Mi Luna es Mayor & Difícil

3. Recuerdos Cagados

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Aquella noche, Greg no regresó.

Catherine…
Bueno, Catherine no pegó un ojo.

Y, como si el universo estuviera conspirando contra ella, le tocaba llegar a las cinco de la mañana al trabajo.

Sí, cinco.
De la madrugada.
Para recibir mercancía.

Con frío.

Pero no un frío lindo, de esos que te despiertan con brisa fresca y ganas de vivir.

No.

Un frío desgraciado.
De esos que te hacen cuestionar tus decisiones, tu vida entera y hasta el color de tu abrigo.

El tipo de frío que te susurra:
"Vuelve a la cama, criatura. Nadie te está esperando allá afuera."

—¡Buenos días, Boss! —saludó el camionero con más energía de la que Catherine había sentido en todo el mes.

—Buenos días, Millan —murmuró ella, con voz de alma en pena.

Su cuerpo apenas se sostenía gracias a un café doble que ella misma se había recetado.

Doctora Catherine recomienda: cafeína o coma funcional.

—La gente está loca hoy… —empezó Millan mientras abría las puertas del tráiler—. Una troca de esas que limpian las calles se me cruzó de frente como alma que lleva el diablo. ¡Casi le doy! Casi se me sale el meao del susto.

Catherine soltó una risa nasal, algo entre “ja” y “ayuda”, mientras iba por el montacargas.

—Y parece que al frente van a abrir una panadería —siguió Millan, que ya iba embalado como podcast sin botón de pausa.

Catherine solo asentía, como buena actriz de fondo en una serie de bajo presupuesto.

Sí, Millan no era mala persona.
Pero hablaba hasta por los codos.
Y por las rodillas también, si lo dejaban.

Y ella ese día no tenía ni media neurona disponible para conversar.

Su cabeza estaba en otra parte.
En la discusión con Greg.
En su matrimonio a la deriva.
En su cama vacía y su corazón medio marchito.

Así que caminaba como zombi recién salida del apocalipsis, arrastrando cajas de mercancía…

Hasta que su pie tropezó con una paleta.
Y ella, con toda la gracia de una bolsa de cemento, se fue al suelo.

—¿Estás bien? —preguntó Millan, con esa voz entre risa contenida y preocupación real.

“Mierda. Concéntrate, Catherine.”
Se sobó el codo, que fue el que recibió el premio al mayor golpe, y se sentó en el suelo.
Riendo. O llorando. O ambas.

—Sí… sí, estoy bien —dijo, adolorida.

Entonces Millan rompió en carcajadas.

Y ella se le unió, porque ¿qué más iba a hacer? Cuando la vida te tira al suelo, a veces lo único que queda es reírte desde ahí.

Cuando el turno terminó, en vez de irse directo a casa como de costumbre, Catherine desvió su camino hacia un parque cercano.

No sabía bien por qué.
Solo necesitaba aire. Silencio. Un cambio de escenario.

Era temprano, así que el parque estaba casi vacío.
Perfecto.
Caminó entre los senderos húmedos, con su chaqueta vieja y su dignidad arrugada.

Sus ojos buscaron un lugar.

Y entonces lo vio.

El árbol.
El árbol frente al río Hudson.
Ese árbol que conocía más de su relación que muchos terapeutas.

Allí se sentó.

Bajo su sombra frondosa.
Con el sol apenas despuntando en el cielo.
Con la brisa fría que le acariciaba las mejillas como diciendo: “Ánimo, reina. Un mal matrimonio no mata a nadie.”

El mismo árbol que una vez presenció risas, besos y promesas tontas.

Y que ahora la veía sola.
A penas peinada.
Y con el alma hecha un nudo.

Los recuerdos vinieron, uno tras otro, como playlist de canciones tristes.

Y Catherine… los dejó venir.

…Flashback…

Catherine estaba en su cama.
Eran la una de la mañana.
Llevaban toda la noche hablando por mensajes.
Recién se habían hecho novios y ya se extrañaban como si llevaran años casados.

Ella miraba el techo de su cuarto, con el teléfono aún en la mano, pensando en él…
Cuando un golpecito en la ventana la hizo saltar como si le hubieran disparado.

¡Greg!

Con la respiración agitada, los pelos revueltos y una sonrisa de idiota feliz.

¿Lo peor?
¡Ella vivía en un segundo piso!
O sea, el tipo acababa de escalar como si fuera Spiderman por puro drama romántico.

Ella corrió a abrir la ventana, tratando de no hacer ruido.

Si sus padres la descubrían, se moría.
Literal. No figurativamente.

—¿¡Qué haces aquí!? —susurró ella, entre emocionada, aterrada y fascinada por la locura.

Él solo sonrió como si fuera lo más normal del mundo.

Y antes de que pudiera seguir regañándolo, Greg se metió por la ventana como gato callejero y le plantó un beso.

Entre besos y tropiezos, terminaron en la cama.
Pero no pasó nada más que más besos y más risas nerviosas.

Greg, de repente, se detuvo y simplemente la abrazó.

—No podía estar un segundo más sin verte —murmuró, con los ojos cerrados y una sonrisita boba que a ella le derritió las neuronas.

Catherine no dijo nada.
Solo se quedó ahí, escuchando los latidos de él mezclados con los suyos… y rezando para que su papá no entrara con un bate.

…Fin del Flashback…

Aquel recuerdo ya no era dulce.
Ahora sabía amargo.




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