera, rota.

Greg solo sonrió.

—Creo que estás exagerando. Yo diría que todo va perfecto —respondió, como si hablara del clima, y volvió a sumergirse en su celular.

Catherine inhaló hondo.

Intentó contener la ira que comenzaba a hervirle por dentro.

—Creo que deberíamos ir a una de esas terapias de pareja —dijo finalmente, dejando salir todo el aire contenido.

Greg ni siquiera levantó la mirada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.