Mi Luna es Mayor & Difícil

9. Primera Vez

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A primera hora de la mañana, Catherine ya estaba allí.

Como nueva.

Lo que fuera que Mabel le había dado le había aliviado los músculos y los dolores como por arte de magia.

En su primer día, la pusieron a apilar bloques de cemento sobre paletas.

Había una carga urgente y necesitaban todos los brazos disponibles.

El problema era que la mayoría de los trabajadores ya estaban ocupados en otro proyecto igual de importante.

“Genial, justo en mi primer día. Qué maravilla”, se pensó Catherine con resignación, mientras comenzaba a mover bloques.

Tenía que trasladarlos hasta una paleta situada a unos tres metros de distancia.

Al principio intentó hacerlo como los demás, pero aquellos hombres eran increíblemente fuertes: podían cargar hasta diez bloques a la vez sin esfuerzo.

Catherine, en cambio, apenas podía con uno.

Así que decidió usar la cabeza.

Los otros hombres la miraban con desdén.
Por encima del hombro.
Pero eso a ella no le importaba.

Sin decir una palabra, se acercó a un montacargas eléctrico, colocó una paleta sobre las palancas y lo llevó hasta el área de carga.

Luego comenzó a apilar bloques directamente allí.

Uno por uno, con ritmo constante, logró igualar la velocidad de los hombres que cargaban de diez en diez.

Al acortar la distancia entre los bloques y las paletas, aumentó la eficiencia.

Pronto, los demás empezaron a notar que la humana no solo no se quejaba, sino que iba igual de rápido que ellos… o incluso más.

Y cuando notó que aún así no alcanzarían a tiempo, se le ocurrió otra idea.

Alineó también las paletas de los demás.
El ritmo de trabajo se disparó.

Ya no solo cargaba bloques: organizaba el espacio, mejoraba el flujo y motivaba al equipo.

Y lo lograron.

El trabajo que debía tomar todo el día, lo terminaron en apenas una hora.

Catherine se sintió feliz. Satisfecha.

—No eres fuerte, pero eres inteligente —le dijo uno de los muchachos, acercándose—. Mi nombre es Elan. Estoy a cargo de este pedido. Gracias a ti, lo terminamos a tiempo.

Catherine sonrió y le extendió la mano.

—Mucho gusto, Elan. Mi nombre es Catherine. Espero seguir siendo de ayuda.

Elan le devolvió el apretón, con una sonrisa algo tímida.

—Bueno, ya que terminamos nuestro trabajo hoy… no sé si quieras ir a almorzar con los muchachos —dijo, soltando su mano con una voz un poco nerviosa.

Catherine asintió… y luego frunció el ceño.

—¿Pero si me voy temprano no me pagan? Para eso vine para acá —soltó con los ojos muy abiertos, llevándose la mano a la boca.

Aquello se suponía que debía quedarse en su cabeza. Pero lo dijo en voz alta.

Elan soltó una carcajada.

—Te van a pagar el día. Ya hiciste lo que se suponía que tenías que hacer. Esa es una de las ventajas de este trabajo: si terminas temprano, puedes irte… y aún así cobras igual.

Catherine lo miró, casi embobada.

No porque Elan fuera guapo —aunque lo era—, sino porque su primer día no había sido tan horrible como temía.

Y si encima le pagaban por jornada completa…
"Creo que me gané la lotería con este trabajo", pensó con orgullo.

—¡Pues entonces vámonos a comer! —exclamó emocionada.

Contagiado por su energía, Elan sonrió.
Junto a los demás del grupo, salieron a almorzar.

Fueron todos a un restaurante del pueblo.
El nombre le causó gracia a Catherine:
Tres Tacos Cruzados.

El letrero estaba erguido sobre una estructura de madera pintada con colores vivos que captaban la atención de cualquiera.

Entraron, aún con algo de polvo en la ropa, y se sentaron en una mesa larga.

Poco después, llegó el mesero.

—¡Muy buenas tardes, equipo! ¿En qué puedo servirles? —saludó un joven de rostro amable y cabello rizado. Su placa decía "Lucas".

—Lucas, lo de siempre —respondió Elan con una sonrisa—. En cuanto a ella…

Se volvió hacia Catherine, esperando su orden.

—Yo… —titubeó—. Yo quiero esos… tres tacos cruzados —soltó lo primero que se le vino a la mente.

Todos estallaron en risas, incluso Lucas.

Y ella no pudo evitar unirse.

—¡Perfecto! Tres tacos cruzados para la nueva —anunció Lucas, apuntando en su libreta—. ¿Y para tomar?

—Un agua con limón, por favor.

—Muy bien. En un momento regreso con su orden —dijo Lucas, haciendo una reverencia cómica antes de desaparecer tras una cortina de cuentas.

Esa tarde, Catherine la pasó entre risas.

Los muchachos eran divertidos, relajados, vivos.
Tan distintos a ella.
Tan jóvenes.
Tan llenos de luz.

Casi le dio un infarto cuando se enteró de que Elan tenía apenas diecisiete años.

Porque, aunque se viera joven…

Tenía un cuerpo del que ella podría comer todos los días.
Sin ningún problema.

—¿Qué tal lo has pasado hoy? —preguntó Elan mientras la acompañaba de regreso a la mansión.

La noche comenzaba a desplegarse sobre ellos.

Los faroles se encendían uno a uno, iluminando el camino con su luz cálida.

El ambiente era tranquilo, como si el día quisiera irse sin prisa.

—Me fue muy bien —dijo Catherine, cerrando los ojos un momento para disfrutar de la brisa suave—. Ustedes son muy divertidos. Me hicieron sentir joven otra vez.

—Tampoco es que seas una anciana —bufó Elan, divertido.




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